Despierto y comprendo que, por primera vez en mi vida, habito junto a la barda perimetral de un aeropuerto, es más, justo debajo de la trayectoria de una de sus pistas, en este caso, bajo los cielos de Santa Lucía, en el Estado de México.
Los caminos de la vida lo llevan a uno por muchos lares. Cuando llega uno a ese punto en el cual se comienza a hacer y a entregar cuentas, sea lo que ello signifique, algunas geografías cobran relevancia en nuestra bitácora de vida, tal y como hoy comprendo la tiene ese húmedo valle en los límites del Estado de México con el de Hidalgo, hoy día en boga en la agenda pública política y aeroportuaria de nuestro país.
Los cielos de Santa Lucía…
Formo parte de esa generación de aeronáuticos que pueden presumir, por ejemplo, el haber aterrizado al mando una avioneta, en el hoy desaparecido aeródromo de Tizayuca, como parte de unas prácticas de vuelo que me llevaban a frecuentar estos cielos, desde Pachuca hasta los límites de las restricciones asociadas a las coordenadas de la Base Aérea Militar Número 1, espacio aéreo en el que, con el tiempo, he penetrado centenares de veces observando como pasajero “desde mi ventanilla”, en aproximaciones y salidas asociadas a operaciones en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Los cielos de Santa Lucía, que albergan desde hace más de 20 años mis constantes recorridos hacia esa tierra hidalguense, mis hijos han sido generosos con la aviación mexicana, comenzando por la gesta del primer correo aéreo mexicano, a cargo del Teniente Coronel Horacio Ruiz Gaviño, entre Pachuca y la Ciudad de México. También lo han sido conmigo, por lo tanto, al estar bajo ellos hoy día como parte una cotidianeidad profesional, me siento cómodo, algo que abona a mi estado de ánimo a la hora de abordar los nuevos retos de carácter profesional aeronáutico que se me están presentando.
Desde esa plataforma escribo. He decidido contribuir en lo que esté a mi alcance y capacidad a que cierto proyecto tenga éxito, y agradecido por la oportunidad, he puesto a disposición de quien corresponda mi amor por la aviación y algunos conocimientos y experiencia que pudiera yo haber acumulado.
La tarea no resulta para nada sencilla en lo físico, en lo personal, en lo logístico ni en lo laboral. Habiendo pasado el umbral del “sexto piso”, paradójicamente, mientras unas cosas se manejan con una nueva y resignada naturalidad, otras cuestan cada día más esfuerzo, mientras que algunas, como el manejar por carretera, suponen por ahí un creciente riesgo. Y es que no es lo mismo aventurarse conduciendo los caminos de esta geografía a los 16 años de edad, tal y como lo hacía en tiempos de mi adiestramiento de vuelo como piloto, que hoy día cuando se me trata abiertamente como adulto mayor.
Hablando de personas con bastantes horas de vuelo en sus bitácoras de vida, dedico esta entrega a aquellos hombres y mujeres del aire en alas civiles y militares, para los que localidades como Ojo de Agua, Pachuca, Tecámac, Tizayuca, Zumpango y claro está, Santa Lucía, son algo más que un nuevo aeropuerto y hermosos museos dentro de una renovada y magnífica base aérea y campo militar.
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