
Un suspiro colectivo de alivio recorrió la aviación mexicana tras el paso del Huracán Lorena. A diferencia del trauma de Otis, esta vez el guion se siguió al pie de la letra: un huracán de categoría 1, monitoreado con días de antelación, impactó la costa del Pacífico y nuestros aeropuertos costeros, notablemente el de Los Cabos, permanecieron firmes y operativos. A primera vista, un éxito rotundo. Una prueba de que las lecciones, después de tanto dolor, se habían aprendido.
Pero este éxito esconde una verdad más profunda y alarmante. La infraestructura de nuestro principal aeropuerto es tan vulnerable que no necesita un huracán para colapsar; una fuerte tormenta de verano, como la del 12 de agosto, fue suficiente para cerrar sus operaciones y afectar a más de 20 mil pasajeros.
Semanas después, cuando el predecible Huracán Lorena se encontraba a cientos de kilómetros en el Pacífico, su humedad volvió a poner en jaque a la capital con más lluvias intensas. Esto demuestra un problema crónico y una doble vulnerabilidad: fallamos ante eventos locales y predecibles, y también somos susceptibles a los efectos indirectos de fenómenos lejanos. La advertencia post-Otis no solo sigue vigente, sino que la realidad nos muestra que el problema es aún más profundo de lo que pensábamos.
Recordemos el llamado de atención tras la catástrofe de Otis. La lección parecía clara: prepararse para tormentas de rápida intensificación y fortalecer la infraestructura costera para evitar otro colapso sistémico. Y hay que reconocerlo, se ha avanzado. Los protocolos para una tormenta predecible como Lorena funcionaron a la perfección en la costa. Sin embargo, la doble vulnerabilidad que acabamos de presenciar demuestra que nos enfocamos demasiado en prevenir la repetición del último desastre, cegándonos por completo ante la anatomía del siguiente.
El cierre de una pista en el AICM no es una anécdota, es un síntoma. Demuestra que nuestro concepto de “riesgo” es peligrosamente limitado. Pensamos en el riesgo como un evento localizado —un huracán que golpea un aeropuerto—, cuando la realidad climática actual nos presenta un riesgo distribuido y en cascada. La vulnerabilidad ya no está solo en la costa, sino en cualquier punto de la red que pueda ser afectado por los efectos indirectos y de largo alcance de un fenómeno.
Hoy, la pregunta ya no es si el aeropuerto de Cancún puede soportar un Categoría 5. La pregunta es: ¿puede el AICM operar si un huracán en el Golfo de México provoca tres días de lluvia incesante sobre la capital? ¿Están los aeropuertos del Bajío preparados para tormentas de granizo sin precedentes? ¿Qué protocolo existe si la red eléctrica del norte falla por una ola de calor, dejando inoperables las terminales de Monterrey o Tijuana?
El incidente de Lorena debe ser un punto de inflexión. Es hora de actuar:
- Ampliar los Protocolos de Riesgo: Los planes de emergencia deben incluir obligatoriamente escenarios de impacto indirecto. La evaluación no puede limitarse a la trayectoria del ojo del huracán, sino que debe analizar sus efectos de humedad, lluvia y viento a nivel nacional.
- Invertir en Infraestructura Crítica Interna: La resiliencia no es solo construir muros de contención en la playa. Es garantizar que el sistema de drenaje del AICM, un aeropuerto construido sobre un lago, pueda soportar la nueva realidad de precipitaciones extremas.
- Redefinir la Resiliencia: Un aeropuerto costero que sobrevive a un huracán es un logro. Pero la verdadera resiliencia se medirá por la capacidad de toda la red de aviación nacional para mantener una operatividad segura y funcional durante una crisis climática regional, sin importar dónde ocurra el impacto inicial.
Celebremos la gestión de Lorena en la costa, pero no nos permitamos el lujo de la complacencia. Lorena no fue la prueba superada que creemos que fue. Fue un aviso. Un recordatorio de que, mientras fortificábamos la muralla, el enemigo ya se había infiltrado en la ciudadela. Ignorarlo sería prepararnos, una vez más, para la guerra equivocada.
Cap Cesar Matta
“Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de sus autores y pueden o no reflejar el criterio de A21”







