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27/04/2024

Cuando la turbosina no se hereda

Juan A. José / Martes, 19 Diciembre 2023 - 20:08

Hace años conocí a un gran abogado, a cuyo primogénito y único hijo varón el Derecho simple y sencillamente no le interesaba como profesión, toda vez que el muchacho quería ser músico. Tanta fue la presión por parte del padre que el hijo terminó entregándole el título de abogado, solo para colgarlo en el despacho del progenitor en su casa, salirse de ella e irse a vivir con los de su banda musical, con los que ha ganado cierto prestigio como intérprete. 

Creo que no soy el único aeronáutico que sueña con que alguno de sus descendientes se contagie de turbosina y siga una carrera relacionada con el vuelo. Lo cierto es que el llevar “turbosina en las venas” no es hereditario y aceptarlo puede resultar un proceso más doloroso de lo que uno puede originalmente suponer. 

Déjeme que le cuento lo que acabo de vivir en este sentido por favor: 

Mi hijo mayor es todo un médico militar naval norteamericano, y si bien no estamos hablando de un aeronáutico de esos que terminan escribiendo columnas en A21, estoy convencido que a Juan Pablo le gustan mucho los aviones, razón por la cual quise pensar que su reciente experiencia profesional de ocupar un asiento en una aeronave que aterrizó y despegó en un portaviones en activo en el Océano Pacífico era algo digno de comentar cuando finalmente nos pudimos reunir hace unos días. Efectivamente charlamos de ella y compartió conmigo detalles muy interesantes del aterrizaje, despegue y de lo que hizo en el USS Nimitz al que fue transportado desde la base aeronaval de Coronado en San Diego, California, a bordo de un bimotor turbohélice Grumman C-2 de la Armada de los Estados Unidos. El problema, y de ahí la presente entrega, surgió cuando le pregunté si había tenido oportunidad de ver despegues y aterrizajes en el portaviones y me respondió que no. 

¿No te dieron permiso, hijo? 

---“Sí papá, nos lo dieron y de hecho mis compañeros fueron a verlos, pero yo decidí no hacerlo” 

¿Por? 

---“Yo no fui a ver aviones al navío sino a atender a mis pacientes” 

Entiendo hijo, ¿pero tus pacientes estaban tan graves como para requerir de tu presencia 24/7? 

---“No papá, estaban estables, pero el sentido del deber prevalece sobre mi amor por los aviones.” 

Entonces comprendí que, por más que no estuviese de acuerdo con su posición y más mediando un permiso por parte de sus superiores para distraerse y de hecho familiarizarse con las operaciones en el buque, tal y como lo habían hecho sus compañeros médicos, y lo hubiésemos hecho otros aeronáuticos ante tan maravillosa oportunidad, debía también respetar su decisión y lo más importante: no decírselo.

Es más no pretendo enviarle esta nota, que lo más probable es que no lea nunca, ya que no tiene tiempo de leer revistas y menos mexicanas, texto que sin embargo deseo emplear para compartir con mis aeronáuticos lectores el sentimiento, por una parte, de frustración, por otra de resignación y por ahí de alguna madurez, de si bien no de comprender la decisión de mi hijo, definitivamente de aceptarla, tal y como los padres de los modernos “milenials” y “centenials” debemos frecuentemente hacer. 

Algo que debo también confesar es que, por lo menos desde mi perspectiva, el que un joven del Siglo XXI no valore lo que representa por ejemplo ver con sus propios ojos y en el lugar, el aterrizar o despegar una aeronave en un portaviones tiene mucho que ver con esa pérdida de la capacidad de asombro que caracteriza a las nuevas generaciones, asunto por lo que la cultura aeronáutica, incluyendo su historia, va a terminar pagando un precio muy alto en el corto plazo. Triste, ¡pero cierto! Mejor no hablo del desapego de los hijos y nietos con sus padres y abuelos porque literalmente me pongo a llorar… 

Alguna vez escribí que “el día en el que nadie reaccione al sonoro llamado de una hélice en movimiento o un reactor en acción y la gente ya no voltee al cielo para buscar el objeto, la aviación, por lo menos aquella de la que los de mi generación nos enamoramos habrá dejado de existir, transformada en un simple medio de transporte”. De la misma manera, hoy día puedo afirmar que el día en el que padres o abuelos no reciban siquiera una llamada telefónica de vez en cuando de sus “herederos”, el vital concepto de familia, por lo menos el que los niños mexicanos de la generación de los “baby boomers” también será historia. 

Afortunadamente son esos chiquillos que saturan espacios de observación de operaciones aeroportuarias de la mano de sus padres o hasta abuelos, incluyendo mi hijo menor, los que me dan esperanza que si bien, con todo derecho, hay para quienes el vuelo humano y la familia ya no tienen nada de extraordinario, también hay quienes definitivamente se siguen maravillando con ver una aeronave alzar el vuelo o con tener el privilegio de que se les llame hijo o nieto. Va para esos chamacos y también para aquellos que como mi marino hijo Juan Pablo tienen el valor y madurez de ser y disfrutar lo que quieran con quien quieran, aun a pesar de la presión de sus padres o abuelos y lo que es mejor, de decir lo que sienten clara y respetuosamente. 

Va también para los médicos con hijos ingenieros; contadores con hijos psicólogos y pilotos con hijos filósofos. 

Que tengan ellos un gran año 2024, tal y como se lo deseo a todos mis estimados lectores.

 

“Los  artículos firmados  son  responsabilidad  exclusiva  de  sus  autores  y  pueden  o  no reflejar  el  criterio  de  A21”

 

 

 

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