Charles A. Lindbergh, mi gran héroe aeronáutico tenía muchos defectos, de hecho algunos de ellos tan graves que varios de los otrora más entusiastas promotores de su legado, incluidos varios miembros de la entrañable “Lindbergh Collectors Society” que alguna vez me albergó y encabecé, terminaron por desencantase por completo del inmortal norteamericano que pasó a otro plano hace cincuenta años este 26 de agosto en una habitación de la casa de un médico en la Villa de Hana, al sureste de la Isla de Maui, Hawái, en la que recibió cuidados paliativos en preparación a su último gran vuelo a los 72 años de edad.
Me vino a la mente la efeméride conforme en el fraccionamiento Arboledas, en el noroeste del Valle de México, comercios y desarrolladores que en complicidad con autoridades, o mediando negligencia, están atentando contra los hermosos árboles de una colonia que hasta en su nombre los presume y honra en el marco de la envidiable arquitectura de Luis Barragán y que ha sido, es y será habitada por varios integrantes de la comunidad aeronáutica mexicana, acciones en contra del ecosistema que los vecinos han decidido enfrentar de manera determinante y valiente organizándose en una asociación creada con el fin defender los árboles de la colonia y sus alrededores. Y es que Lindbergh, cuyo mérito como aviador es innegable, dedicó los últimos años de su vida casi exclusivamente a hacer conciencia sobre la importancia del cuidado del medio ambiente natural, impactando positivamente varios delicados ecosistemas del orbe, caso por ejemplo del Santuario de la Ballena Gris en las costas bajacalifornianas, cuya protección promovió ante lo más alto del gobierno mexicano en la segunda mitad de la pasada década de los años sesenta como integrante del Fondo Mundial para la Naturaleza.
Además del gran piloto y promotor aeronáutico, con el Lindbergh que me quiero quedar a medio siglo de yacer descansando eternamente junto a su amigo Sam Pryor, quien por cierto estuvo a cargo de la construcción de los aeropuertos de Pan Américan durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo los que administro Mexicana de Aviación hasta que fueron incorporados en los años sesenta a Aeropuertos y Servicios Auxiliares, en un hermoso y natural cementerio con vista al Océano Pacífico cerca de la que fue su última residencia en Kipahulu, Maui, es con el Lindbergh que se preguntaba si la civilización era progreso, es decir, el mismo que afirmaba que si le daban a escoger entre un ave y un avión, elegiría la primera y abrazaría a los árboles.
Es así que no encuentro mejor manera de rendirle honores al “Águila Solitaria” que sumarme a mis vecinos que también abrazan, aman y cuidan árboles, algo que todos los mexicanos deberíamos hacer, denunciando de paso ecocidios como el perpetrado por el gobierno de López Obrador en la Península de Yucatán con ese insostenible ferrocarril llamado Tren Maya. Estoy seguro que Lindbergh estaría de acuerdo con mi posición en la materia.
"No pedimos ser eternos tan solo pedimos que nuestros actos no pierdan de pronto su sentido" escribió mi amigo Toño de Saint-Exupéry que no hay que olvidar cautivó a Anne Morrow Lindbergh, esposa del “imperfecto perfeccionista”, cuya memoria recupero y honro nuevamente en esta columna.
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