
El pasado 9 de octubre marcó un nuevo aniversario luctuoso del icónico cantautor belga Jacques Brel, cuyas melodías “Ne me quitte pas” y “Quand on n’a que l’amour” lo colocan en la categoría de los inmortales y quien, merced a su pasión por el vuelo, puedo ubicar en la categoría de esos grandes creadores de textos que sabían volar, compartiéndola con esos aviadores que sabían escribir, en la que encuentro a un Charles Lindbergh, al que veo más como aviador que como hombre de letras, a diferencia de un Richard Bach o de un Antoine de Saint-Exupéry, tan grandes en lo uno, como en lo otro.
¿Y por qué me doy el lujo de emplear este espacio de opinión para recordarle?
La respuesta tiene mucho que ver con dos cosas: Primero, porque me parece que la cultura es parte fundamental de cualquier actividad, y segundo, porque Brel puede resultar para algunos de los lectores de A21 un desconocido al que vale la pena descubrir, ya sea en su faceta de artista —que bien vale la pena, pero en especial en su dimensión como piloto aviador, aportando, quiero pensar, un granito de aliento para que el lector se interese en la historia aeronáutica, cuyas páginas incluyen capítulos relacionados con la vida y obra de grandes aviadores que además destacaron en otras actividades. Además, quizás no caiga mal en estos momentos aportar a los contenidos de los medios informativos elementos amables que permitan olvidarnos, siquiera por unos instantes, de la compleja problemática de nuestros tiempos en todos los ámbitos, incluyendo el aeronáutico.
Pero, más allá de su aniversario luctuoso, el cual debo admitir empleo como oportuno pretexto ¿qué es lo que me motivó a ponerme a redactar el presente?
Me encantó familiarizarme con la manera como se vinculó con la aviación; France, una de sus hijas, habla en un video en “YouTube” de Brel y la piloteada, compartiéndonos la estrofa de una de sus canciones, en la que se lee:
“Je voudrais un joli avion
Pour voir le Bon Dieu
Un bel avion souple et léger
Qui m’emmènerait haut dans les cieux”
O dicho en nuestro idioma: “Quisiera un bonito avión para ver el Buen Dios, un bello avión flexible y ligero que me llevaría alto en los cielos”.
Algo que me agradó particularmente fue enterarme que el interés de Brel por la aeronáutica tuvo origen en buena medida en su fascinación con la obra de Saint-Exupéry, incluyendo “El Principito”, en torno al cual en su adolescencia organizaba montajes teatrales, detalle que debo confesar no sabía, y mire usted que lo mío con Brel puede ser aún más añejo que lo mío con Lindbergh y Antoine.
Una primera experiencia ante los controles de una aeronave cuando Brel y su equipo musical tuvieron que chartear unas avionetas para trasladarse con particular rapidez de un lugar a otro durante una de sus giras, convenció al intenso escritor e intérprete de buscar su nuevo sueño: ¡Aprender a volar!
Al preparar el presente “Mr. Google” me regaló una frase atribuida a Brel en la que se lee lo siguiente: “No habría sido jamás cantante si hubiese podido ser Blériot (refiriéndose al pionero del vuelo sobre el Canal de la Mancha)… cuando no canto vuelo en avión, en el que sueño…” Baste decir que para él los hombres desgraciados son aquellos que no logran conseguir sus sueños; para su fortuna, Brel logró comunión con el espacio aéreo por medio de una aeronave, virtualmente hasta el final de sus días, lo que ocurrió lamentablemente a una muy temprana edad.
Como Bach, Lindbergh y Saint-Exupéry, Brel amaba estar en movimiento y por ende reclamaba su libertad, y como ellos que en un principio no le encontraron sentido a la educación formal, una vez cautivado por el vuelo y con tal de formarse como piloto, se convirtió en un ejemplar estudiante. Volar le brindó además algo que la mayoría de mis héroes siempre anhelaron, y debo decir paradójicamente, debido a que ser aviadores les hizo famosos; me refiero a un anonimato desde la cual ejercer su libertad, la cual se reflejaba en sus rostros. Y es que debo apuntar que jamás he visto una fotografía de un Bach, un Lindbergh, de un Saint-Exupéry o del propio Brel a bordo de un avión en la que no estén sonriendo.
El estoico y determinado, Jacques, como tantos aviadores, también transportó correo aéreo, en su caso empleando su avión personal para ayudar a la comunidad en las Islas Marquesas en el Pacífico del Sur en la que radicó en sus últimos años, lo que en mi opinión lo acerca al humanismo de Saint-Ex.
Si en una de esas, luego de leer este texto, siquiera uno de mis lectores recurre al internet para enterarse un poco más de la vida y obra de Jacques Brel y su amor por la aviación, esta entrega habrá logrado su propósito.
Espero que así sea.
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