Ver las imágenes de las pasadas lluvias y las aguas que se filtraron por todos los rincones del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), hacen inevitable recordar el clásico de 1952 Cantando Bajo la Lluvia e imaginar al director JUAN JOSÉ PADILLA OLMOS, muy al estilo de GENE KELLY, intentando mitigar los efectos de la precipitación pluvial con paraguas en mano y sonrisa forzada… sobre un aeropuerto rebasado por la llamada Austeridad Republicana.
“I’m singin’ in the rain, just singin’ in the rain, what a glorious feeling…”
El AICM, principal punto de conexión de México con el mundo, exhibió su deterioro estructural y operativo como nunca antes: pasillos convertidos en riachuelos, techos colapsados bajo el peso del agua y miles de pasajeros atrapados en la incertidumbre.
Esto no es producto de la casualidad, sino el resultado de años de abandono, recortes presupuestales y una decisión política que marcará a generaciones: la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAIM), en Texcoco, para dar paso al Aeropuerto Internacional Felipe Angeles (AIFA), un aeropuerto que sigue sin cumplir las expectativas ni absorber la demanda real de los más de 46 millones de pasajeros que cada año saturan el vetusto AICM.
La falta de inversión en infraestructura básica —drenajes colapsados, sistemas eléctricos obsoletos, pistas fatigadas— muestra la dimensión del problema. La terminal capitalina, con más de 70 años de vida, opera hoy al borde del colapso técnico.
Y todo esto bajo la administración de la SEMAR, que recibió el encargo en lo que parecía una jugada de ajedrez político. Hasta la periodista TERE VALE ironizó en X:
“La verdad, mis respetos… ahora comprendo la astucia y sagacidad de la 4T al darle la operación del aeropuerto de la CDMX a la Marina… son unos visionarios en este gobierno. Aplausos.”
Mientras tanto, los viajeros se resignan a la incertidumbre y las imágenes virales hacen el resto: un país en el que el aeropuerto insignia se convierte en metáfora de improvisación, incapacidad y falta de planeación.
Al final, el recuerdo queda impregnado por esa melodía inmortal de Hollywood:
“I’m singin’ in the rain, just singin’ in the rain…”, pero en versión mexicana: desafinada y bajo un techo que gotea sin compasión.
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