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27/04/2024

De Lindbergh a Trump: de la buena voluntad a la agresión

Juan A. José / Martes, 5 Mayo 2020 - 20:52

La tarde del 14 de diciembre de 1927 una buena parte de la población de la Ciudad de México salió a las calles, o hasta se animó a acudir al aeródromo de Balbuena para recibir jubilosamente al aviador norteamericano Charles A. Lindbergh, quien así daba inicio a lo que se definió como un “Tour de Buena Voluntad” por América Latina.

Su recorrido por 15 naciones entre el 13 de diciembre de 1927 y el 13 de febrero de 1928 quedó profunda y benevolentemente grabado no solamente en los anales de la historia aeronáutica, sino en la memoria política y social de los territorios que visitó, en los que se le brindaron grandes y merecidas muestras de afecto y agradecimiento.

De alguna manera, Lindbergh, su fama y carisma fueron empleados, tanto por el Departamento de Estado norteamericano, como por el gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles para reducir la tensión entre Washington y la Ciudad de México. Y es que apenas en el año 1914 “los gringos” habían ocupado militarmente el Puerto de Veracruz, mientras que un par de años más tarde, el general John Pershing encabezó una campaña militar para capturar en territorio mexicano al general Francisco Villa, que por poco termina en una guerra directa entre ambas naciones.

Lo cierto es que, sumando a lo anterior los reclamos de los ciudadanos e intereses norteamericanos, afectados o creyéndose afectados, por la Revolución Mexicana de 1910, cuando el “Espíritu de San Luis” aterrizó en Balbuena, las relaciones bilaterales se encontraban quizás en el punto más bajo de su historia, hasta ahora...

En un artículo publicado en el “New York Times” el 9 de noviembre de 2016, el historiador y escritor mexicano Enrique Krauze, dice que hasta la llegada de Trump a la presidencia la frase “Pobre México, tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos” pocas veces correspondió a la realidad. Si bien la relación México-Estados Unidos entre estos “vecinos distantes” ha sido siempre compleja, de alguna manera, la raya que marca el límite del respeto y la agresión, parece ser que siempre le quedó clara a los presidentes norteamericanos, inclusive a los más nefastos, caso de Richard Nixon, quienes, quizás comprendiendo la importancia de la dispareja vecindad, de los intercambios sociales, culturales y económicos en torno a ella y de lo que significa la frontera sur para Estados Unidos en materia de seguridad, tuvieron la prudencia de no exhibir, por lo menos públicamente, algún desdén y repudio hacia México y hacia lo mexicano. Algunos inquilinos de la Casa Blanca inclusive llegaron a ser, o por lo menos a perecer “amistosos” con nuestro país, caso de John F. Kennedy, a quien el pueblo mexicano recibió con cariño en julio de 1962; su honesta sonrisa delataba comodidad en nuestro territorio. Ese no es el caso que quien lamentablemente, no solamente para México, sino para todo el mundo, comenzando por los Estados Unidos, hoy día encabeza el ejecutivo federal de ese país.

Pero volviendo a Lindbergh, a quien el escritor norteamericano Philip Roth presentó en su novela “La Conjura contra América” del año 2004, nada menos que como el  hipotético ganador de la contienda presidencial estadounidense del año 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, llevando a su país a tiempos muy, pero muy obscuros, propios de una dictadura de la ultraderecha, si bien es cierto que era todo un supremacista con tintes de nazi, se manejaba con tacto en sus tratos con extranjeros incluyendo nuestros paisanos, algo a lo que estoy seguro contribuyó la sensibilidad e inteligencia de su esposa, la escritora Anne Morrow, hija que quien era embajador norteamericano en México cuando el “Águila Solitaria” nos visitó en esa oportunidad.

En los Estados Unidos, han habido, hay y seguramente habrán, figuras de poder que, como mi héroe, por definición, educación o intereses han tenido grandes prejuicios contra todo lo que no sea norteamericano o tenga la piel blanca, y quizás hayan detestado a países como México, pero han comprendido que hay límites, como los que era claro tenían algunos de los miembros de la Lindbergh Collectors Society que alguna vez presidí, grupo en el que no costaba encontrarse con verdaderos racistas. Nunca voy a olvidar cuando uno de sus expresidentes que se negó siempre a celebrar en México uno de nuestros simposios, y eso que estoy hablando de un señor que vivió varios años en Monterrey, Nuevo León, al frente de una trasnacional de su país. Otro expresidente estuvo alguna vez muy cerca de reconocer abiertamente su participación en grupos supremacistas. En fin…

La diferencia entre Trump y mis ultraconservadores amigos lindberghianos es que a la hora de tratarme o de tratar a los mexicanos frente a frente, y más estando en México, lo hacían con decencia, por lo menos simulada.

¡Lindbergh! Es cierto, hablo mucho de él, y más, conforme leo y escucho sobre lo que dice, escribe y hace Donald Trump.

¿Y cómo no hacerlo si estoy tan relacionado con los Estados Unidos académica, profesional, históricamente y personalmente hablando? Baste decir que además de mis vínculos con su gran héroe aeronáutico, por lo menos una tercera parte de todos mis vuelos han tocado un aeropuerto en ese país y lo más importante es que mi primogénito vive allá, donde, para colmo, es militar en activo.

Además del dolor que me genera el sufrimiento que Trump está infligiendo a inocentes trabajadores y familias mexicanas y al comercio bilateral, siento que lo que me pone verdaderamente molesto es ver como usa su poder para tratar de extraer de muchos de sus conciudadanos algo siendo prudentes saben que deben controlar: su racismo.

Creo que es tiempo que el mundo se una, y no necesariamente contra los norteamericanos, sino contra su actual presidente. Creo que es tiempo también de decirle a esos que votaron y seguramente van a volver a votar por él, que mucho de lo que está haciendo ese señor no es legal, no es correcto, no promueve el bienestar económico de nadie y ni es moral.

Señor Trump, aprenda de Lindbergh, por lo menos, a tratar de parecer ser decente y deje de agredir sin sentido.

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