“En tus manos yo aprendí a beber agua… Fui gorrión que se quedó preso en tu AIFA…
Porque yo corté mis alas y el ‘despiste’ que me dabas fue tan poco y, sin embargo, yo te amaba…”
En 2014, cuando el entonces Gobierno Federal anunció el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), la promesa era contundente: una terminal con capacidad para 120 millones de pasajeros al año, destinada a convertirse en el gran centro neurálgico de la aviación en América Latina.
Una obra que no sólo reemplazaría al saturado Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), sino que reconfiguraría el mapa aéreo de México y su proyección global.
Once años después, el NAICM no existe.
El país opera con una infraestructura fragmentada: el AICM, bajo el timón de JUAN JOSÉ PADILLA OLMOS, mueve más de 50 millones de pasajeros anuales; el AIFA, dirigido por ISIDORO PASTOR ROMÁN, utiliza menos del 25 por ciento de su capacidad; y el Aeropuerto Internacional de Toluca apenas sostiene un puñado de vuelos.
Entre los tres, ni siquiera se acercan al potencial que ofrecía el proyecto cancelado.
Mientras México crece a un ritmo modesto —94.5 millones de pasajeros en el primer semestre de 2025, según el Airports Council International – Latin America & Caribbean (ACI-LAC), apenas un 3.1 por ciento más que el año anterior—, otros países marcan otro rumbo.
Panamá consolida su hub en Tocumen con un incremento del 9.3 por ciento en el tráfico de pasajeros en los primeros siete meses de 2024, reforzando su papel como centro de conexión continental.
El Salvador, bajo la presidencia de NAYIB ARMANDO BUKELE ORTEZ, construye el Aeropuerto del Pacífico en La Unión, con proyección para cinco millones de pasajeros anuales a partir de 2027, apostando por abrir una segunda puerta internacional para un país de apenas 21 mil kilómetros cuadrados.
“Fue mi canto para ti siempre completo… Sin ti no pude volar en otro cielo… Pero me dejaste solo, confundido y olvidado, y otra mano me ofreció el fruto anhelado…”
La comparación es dolorosa: mientras otros suman capacidad y abren nuevos horizontes, México reparte operaciones entre tres aeropuertos, pierde conectividad internacional directa y cede terreno a hubs extranjeros.
Hoy, el NAICM vive solo en maquetas y renders, como un espejismo de lo que no fue y no será: un motor económico, un centro logístico de clase mundial, un punto de orgullo nacional.
En su lugar, tenemos terminales que no logran atraer el volumen ni las rutas que demanda la región.
La nostalgia por lo que no será se mezcla con la urgencia de lo que debe ser.
Porque el tráfico aéreo mundial no espera, y cada año que México se estanca, otros ocupan el espacio que dejamos libre en los cielos.
La pregunta queda abierta: ¿seguiremos viendo despegar a otros mientras aguardamos en la sala, o encontraremos la forma —y la decisión política— de construir la solución que nos devuelva el liderazgo aéreo en Latinoamérica?
“Vete a volar a otro cielo y deja abierta tu AIFA…”
¡Queda Dicho!
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