
En los días recientes han ocurrido cambios que, como siempre, nos remiten al punto nodal de todas las discusiones sobre el sector aeronáutico y aeroespacial: requerimos una política pública de largo plazo. Trátese de la participación de México en la asamblea de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), del cambio de mandos en la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC), del eventual final de la alianza Delta-Aeroméxico o de la colocación en bolsa de esta aerolínea; de las obras de remodelación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) o de los planes de expansión de las empresas del Estado relacionadas con la aviación, en manos de la Defensa.
Algo que le haría bien al país es ver al sector aéreo y aeroespacial como un todo que requiere tomar decisiones de política pública para valerse de todas las empresas y organizaciones, en el avance hacia un mayor desarrollo. Se ha dicho de mil maneras: la aviación es una herramienta de Competitividad, es un pivote para el crecimiento económico, para la generación de empleos, para el desarrollo regional, para el comercio exterior, etc.
Pero cuando se toman decisiones o simplemente “suceden” acontecimientos sin que haya conexión entre un asunto y otro, no podemos augurar ningún futuro certero, porque no hay una estrategia detrás de todo, sino una serie de sucesos que bien pueden ir en direcciones contrarias y anularse mutuamente.
No es un secreto que tanto el tráfico aéreo como el crecimiento del sector en su conjunto se ha detenido en los últimos años, además de que nuestras aerolíneas enfrentan limitaciones que antes no tenían en sus principales mercados, como resultado de decisiones que se tomaron para darle otro rumbo al sector.
El problema de cambiar de rumbo es que debiera existir un plan para ello y comunicarlo a todos los actores, explicar las razones y los objetivos, buscar consenso y conseguir que gobierno, sector privado, gremios y otros actores implicados se involucren en conseguir las metas propuestas.
De otra suerte, como ha ocurrido, las empresas, los gremios, actores de la industria pasan meses tratando de entender las nuevas políticas, las decisiones, las consecuencias y además, como ha ocurrido en varias dependencias, la falta de preparación de algunos funcionarios nuevos puede tener consecuencias nefastas.
De esta forma, lo que se hubiere avanzado en el pasado ahora se pierde y no existe claridad del rumbo que ha de tomar el sector, lo cual retrasa inversiones y apuestas sólidas por el crecimiento del país.
Si el Plan México constituye el nuevo rumbo de la estrategia de crecimiento, es momento de que se incluya en él una propuesta integral de desarrollo para el sector aéreo y aeroespacial en forma conjunta. Que se defina qué vocación tendrán los aeropuertos, qué papel jugarán las aerolíneas, qué apoyos dará el gobierno (o no); qué convenios o acuerdos se harán con otros países para apuntalar el crecimiento de las empresas. Todo lo demás, así sea la Biblia de los 19 anexos de OACI, no servirá de nada para que México logre sacarle jugo a sus empresas aéreas y sus aeropuertos, sean privados o estatales, porque -parafraseando a los clásicos-, si no sabemos a dónde ir no importa qué rumbo tomemos. ¡Ya nos urge! E-mail: raviles0829@gmail.com
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