
En la historia del desarrollo espacial mexicano, pocos proyectos resuenan con tanta fuerza como el del AztechSat-1. Lanzado el 5 de diciembre de 2019 desde la Estación Espacial Internacional (ISS) a bordo de la misión SpaceX CRS-19, este nanosatélite de 1.3 kg, desarrollado por estudiantes y profesores de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) en colaboración estrecha con la NASA y la AEM, no fue solo un objeto en órbita: fue un catalizador de capacidades.
Como experto que ha estado involucrado en estos hitos desde la creación de la Agencia Espacial Mexicana, veo en AztechSat-1 un modelo invaluable para proyectos como la Misión Ixtli. Hoy, con Ixtli avanzando hacia su primer lanzamiento en diciembre de 2026, urge profundizar en la necesidad de forjar una alianza similar con la NASA. No como una muleta, sino como un puente que multiplique nuestro potencial, asegurando que esta constelación de satélites de observación terrestre no solo despegue, sino que perdure y beneficie al país de manera tangible.
Recordemos brevemente el éxito de AztechSat-1 para contextualizar su relevancia. Este CubeSat, el primero en su tipo desplegado desde la ISS en colaboración con México, demostró un sistema de comunicaciones intersatelitales usando el protocolo AX.25, validando tecnologías.
Más allá de los logros técnicos —que incluyeron 12 meses de operaciones exitosas antes de su reingreso controlado—, el verdadero impacto radicó en la transferencia de conocimiento. Estudiantes mexicanos recibieron mentoría directa de ingenieros de la NASA, de la AEM y de otras organizaciones, desde el diseño hasta las pruebas en cámaras de termo-vacío. Esto generó un efecto multiplicador: no solo se formó a una cohorte de ingenieros, sino que se sembraron semillas para proyectos posteriores, como el nanosatélite Gxiba-1 desarrollado también en la UPAEP para monitorear volcanes y que pronto se desplegará al espacio desde la ISS. En palabras de la NASA, esta alianza “construyó capacidad y benefició a ambas agencias”, posicionando a México como socio confiable en el ecosistema global del espacio.
¿Por qué esta fórmula puede ser esencial para Ixtli? La Misión Ixtli, con sus cuatro satélites CubeSat (dos de 6U y dos de 16U) diseñados para monitorear cambio climático, seguridad y desastres, enfrenta desafíos inherentes a un proyecto naciente: una gran presión para está listo a tiempo, dependencia de componentes extranjeros y la necesidad de usar instalaciones de prueba certificadas. Sin alianzas estratégicas, corremos el riesgo de que el proyecto sufra retrasos que impedirían su operación durante este sexenio. Una colaboración con la NASA, similar a la del AztechSat-1 mitigaría estos desafíos al contar con el apoyo de expertos e instalaciones especializadas.
Primero, en términos técnicos: la NASA ofrece acceso a infraestructura de vanguardia que México aún está construyendo. Para Ixtli, esto significa pruebas en entornos simulados de radiación y microgravedad, cruciales para validar sensores multiespectrales de alta resolución espacial que detecten incendios o inundaciones. En AztechSat-1, la mentoría de la NASA permitió integrar hardware comercial off-the-shelf (COTS) de bajo costo, un enfoque que Ixtli ya adopta para alcanzar un 50% de contenido nacional. Imaginen aplicar esto a los subsistemas de Ixtli: algoritmos de IA para procesamiento en órbita, refinados con expertos de la NASA’s Earth Science Division, que ya colaboran en monitoreo climático global. Además, el acceso a lanzamientos como el de AztechSat desde la ISS— reduciría drásticamente los costos de despliegue, estimados en millones de dólares para toda la constelación, permitiendo que el presupuesto se destine a innovación local en lugar de logística.
Segundo, el pilar humano: la formación de talento. He sido testigo del éxito que tuvo el programa de estancias de mexicanos en la NASA donde los estudiantes regresaban transformados, listos para liderar proyectos locales. Para Ixtli, que involucra a la UNAM, IPN y CICESE, una alianza con la NASA garantizaría capacitaciones para decenas de jóvenes, fomentando el potencial innovador en un área que aún depende de importaciones. Esto se alinearía con el Programa Espacial Mexicano (PEM) 2025-2030, generando no solo empleos directos (meta de 1.5 millones indirectos), sino un ecosistema de innovación que posicione a México en el nearshoring espacial, atrayendo inversión de firmas como SpaceX o Blue Origin.
Tercero, el impacto estratégico y diplomático. Las relaciones México-NASA, fortalecidas por visitas de liderazgo en 2024 —como la de Bill Nelson y Pam Melroy, que exploraron colaboraciones en STEM y observación terrestre—, están en un momento propicio. En noviembre de 2024, la NASA reiteró el “potencial de México para una gran presencia espacial”, citando al AztechSat-1 como ejemplo. Para Ixtli, esto podría traducirse en integración con misiones como Landsat o NISAR, compartiendo datos para aplicaciones bilaterales como la gestión de sequías en el suroeste de EE.UU. y el norte de México. En un mundo de tensiones geopolíticas, estas alianzas diversifican dependencias y elevan nuestra voz en foros como la ONU o la COP.
Por supuesto, no se trata de ceder control. Como en el AztechSat-1, México debe liderar el diseño y la operación, usando a la NASA como acelerador. La AEM, integrada en la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT) desde enero de 2025, tiene el mandato para negociar estos términos, priorizando transferencia tecnológica.
Recomiendo acciones concretas: un Space Act Agreement para Ixtli en 2026, con hitos medibles como talleres conjuntos en Ames y uso de instalaciones de la NASA para realizar pruebas ambientales y revisiones de diseño con participación binacional para fomentar la transparencia.
En mis años de experiencia en el sector, he aprendido que el espacio no es solo sobre cohetes, sino sobre conexiones humanas y conocimiento compartido. AztechSat-1 nos demostró que, con aliados como la NASA, México puede orbitar ambiciones mayores sin perder su rumbo soberano. Para Ixtli, asegurar esta alianza no es un lujo, sino una necesidad: el puente que convertirá “ojos para ver” en visión estratégica para el siglo XXI. Sigamos ese camino, y en 2028, no solo tendremos satélites en el cielo, sino un legado que inspire generaciones.
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