Ya que estamos en una coyuntura donde la sabiduría popular esta siendo privilegiada, sea entonces oportuno dar crédito irrestricto a la misma al invocar uno de sus más grandes preceptos: “Quien no sabe a dónde va, cualquier camino lo lleva”. No puedes estar perdido si no tienes rumbo, y no puedes perderte si no tienes un destino definido.
Este es tal vez el motivo y causa de las críticas de inconsistencia que pesan sobre el nuevo Gobierno: más allá del escarnio y la oposición, parece que no hay realmente un objetivo claro, definido y congruente para el futuro de México en el esquema político de la próxima administración, y esto es particularmente preocupante en el sector aeronáutico y aeroespacial.
Si bien el próximo presidente del país y su futuro secretario de Comunicaciones y Transportes han referido en numerosas ocasiones que va a haber “desarrollo”, “lugar para las inversiones”, y “crecimiento”, por innegablemente buenas que sean dichas intenciones, los objetivos no se determinan por un discurso abstracto. Para la acotación de los mismos hay criterios metodológicos claramente definidos e indiscutibles: deben ser claros, tener un sentido puntual y específico, deben ser acotados temporal y espacialmente, deben estar justificados, y deben explicitar el cómo van a ser consolidados.
En otras palabras, para manifestar un objetivo debe responderse a las siguientes preguntas: ¿qué?, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué? y ¿para qué? Cuándo hablamos de Administración Pública a estas preguntas deben añadirse otras tres: ¿con qué recursos?, ¿quién lo paga? y ¿quién es responsable/titular?
En virtud del actual proceso de transferencia de la titularidad del Estado mexicano, las respuestas a estas interrogantes deben convertirse en Objetivos Estratégicos del Estado, siendo su principal antecedente los Intereses Estratégicos Nacionales (que siguen un criterio de formulación diferente, que escapa al objetivo de este texto) y que deben convertirse en un Plan Estratégico Nacional, desprendido de un Plan Nacional de Desarrollo que esperamos ver dentro del primer semestre de la próxima administración.
En otras palabras: el sentimiento de confusión, crítica, frustración y turbulencia que experimenta el sector aeronáutico nacional se verá solucionado cuando el nuevo Gobierno explicite públicamente cuáles son sus Objetivos Estratégicos, con su correspondiente Plan Estratégico para consolidarlos.
En tanto, los efectos de las lamentables determinaciones de semanas anteriores seguirán vigentes, y lo único que la próxima administración puede hacer al respecto es gestionarlos y diluir sus consecuencias. Sin embargo, para tal fin debe ofrecer metas claras que justifiquen sus decisiones anticipadas, y un plan bien definido, objetivo y acotado que le permita alcanzar dichas determinaciones. Sólo de esta manera se podrá dar certidumbre a uno de los sectores estratégicos más importantes para el Estado Mexicano, y podremos dar continuidad a un proceso de congruencia y compatibilidad con el sector aeronáutico y aeroespacial internacional.
Anticipamos al reflexivo lector que el proceso para alcanzar tal condición es simple. De hecho, el proceso metodológico para determinar los Objetivos Estratégicos, el Plan Estratégico y su correspondiente Gestión Estratégica es bastante lineal, claro y eficiente. En suma, se trata de un conjunto de disposiciones y premisas conceptuales (cómo concebimos las cosas) y operacionales (cómo las medimos y llevamos a cabo) que, si las seguimos empíricamente, muy difícilmente podríamos errar en el resultado.
Los criterios esenciales para la generación de estas piedras angulares de la Administración Pública en materia aeronáutica y aeroespacial en México, serán discutidos a mayor detalle en futuras colaboraciones de este espacio. Pero cabe anticipar que, para determinar las Aspiraciones, los Intereses y los Objetivos Estratégicos de una nación, primero que nada hay que desarrollar una Visión Estratégica.
Por este término debemos entender un constructo en el largo y muy largo plazo en el que se establece a dónde y en qué condiciones se proyecta nuestro modelo de país, de nación y de sociedad. Se trata de un proceso en permanente elaboración y reflexión, de carácter individual y colectivo y en el que día tras día debemos elegir qué queremos para el mañana, cómo lo queremos y en qué condiciones lo queremos.
Esa visión es un anhelo que orienta nuestros recursos y acciones y, aunque tal vez nuestra generación no vea ni experimente esos beneficios y aspiraciones que vislumbramos para hoy, al menos nos brinda el consuelo de que futuras generaciones sí puedan gozar de ellos.
En la próxima entrega se plantearán muy sintéticamente qué criterios, condiciones y estándares conceptuales de carácter mínimo debe considerar el Estado Mexicano en su conjunto –es decir, el ente conformado por una sociedad organizada en una población comprometida, un sector privado propositivo y con iniciativa, y un Gobierno materializado en instituciones proactivas y con una dinámica de innovación– hacia el sector aeronáutico y aeroespacial para las próximas décadas, y cómo tales consideraciones son congruentes y consistentes con la tendencia global del siglo XXI.
Este camino ya esta trazado, por lo que sólo nos corresponde identificarlo, seguirlo y, con base en nuestra visión al porvenir, ampliarlo para consolidar un liderazgo en ese innegable futuro que nos espera, si decidimos aceptarlo.
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