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Home Opinión

En las alas de un 27

Juan A. José by Juan A. José
31 mayo, 2022
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En las alas de un 27

¿Un 27? Lo más probable es que sean los más aeronáuticos entre mis lectores los que comprendan a qué me refiero a un “27”.

Crecientemente se está relacionando dentro y fuera de las cabinas de mando al Boeing 727, es decir el “27”, no solamente como una de las más bellas aeronaves y apasionantes para volar jamás concebidas, sino también como el gran referente del final de la era dorada del aerotransporte que comenzó con equipos como el Douglas DC-6 y el Lockheed Constellation, y concluyó con la irrupción de la masificación de la oferta y la irrupción en ella de los modelos de alta eficiencia operativa que actualmente lo caracterizan, y en los que las computadoras “con alas”, con pilotos que no son aviadores, son la norma.

Como sucedía en aquello que solían ser agradables tertulias aeronáuticas, celebradas generalmente en espacios tan “ad-hoc” como era el “Wings” de la hoy día “Terminal de Aviación General” del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), en las que personajes del calibre de un entrañable Manuel Ruiz Romero, las modernas tertulias tienen lugar en espacios como el “WhatsApp” en el que grupos tan interesantes como “Efemérides”, atinadamente moderado por el capitán Ángel Jiménez Aparicio, permiten a los interesados intercambiar, tal y como solía suceder en las tertulias, pero sin vinito o por lo menos un café de por medio, anécdotas, recuerdos, textos, información, éxitos, noticias, saludos, encuentros, alegrías y tristezas, y por ahí también en otro espacio, en este caso denominado: “Humanismo que Vuela”, propuesto por quien suscribe, en el que recientemente puse sobre la mesa de conversación un texto sobre la relación entre el “27” y otros tiempos, muy posiblemente mejores de la aviación.

Mi primera reacción fue compartir, por ejemplo, los datos de cuántos vuelos en 727 he hecho. Sin embargo, de pronto me puse a pensar en lo que este trirreactor de Boeing representa no solamente en mi vida, sino en las de muchos de los integrantes de los grupos virtuales aeronáuticos en los que participo. Recurrí a esa bitácora en la que tengo registradas todas mis intromisiones en el espacio aéreo, ya sea como piloto al mando o como pasajero, sólo para comprobar, ahora sí que en base al doctorado en “Psicología Callejera” que otorga la universidad de la vida y que todos vamos desarrollando, en este caso en materia de viajes, aerolíneas y aviones empleados, que he realizado desde el año 1971 un total de 228 vuelos en un “27” de 18 diferentes operadoras, 144 de los cuales fueron en ejemplares de la flota de mi adorada Mexicana de Aviación.

En alas de un “27” he tenido el privilegio de recorrer extensamente los cielos de México, Estados Unidos, Canadá, Centro y Sudamérica, integrando una colección de vuelos que honestamente valoro mucho, como comprendo el privilegio de ser uno de los pasajeros en el último vuelo de itinerario del 727 de la que “siempre será la primera” y debo agregar, especialmente en la era de la dupla Ballesteros-Sosa de la Vega, por mucho la mejor línea aérea mexicana. La última vez que he volado el modelo, y hablo en presente, debido que, habiendo “27s” activos, inclusive en México, caso de los operados por la Guardia Nacional, no puedo descartar por completo el verme a bordo de uno de ellos en el futuro.

Cosas de la vida… una de las veces en las que este analista se las ha visto más de cerca con la muerte, tuvo lugar en el año 1998 cuando el 727-200 de Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) que lo transportaba entre México y Panamá y finalmente con destino a dar una conferencia en Brasil, sufrió lo que la tripulación describió a los aterrados pasajeros como una seria falla mecánica que hacía dudar a los pilotos el poder lograr aterrizar de regreso en el AICM, donde una vez en tierra me comuniqué con mi amigo el doctor Luis Aragón, quien desde entonces ya estaba al frente de su Centro de Control Operativo y a quien le pregunté: -¿Que se estaba cayendo el boliviano?-, a lo que me respondió: -efectivamente, me reportaron que no iba a lograr llegar al aeropuerto y que nos debíamos preparar para el accidente-. Luis agregó: -¿Y cómo sabes que se estaba cayendo el boliviano?- -¡Porque yo iba a bordo!- repliqué. 

Es así que el “27” no solamente es la aeronave en la que más he volado, sino que además, bien pudo haberse convertido en el vehículo que me llevase a otra dimensión. Es más, le voy a confesar que recuerdo que en medio de la tensión del momento, si bien lamenté la posibilidad de no ver crecer al que a la fecha era mi único hijo, también sentí mucha paz y morbosamente pensé en lo que dirían mis amistades en caso de convertirme una estadística en un accidente aéreo ante la ironía de que Juan Antonio terminase su vida en un accidente aéreo y más en uno involucrando a un Boeing 727 camino a hablar de Charles Lindbergh.

Por lo anteriormente expuesto, creo que es justo decir que cada vez que estoy ante un 27, veo uno operar, o cada vez que el modelo es tema de conversación, me lleno de emoción como la que sentí hace unos días al ingresar y hasta sentarme “en el asiento izquierdo” de la cabina de pilotos de un “200”, otrora de Mexicana, en el que alguna vez volé como pasajero, preservado y lo más importante: mostrado al público a todo lo que da, por dentro y por fuera, en el Museo Militar de Aviación (MUMA), recientemente inaugurado en la Base Aérea Militar Número 1 en Santa Lucía, Estado de México.

Es así que invito tanto al que el “27” le “mueve algo”, como al que no sabe realmente lo hermoso que es, a darse una vueltecita al MUMA para acercarse y abordar una aeronave que jamás dejará de ser la favorita de muchos y de muchas, hayan o no formado parte de su tripulación.

Como decía el desplegado que Mexicana publicó en el periódico Reforma una mañana de mayo del año 2003, cuando lo retiró del servicio regular en un vuelo entre Monterrey y la Ciudad de México, que tuve el privilegio de compartir, entre otros con Ruiz Romero: 

¡Gracias Boeing 727!

Tags: BoeingBoeing 727

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