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27/04/2024

Entre El Quijote y Juan Salvador Gaviota, El Principito ya es octogenario

Juan A. José / Martes, 4 Abril 2023 - 14:14

“El Principito” cumple 80 años de publicado el 6 de abril de 2023.

Siempre dispuesto a encontrar paralelismos entre las figuras que admiro, no puedo dejar de notar que Antoine de Saint-Exupéry escribió “El Principito” aislándose en alguna residencia neoyorkina, para concentrarse obsesivamente en la redacción y preparación del libro con tal de entregarlo a tiempo a los editores, como lo hizo Charles Lindbergh en la casa de los Guggenheim con su “We”. Una diferencia en ambos procesos tiene que ver con el origen de los mismos: mientras Lindbergh decidió escribir por cuenta propia la narración de su épico vuelo entre Nueva York y París, en mayo de 1927, luego de haber rechazado por inexacta una versión fantasma supuestamente de su autoría, Saint-Exupéry tuvo que cumplir un compromiso con los libreros de “Reynal & Hitchcock”, de entregarles un texto que les debía, detonándose el florecimiento, o más bien dicho, la aparición pública y catártica con el anhelo de la infancia perdida y la insensatez de la edad adulta al centro, de un personaje (el Principito) que, hay que admitirlo, no es otra cosa que el “alter ego” de su creador, que lo reproducía en bocetos, servilletas y manteles, por ejemplo. De hecho, reunido en Manhattan con los de dicha casa editorial, a finales de 1942, le preguntaron sobre la identidad del personaje, que frecuentemente dibujaba en forma de un calvo aristócrata con una original capa, por cierto tan original como mi amigo Toño, asimismo pelón. Luego de responderles, le propusieron saldar la deuda con ellos mediante una pieza en la que constase su historia.

¿Mi amigo Toño?

Quienes me conocen, por lo menos quienes me han otorgado el privilegio de leerme o escucharme hablar del escritor galo, que también volaba o, según se quiera ver, del piloto francés que también escribía, saben que considero a mi tocayo Antoine como uno de mis mejores amigos. Y es que, cuando el mensaje de un tercero hace lo que han conseguido conmigo las palabras y actos de Saint-Ex., lo más justo es reconocerlo, agradecerlo y homenajearlo, procurando en lo posible preservar su legado. No en balde se puede leer en su libro “Terre des Hommes”, de 1939, que “no se pide ser eterno, sino que nuestros actos no pierdan de repente su sentido”.

Eternidad…

“El Principito”, como pocos libros, terminará siendo eterno. Sus primeros 80 años, como los de la vida de alguien digno de ser emulado, no son nada, sin embargo merecen ser celebrados públicamente, difundiendo lo más ampliamente posible la efeméride entre una opinión pública mundial, como nunca ávida de consuelo existencial, contexto en el que el mensaje de una obra literaria que trascendió su planteamiento original de literatura infantil, para transformarse en uno de los más influyentes textos humanistas, abarcando de manera magistral temas como el amor, la responsabilidad, la belleza, la filosofía, la amistad, la resiliencia, la ciencia, la soledad, la infancia, la patria, las artes, el dolor y, en especial, lo absurdo, tanto así que se nos olvida que el del Principito es un mensaje de despedida terrenal (suicidio), por medio del indoloro y por ende generoso veneno de una serpiente, paradójicamente resulta sano.

Entonces, “El Principito” no nació en Nueva York sino en una casa de la ciudad de Lyon, Francia, en la que un 29 de junio de 1900, vio por primera vez la luz del día un sensible, ingenuo, idealista, angustiado, enamoradizo, creativo, inconforme, tímido, descuidado, fraternal, detallista, impaciente, amiguero, inteligente, valiente, bromista, y físicamente corpulento aristócrata, llamado: Antoine Jean-Baptiste Marie Roger, conde de Saint-Exupéry.

Ochenta años en los que luego de haber consternado, confundido y hasta decepcionado, no solamente a sus primeros lectores, sino inclusive a muchos de los que en plena segunda década del siglo XXI lo van conociendo, el texto, cuyo manuscrito, creo que es justo presumir que se me otorgó el privilegio de tener en mis maños en la Librería Morgan de Nueva York, en el año 2014, sigue cautivando a propios y extraños, en mi opinión desde dos perspectivas: una gráfica, producto de la calidad creativa de un Toño con alma de artista, al concebir las acuarelas con las que lo ilustró y que han sido la base de una millonaria industria de piezas de colección decoradas con ellas; y por otra, una filosófica, relacionada con la capacidad del mensaje de un ser humano atormentado por la angustia, de tocar fibras sensibles entre aquellos que lo leen.

