El 26 de noviembre de 1985 despegó el transbordador Atlantis en la misión STS-61B. A bordo viajaba el doctor en telecomunicaciones Rodolfo Neri Vela, el primer mexicano en llegar al espacio. Durante siete días orbitó la Tierra, desplegó el satélite mexicano Morelos II y realizó experimentos fisiológicos que siguen citándose en publicaciones científicas. Su imagen con el traje azul de la NASA y la bandera tricolor en el hombro se convirtió en icono nacional. Millones de niños mexicanos descubrimos esa semana que un connacional podía tocar las estrellas.
Han pasado exactamente cuarenta años. Cuarenta años y, a excepción del mexico-americano José Hernández que viajó con la bandera de Estados Unidos, no ha habido un solo mexicano más en órbita. Mientras tanto, Estados Unidos ha enviado a más de 300 astronautas, Rusia a más de 120, China ya lleva 20 taikonautas y hasta países como Emiratos Árabes, Arabia Saudita o Turquía han colocado a sus ciudadanos en la Estación Espacial Internacional. México, una de las principales economías del mundo y con una industria aeroespacial que exporta 10 mil millones de dólares anuales, sigue con las manos vacías en el capítulo más visible y simbólico de la exploración espacial.
No se trata de nostalgia. Se trata de futuro. Los países que invierten en programas tripulados de espacio no lo hacen por turismo, lo hacen porque entienden que la frontera final arrastra consigo todo el ecosistema de innovación. Cuando John F. Kennedy anunció que Estados Unidos llegaría a la Luna, no sabía que estaba sembrando las bases de la informática moderna, los paneles solares eficientes, los sistemas GPS y miles de patentes que hoy sustentan su economía. Cada dólar invertido en la NASA genera entre 7 y 14 dólares de retorno económico, según estudios de la OCDE y la propia agencia estadounidense lo confirman.
México necesita su propio programa de formación de astronautas no porque queramos salir en la foto, sino porque es la forma más potente de acelerar nuestro desarrollo científico y tecnológico. Un astronauta nacional obliga al país a dominar disciplinas de punta: biomedicina espacial, materiales avanzados, propulsión, telecomunicaciones satelitales, robótica y agricultura de precisión en condiciones extremas. Cada una de esas capacidades se transfiere inmediatamente a la industria, a las universidades y a las startups.
Además, y esto es quizá lo más importante, los astronautas inspiran. Rodolfo Neri Vela recorrió México durante años contando su experiencia y miles de jóvenes decidieron estudiar ingeniería por él. Hoy los niños mexicanos admiran a Elon Musk, a Sunita Williams o a Wang Yaping, pero no tienen un referente propio. Esa ausencia de espejo es también ausencia de vocaciones científicas. Países como India o Corea del Sur lo entendieron hace décadas y hoy cosechan ingenieros de élite que lideran proyectos globales.
¿Cómo debería ser un programa mexicano de astronautas? Proponemos un esquema realista, escalonado y autofinanciado en gran medida:
- Crear un Cuerpo Nacional de Astronautas (10-15 candidatos iniciales) seleccionado entre ingenieros, médicos y científicos menores de 35 años con doctorado o maestría. Reclutamiento abierto, transparente y meritocrático.2. Firmar acuerdos de cooperación con NASA, ESA y las empresas privadas (SpaceX, Blue Origin, Axiom Space) para preparar a los primeros candidatos en los centros de entrenamiento de Houston, Colonia, o en las instalaciones comerciales de Estados Unidos. El costo por asiento en una misión comercial a la ISS ronda hoy los 60 millones de dólares; México podría negociar uno o dos asientos en los próximos cinco años a cambio de experimentos científicos mexicanos y participación industrial.3. Paralelamente, construir en México un Centro de Entrenamiento Analógico en algún desierto del norte (Coahuila o Sonora) con simuladores de gravedad cero, centrifugadoras y hábitats cerrados. El costo sería una fracción de lo que gasta el país en un solo kilómetro de autopista.4. Establecer un fondo mixto público-privado (universidades, la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, empresas aeroespaciales mexicanas como Bombardier, Airbus o Katcon, entre otras) que financie las primeras misiones. El retorno vendría en forma de contratos industriales, patentes y formación de capital humano.5. Compromiso de enviar al menos un astronauta mexicano cada lustro a partir de 2030, alternando misiones a la ISS, a estaciones comerciales (Axiom, Starlab) y, cuando llegue el momento, a la Luna en el marco del programa Artemis.
No necesitamos inventar el hilo negro: copiemos lo que funcionó en Canadá, Japón o Italia, países que han mantenido presencia humana constante en el espacio durante décadas.
Rodolfo Neri Vela demostró en 1985 que México puede. Cuarenta años después, seguir aplazando la decisión sería traicionar a la generación que creció viéndolo flotar frente a la ventanilla del Atlantis y que hoy tiene la capacidad técnica para llevar a la siguiente generación mucho más lejos.
Es hora de volver a mirar hacia arriba. No por simple orgullo patriótico, sino porque el espacio es el motor más potente que conocemos para despertar el talento de un país. México ya lo hizo una vez. Podemos y debemos volver a hacerlo.
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