Las dos últimas semanas se han caracterizado por la cobertura del ya multicitado y famoso “coronavirus”. Sin duda es un tema importante, y el riesgo no es despreciable en lo más mínimo ni remoto. Pero llama la atención cómo se ha creado un “halo informativo” en torno a este tema, en ocasiones rayando en posturas ligeramente exageradas y que por su naturaleza obvian detalles trascendentes. De entrada de banda -y sin intención se convierta esta en una columna de infectología o epidemiología- el término “coronavirus” hace alusión a un elevado número de infecciones, de las cuales la medicina contemporánea ha tomado amplio reconocimiento desde hace años. Lo que en esta ocasión ha generado el impacto mediático y psicológico global asociado a la noticia es dónde se originó, bajo qué condiciones, y el número de infectados.
Las tres preguntas anteriores están rodeadas de una aura de misterio, ya que estas remotas provincias de China siguen siendo un misterio para el mundo, el propio gobierno chino ha cambiado la versión oficial del origen de esta pandemia en al menos tres ocasiones, existen muchas interrogantes en torno a la misma, las autoridades locales han ocultado o disfrazado muchos datos esenciales para el adecuado dimensionamiento epidemiológico, y existen profundas asimetrías entre los datos oficiales del número de infectados y las acciones de contención del virus. De lo contrario, que alguien nos explique para qué se construyó en menos de diez días un centro de atención hospitalario para 10,000 personas, se declaró una cuarentena a toda una ciudad, hay pánico en la comunidad internacional, para “oficialmente” menos de 100 casos. Considerando que China tiene una población de 1,390 millones de habitantes. Los números nos debe decir algo.
De manera paralela, la comunidad internacional ha expresado su gran preocupación por los riesgos de transmisión de esta cepa del coronavirus por la vía aérea. Ciertamente este es un tema de gran relevancia, y que debemos analizar con extremo cuidado. Así como la aviación nos sirve como un mecanismo de vinculación entre países, regiones y continentes, también es un riesgo que en ese tránsito exista la posibilidad de transmisión y propagación de enfermedades infecciosas. Algunas enfermedades son más fáciles de transmisión que otras, evidentemente; y aquellas cuyo medio de difusión es por el aire tienen más posibilidades de contagio que otras infecciones. Si a eso le sumamos la posibilidad de que sean aerotransportadas por medio de contenedores (y un avión es básicamente un contenedor presurizado que es transportado por la vía aérea a grandes velocidades) tenemos la receta perfecta para la propagación infecciosa a gran escala y a velocidades considerables.
Simplemente, este es uno de los riesgos de la aviación contemporánea y debemos asumirlo como tal. El tema tampoco es nuevo. Ya desde la década de 1980 la Organización Mundial de la Salud y otras entidades de Naciones Unidas han señalado que existen riesgos de propagación de enfermedades por medios aeromóviles y aerotransportados. De hecho, enfermedades como el ébola, SARS, H1N1 y algunos tipos de infecciones por priones han sido tema de extrema preocupación por la comunidad médica global debido a su tasa de contagio y capacidad de transmisión y difusión, y se generaron eficientes e importantes protocolos de atención y contención epidemiológica incluyendo destacadamente en el transporte aéreo. Interesante es que algunos de estos grandes “focos rojos” para la salud global no fueron tan destacados por los medios (¿tendrá que ver que la mayoría de estos casos fueron por brotes en remotas regiones de África, donde por lo general la mayor parte de las personas no se identifica o considera importante?).
El hecho es que en el año 2020 existen buenos protocolos de atención y prevención de transmisión de enfermedades infecciosas por la vía aérea (entre ellas el coronavirus en turno), y hasta el momento están siendo efectiva debido al relativamente bajo número de contagios en otros países. ¿Estos métodos son infalibles? Por su puesto que no. Desde marcos de seguridad y detectores térmicos hasta otros tipos de tecnologías más sofisticados, estas son herramientas que coadyuvan a los Estados a mantener segura a su población de amenazas epidemiológicas externas, como parte de una Estrategia Nacional Integral de Salud Pública. Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia son ejemplos claros de este tipo de programas, y aunque se han presentado casos de coronavirus en su territorio la atención al personal infectado ha sido inmediata, eficiente y contundente. Para pronto: los protocolos de atención y contención epidemiológica por vías aerotransportadas han funcionado bien hasta el momento.
Ahora volteemos la mirada a nuestro querido país. Hace apenas unos días en diversos medios nacionales e internacionales se externó que aparentemente un ciudadano de nacionalidad china que visitó la capital mexicana fue detenido en Estados Unidos mientras regresaba a su patria natal tras sus vacaciones, en razón que las medidas de detección preventiva (en este caso reactiva) de nuestros vecinos del norte determinaron el mismo estaba infectado por el coronavirus. Si esta nota es confirmada, eso quiere decir que al menos cientos de mexicanos han sido expuestos a esta infección, en particular por las áreas que visitó esta persona. Esto no quiere decir que nos enfrentamos a una crisis epidemiológica masiva, solo que existe el riesgo (bajo, pero existe).
Es justo la coyuntura y momento que nuestras autoridades sanitarias y de Seguridad Nacional tomen medidas considerables en el tema para el bien de la población. Reconociendo que la tecnología preventiva existe y está disponible, así como están bien definidos y a la mano amplios y múltiples instrumentos de cooperación internacional para la prevención oportuna de la difusión de esta y otras enfermedades, resulta sorpresivo que numerosas autoridades nacionales se encuentren francamente mal preparadas (si acaso) ante esta potencial contingencia. Las medidas preventivas de transmisión de esta y otras infecciones por la vía aérea es insuficiente, y en la coyuntura global, urgentes. Es entonces un llamado de atención imperativo para el Estado Mexicano para afinar sus prioridades y reconocer que somos partícipes de una gran comunidad internacional, y que debemos “subirnos” a la tendencia global si queremos ser tomados en consideración más adelante. En otras palabras, más directas y llanas: debemos de sumarnos al esfuerzo global por la Seguridad Aérea Integral, y no estar “rifando aviones in-rifables”. Lo primero nos lleva al camino de la cooperación y la corresponsabilidad; lo seguro a ser la burla global.
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