Comenzando septiembre, es decir, el “mes patrio”, me veo obligado a recuperar el espíritu de una entrega que me hicieron el favor de publicar el pasado mes de junio mis editores del portal de noticias T21, casa hermana de A21.
Tal y como lo he expresado abiertamente en mis columnas me duele lo que el actual gobierno está haciendo con la aviación civil mexicana, desgraciadamente en esta oportunidad debo confesar que no es solamente la aviación la que me duele, sino todo México.
Y es que hace unos días, policías viales de la Ciudad de México colocaron un inmovilizador a mi auto aun cuando me encontraba yo dentro de él, lo cual entiendo es ilegal. Cuando menos lo esperé un uniformado se acercó a mi ventanilla para pedirme mi licencia de conducir y la tarjeta de circulación del auto. Ya sabe usted. Mi respuesta fue: ¿Cuál es el problema oficial? Estaba yo estacionado en un lugar indebido. “De acuerdo, señor, ahora mismo me retiro”, apunté, pero era demasiado tarde, la famosa “araña” se había prensado a la rueda con tal sigilo que me parece propio de verdaderos ladrones. Por más que intenté convencer a los uniformados, mis súplicas fueron objeto de burlas; se me tachó de viejo que ya no debía seguir conduciendo, etc. etc. La cosa se complicó cuando testigos intentaron ayudarme, ante lo cual la reacción de los “servidores públicos” fue amenazar con consignarme. No había margen de maniobra; los escuché preguntarse: ¿”ya tenemos la cuota de multas”? “No pareja; chíngate a este pinche viejete”.
Es evidente que lo que estaban haciendo era multar para recaudar fondos para la Ciudad de México que en su mayoría serán empleados en cosas muy distintas a la seguridad, la salud, la justicia, la educación o el mantenimiento de vialidades o el reforzamiento de la capacidad de gestión de la autoridad aeronáutica nacional, como son la compra de votos y mantener a inútiles burócratas, para posteriormente, habiendo cumplido su primera consigna hacerse de dinero ellos mismos extorsionando a los ciudadanos.
Los mexicanos siempre hemos sabido que nuestras autoridades, incluyendo las policiacas son de lo peor, pero nunca como en estos tiempos. Yo no sé usted estimado lector pero su servidor se siente cada día más vulnerable e impotente ante el crimen organizado y el crimen institucional que crecientemente plagan a un México que alguna vez dio asilo, seguridad, institucionalidad, libertad y prosperidad a mis cuatro abuelos y a mi propia madre quienes habían huido de la violencia, la discriminación, la pobreza y o de la corrupción en sus lugares de origen.
Terminé asustado, enfermo y desorientado; nunca antes había yo tenido una interacción con un policía que me generase tanto miedo; es más, no puedo encontrar otra palabra para describir el comportamiento de los oficiales que la de sadismo. Disfrutaron verme sufrir y lo pretendieron llevar al extremo, mostrándome el verdadero rostro de la autoridad emanada de la mal llamada 4T.
¿Voy a denunciarlos?
¿En serio alguien cree que en el marco de un país en el que desde lo más alto del poder político se llama al desprecio del marco legal la denuncia de un hecho como el que describo puede prosperar? Por el contrario, en una de esas mi vida, mi familia, mis bienes y mi tranquilidad terminan amenazados conforme los distinguidos representantes de la ley se sientan agraviados y accedan a mis datos personales.
Y no es solamente es en la “capirucha” en la que en fechas recientes he experimentado en carne propia el nefasto comportamiento de todo tipo de policías; en la referida columna de T21 comenté respecto a experiencias con tránsitos de Tlalnepantla, Estado de México. Unas semanas después mi octogenaria madre sufrió una caída en plena madrugada que le generó lesiones que requerían traslado inmediato a un hospital. Hablé al 911 para pedir una ambulancia. En lugar de ayuda médica llegó, bastantes minutos después, una patrullero de Atizapán que en lugar de ver por la salud de mi madre y pedir la ambulancia se dedicó a pedir datos como si se tratase de la escena de un crimen. Mis insistencias de apoyo médico me las correspondió el uniformado con el típico: “váyase calmando señor”. Jamás subió a ver a mi madre; se limitó a pedir, ahora sí, una ambulancia que al saber que a la accidentada había que trasladarla al nosocomio en la que se le prestan servicios de salud localizada fuera del municipio se negó a atenderla. Ni siquiera estuvieron dispuestos a ayudarme a bajarla a mi auto para que yo la llevase al hospital. Les pedí el teléfono de alguna ambulancia que pudiera hacer el servicio, aun cuando se pagase por ello. Según ellos, no sabían de ninguna. Terminé por pedirles que se retirasen de mi casa. Finalmente, mi pareja consiguió un traslado y mi madre llegó directo a terapia intensiva. Por cierto, en el camino al hospital la paramédico le pidió al conductor que acelerase debido a que la paciente estaba grave, pero fui testigo de cómo los modernos y muy humanos ciudadanos al volante simple y sencillamente no dejaban pasar al vehículo de emergencia. Un par de patrullas tampoco apoyaron; seguramente no les interesó hacerlo ya que sabían que nada de lana sacarían de ese caso. ¿Así como negarle el apoyo a mi menor hijo para hacer lo posible para que emigre al extranjero a vivir con sus dos hermanos adultos?
Insisto, deje usted los temas aeronáuticos que nos duelen y que son muchos e importantes, estoy hablando de temas de seguridad personal y patrimonial crecientemente amenazados por un lopezobradorismo que ha entregado el país, todavía más de lo que de por sí estaba al crimen organizado, incluyendo reitero, al que se exhibe como autoridad municipal, estatal o federal, civil o militar.
Que triste el haber sido testigo de primera mano de la completa transformación del México que generosamente recibió a mis abuelos en un estado fallido en el que los ciudadanos nos debemos cuidar no solamente de los malos, sino de quienes supuestamente nos deberían cuidar de ellos.
El siguiente es un mensaje directo a la flamante presidenta electa: No me venga con que la policía de Omar García Harfuch es algo digno de ser presumido; no me venga con eso del humanismo de los gobiernos de Morena y no me venga con que en el país se privilegia la justicia.
Nuevamente le confieso que ya tengo miedo de circular al volante de mi auto por el Valle de México. Es más, estoy seguro que lo mismo ocurre en todo el territorio de esta hermosa República Mexicana que como su aerotransporte civil está siendo destruida por un modelo político que nada bueno en realidad le ha dado. ¿Hasta cuándo vamos los mexicanos a seguir permitiéndolo?¡Pobre México! Y claro está: ¡pobre su aviación!
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