Las gestiones de organismos internacionales y de gobiernos, empresas, grupos sociales, para que el mundo camine hacia la descarbonización, tiene un reto enorme: la imposibilidad, en el corto plazo, de proveer al mundo de suficiente energía limpia, sea electricidad o hidrógeno, sobre todo el verde, que es el propulsor que en realidad podría ayudar a que en el 2050 existiera el verdadero NetZero (cero emisiones de CO2).
El tema es que, en principio, la transición energética parecía algo más fácil de lo que en realidad es. El litio, que supuestamente era el material con el que podrían fabricarse las baterías para que los motores eléctricos pudieran almacenar la energía eléctrica, ha resultado mucho menos accesible y seguro de lo que se había previsto.
Otro de los problemas es que China -a pesar de ser un país que se caracterizó en décadas pasada por emitir más contaminantes a la atmósfera-, se ha erigido como el principal desarrollador de vehículos eléctricos, baterías de litio y motores a muy bajo costo, ya que sus condiciones laborales son precarias, muchos de sus costos están subsidiados por el Estado y la economía estatizada no permite ver la realidad, además de que los salarios en esta parte del mundo están entre los más castigados del mundo (con excepción de aquellos países que no tienen ni siquiera un lugar donde trabajar, como sucede en muchas naciones de África).
El hecho es que muchos países han estado trabajando arduamente en acercarse a las metas de descarbonización. Pero hay diferencias sustanciales entre industrias. Mientras que la automotriz empezó la carrera por la electromovilidad a tambor batiente, fabricando vehículos y colocándolos en los países más ricos, la aviación se dio cuenta muy pronto que la meta era muy ambiciosa y que había que encontrar una estrategia de medio camino.
De ahí surgió el SAF (Combustible sostenible de aviación), que es una alternativa que permite reducir sensiblemente las emisiones, pero sin apostarle todo a los propulsores cien por ciento “ecológicos” como única estrategia posible. El SAF es un combustible desarrollado con base en diversos materiales, algunos de desecho y otros que no tienen ningún otro uso, pero que, mezclados (por ahora) con la turbosina que usan las aeronaves, permiten reducir sensiblemente las emisiones de CO2.
Muchos países le han apostado al SAF. Por ejemplo, Estados Unidos, Brasil, la Unión Europea y Canadá, entre otros. México está muy rezagado en este objetivo, entre otras cosas porque la estructura de producción y abastecimiento del combustible de aviación es gubernamental, fuertemente atado a la prioridad de Petróleos Mexicanos, que -por supuesto- está enfocado al combustible fósil.
Hay cierta esperanza de que este gobierno abra sus ojos a la necesidad de abatir las emisiones contaminantes y apueste -aunque sea algo- a los combustibles de medio camino. La llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos tampoco augura mucho avance en el empeño de la descarbonización, más por temas políticos que técnicos. En realidad, el mundo ha entendido que la velocidad en este empeño quizás debería reducirse: aún no hay suficientes alternativas para abastecer de energía eléctrica y su almacenamiento a miles de millones de vehículos.
No obstante, la estrategia de medio camino de la aviación ha demostrado ser una buena estrategia. Habría que considerarla. E-mail: raviles0829@gmail.com
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