¡Beeep, beeep, baaap! Los ruidos de claxon me despertaron. Eran las 07:10 am y se escuchaban gritos. Estaba en el coche detenido en el viaducto, con el pie en el freno y la gente me rebasaba. Aterrizamos a las 05:00 am en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, procedente de Vancouver, Canadá, un vuelo de aproximadamente siete horas. Cuando llegamos y estábamos en la aproximación, le dije a mi compañero que me encontraba fatigado y que en el momento de la descompresión del avión estaba entrando en un letargo, por lo que le pedí que estuviera atento a cualquier cambio, ya que podría experimentar micro sueños, cosa muy común por fatiga de piloto.
Mi compañero asintió con un movimiento de cabeza y confirmó. Sin embargo, sabíamos que ambos estábamos en las mismas condiciones y que teníamos la responsabilidad de no cometer errores en el procedimiento de aproximación final, por lo que estábamos muy atentos uno del otro.
Como sabemos, la fatiga del piloto no es recuperable, es una condición acumulativa a través del constante trabajo y el estrés que provoca el vuelo continuo, sin un descanso apropiado.
Esto es debido a diferentes factores, que incluyen problemas familiares, laborales o físicos, y si a todo esto le agregamos lugares de pernocta con ruido, tenemos la mejor fórmula para tener un mal descanso. Muchas aerolíneas, en su afán de ahorro, mandan a las tripulaciones a hoteles cerca de los aeropuertos, situación que podría desembocar en estas situaciones.
Una tripulación fatigada es potencialmente un peligro, pues en el destino pueden ocurrir diferentes situaciones que podrían afectar a la tripulación y tomar malas decisiones. Entre éstas, está el mal tiempo, condiciones de un mal diseño aéreo, como ya es el caso de la Ciudad de México, por lo que es importante que las autoridades tomen conciencia de la situación que se está viviendo actualmente para que revisen los procedimientos, tanto de las líneas aéreas como del rediseño del espacio aéreo nacional.
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