
Desde mi infancia cuando me enteré de la existencia del Sputnik 1, mirando el cielo estrellado en las noches despejadas de Aguascalientes, supe que el espacio sería más que un sueño lejano: Sería el futuro de la humanidad. Décadas después, como alguien que ha dedicado su vida para que México se sume al escenario espacial, veo en el plan de Elon Musk para habitar Marte no solo una hazaña tecnológica, sino una puerta abierta para que los jóvenes mexicanos dejen su marca en la historia. SpaceX, con su colosal Starship y un cronograma que apunta a misiones no tripuladas en 2026 y tripuladas hacia 2029, está redefiniendo lo posible. Pero, ¿dónde encajan los jóvenes de México en esta odisea? Déjenme contarles por qué esta es su oportunidad y cómo pueden subirse a este cohete.
Musk, con su característica mezcla de audacia y pragmatismo, ha trazado un plan que suena a ciencia ficción, pero que se ancla en avances concretos: la décima prueba de Starship en agosto de 2025, por ejemplo, demostró que un cohete puede sobrevivir reentradas infernales y aterrizar con precisión quirúrgica, aunque con algunos rasguños en los flaps. El objetivo es claro: llevar humanos a Marte, construir una ciudad autosuficiente para un millón de personas en unas décadas y, eventualmente, transformar el planeta rojo en un hogar viable. Esto no es un capricho de millonario; es un proyecto que demanda talento, innovación y manos jóvenes dispuestas a trabajar en la frontera final.
Para los jóvenes mexicanos, este no es un sueño lejano en Boca Chica, Texas, a solo unos pasos de la frontera. Es una invitación a participar. México tiene un potencial enorme que a veces subestimamos. La industria aeroespacial en Tijuana y Monterrey, que ya surte piezas a SpaceX, podría pivotar hacia componentes aeroespaciales cada vez más sofisticados: imaginen a ingenieros veinteañeros diseñando baldosas térmicas para Starship o tanques de metano que resistan el vacío espacial. Las empresas privadas mexicanas, pueden aliarse con SpaceX para fabricar sistemas espaciales a costos competitivos. Jóvenes del Tec de Monterrey, la UPAEP, o la UAM, con sus habilidades en materiales y manufactura, podrían estar en el centro de esta revolución, aprendiendo en el camino y creando empleos en sus comunidades.
Pero no solo se trata de tuercas y tornillos. Habitar Marte necesita mentes brillantes en software, inteligencia artificial y biotecnología. Aquí es donde los programadores y hackers mexicanos, esos que se la pasan en hackatones o desarrollando apps en sus ratos libres, tienen un campo de juego. SpaceX planea usar robots como Optimus de Tesla para explorar Marte; ¿quién dice que un equipo de estudiantes de la UNAM o el IPN no puede desarrollar algoritmos para que esos robots detecten hielo marciano o construyan hábitats? La IA será clave para gestionar un hábitat en un entorno donde un error puede costar vidas. Jóvenes que hoy están programando en sus laptops podrían estar escribiendo el software que mantenga viva a la primera generación marciana.
Y luego está la ciencia. México tiene sitios como la Reserva del Pinacate en Sonora, perfectos para simular condiciones marcianas. Startups lideradas por jóvenes podrían colaborar con SpaceX en experimentos de agricultura en suelos áridos o sistemas de energía solar para hábitats. Imaginen a biólogos de la UANL cultivando plantas en cámaras que replican la baja presión de Marte, o a químicos de la BUAP desarrollando métodos para extraer agua del regolito. Estas no son fantasías: son proyectos que SpaceX necesita para hacer realidad su visión. Los jovenes mexicanos, con su creatividad y empuje, pueden ser quienes resuelvan estos rompecabezas.
¿Cómo empezar? No hace falta esperar una invitación formal. Universidades privadas y públicas pueden crear programas enfocados en tecnología aeroespacial, con intercambios en Starbase o pasantías virtuales con ingenieros de SpaceX. Emprendedores jóvenes podrían lanzar startups que ofrezcan soluciones específicas, desde sensores hasta apps de monitoreo para misiones. Incluso en el ámbito cultural, creadores de contenido —diseñadores, cineastas, artistas— pueden inspirar a su generación con historias sobre Marte, como documentales o experiencias de realidad virtual que acerquen el proyecto a la gente. México ya tiene una comunidad vibrante de makers; solo falta canalizar esa energía hacia el espacio.
El camino no será fácil. Musk ha dicho que sus plazos —2026 para misiones no tripuladas, 2029 para humanos— tienen solo un 50% de probabilidad, y cada fallo, como las explosiones del Starship en 2025, retrasa el reloj. Pero eso es precisamente lo que hace este momento tan emocionante: los jóvenes mexicanos pueden ser parte de los fracasos y los triunfos, aprendiendo en tiempo real cómo se construye el futuro. No necesitamos ser una superpotencia para aportar; nuestra cercanía a Texas, nuestra mano de obra calificada y nuestra pasión por innovar son suficientes.
He pasado años abogando por un México que mire al espacio, y ahora veo en la juventud la chispa para hacerlo realidad. No se trata de que alguien más nos lleve a Marte; se trata de que los jóvenes de este país, con su ingenio y ganas, construyan un pedazo de ese sueño. Así que, jóvenes, dejen de scrollear un rato y piensen: ¿qué pueden crear, diseñar o para que México esté en la primera nave a Marte? El futuro no espera, y Marte está más cerca de lo que creen.
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