No solamente quien firma esta columna, sino mucho otros “estudiosos” de la vida y obra de Toño, quizás, y reitero “quizás”, hemos podido poner nuestro grano de arena, por ejemplo al publicar textos como este, para entender no solamente al “Principito”, sino también el contexto humano, literario y social que lo rodea. No hay que olvidar que “lo esencial es invisible a los ojos, sólo se puede ver bien con el corazón”. Cuando “El Principito” llegó a las librerías neoyorkinas, en idioma inglés y no en francés como pudiera esperarse de un autor galo, en plena primavera del año 1943, mi amigo Toño sabía que como el personaje, su paso por el planeta Tierra, estaba por concluir.

Acercarse a Saint-Exupéry desde una perspectiva “de normalidad”, impide comprender eso “esencial” que conlleva el secreto que recibió el pequeño aristócrata en el desierto, antes de regresar a su asteroide. Leer “El Principito” como se podría leer, digamos, un “Harry Potter”, es desperdiciar su valioso mensaje humanista, y más en un año 2023 en el que mundo está tan cerca de una nueva guerra mundial, como aquella que prevalecía en 1943. Dicho en otras palabras: hay que ponerse en los zapatos de Toño para entender a su personaje, algo que me queda claro hizo una Anne Morrow, compañera de vida y víctima de Charles Lindbergh, que enamorada de Antoine lo comprendió como pocos. Por cierto, fue este vínculo el que me acercó a Toño, invitándome a conocerle mejor para tratar de aprender más de los Lindbergh. ¡Qué cosas!

Luego llegó Richard Bach y su “Juan Salvador Gaviota” que, independientemente de demostrarnos que es posible vincular al vuelo con un profundo humanismo, con su fascinación con Toño, alimentó aún más mi interés, tanto así que un día me vi frente a Nelly de Vogue, mecenas y amante de Antoine, dama que me acercó a los sobrinos de Antoine en París, experiencia que compartí con el calor de una copa de vino y una generosa comida con el más saintexuperiano mexicano que jamás haya yo conocido, me refiero al humanista César Pérez de Francisco, como pocos, capaz de saber que en cierto dibujo no se muestra un sombrero, sino una boa que se engulló a un elefante, que en ese momento lleva dentro.

La buena noticia es que “El Principito” está al alcance de quien sea y, además, más allá de su forma de libro, se puede disfrutar con la memorabilia en base a los gráficos de sus acuarelas, que ha hecho ricos a los descendientes de las hermanas de Antoine, en ambos casos perpetuando sutilmente su mensaje existencial. La mala noticia es que solamente un reducido universo entiende por qué no solamente Toño, sino sus cercanos, sabían que aquella misión de reconocimiento aéreo del 31 de julio de 1944, sobre su natal Francia copada por nazis y vichistas y pronto por de gaullistas, sería no solamente su último vuelo, sino también su gran paso para regresar para siempre a su asteroide B612 a cuidar de su Rosa, metafóricamente refiriéndose a su esposa Consuelo.

Regresando nuevamente a Bach, creo que algunos, mi caso, dado lo que hemos recibido de los personajes aeronáuticos y de la literatura de la especialidad, tenemos la obligación de que los “Principitos” del mundo jamás pasen al olvido. En este sentido, si bien no albergo muchas esperanzas, hago votos para que mis descendientes se sumen a mi intento…

“La ingratitud es hija de la soberbia”, bien dijo otro grande e idealista personaje al que veo también como un anterior “Principito”, me refiero al Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Circula por ahí en internet cierto gráfico, cuya autoría desconozco, en el que aparece el viejo personaje de Miguel de Cervantes, llevando de la mano al pequeño emanado de la mente y la tinta de Saint-Exupéry con la frase: “Cambiemos al mundo, amigo Principito, que no es locura, ni utopía, sino justicia…”

Así lo dejo, no sin desear un feliz cumpleaños al “Principito”, que no por ser octogenario deja de ser más vigente que nunca, compartiendo con usted una imagen de su servidor ante el manuscrito original de esta inmortal obra literaria.

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