Poco se puede decir ya de lo ocurrido en la Ciudad de México en diversas ciudades del país el pasado lunes 8 de marzo. Lamentable, trágico y reprobable fue todo el contexto de lo ocurrido, particularmente por que una vez más legítimas demandas sociales tuvieron que elevarse en tono a la violencia para reclamar atención necesaria, urgente y obligada de las autoridades federales de nuestro país. La discusión y reflexión de este importante tema escapa a esta columna y espacio por su tema y tenor; pero eso no implica debemos hacer caso omiso de lo ocurrido ni demandar por todos los medios y contextos posibles la imperativa e inmediata atención a este fenómeno social y a sus orígenes esenciales por parte de las autoridades. No es una prerrogativa gubernamental, es una obligación de Estado atender las inexcusables condiciones que dan forma a las exigencias de todas y cada una de las mujeres en suelo mexicano.
Dejando de lado por cuestión temática esta importante discusión, atraigo la atención del lector a varios sucesos ocurridos durante la manifestación ya referida en la Ciudad de México. Particularmente cuando en la tarde del evento, en el Zócalo de la ciudad y específicamente en Palacio Nacional se avistaron aparentes elementos del Ejército Mexicano (o de algún grupo de seguridad presidencial) en el techo de este inmueble y de otros aledaños con lo que parecían ser armas de fuego con miras telescópicas. Muchos inicialmente confundieron a este personal con francotiradores (la historia y el contexto invocan la figura), o con personal castrense armado para fines de represión. Indudablemente esto último fue cierto -solo basta con ver las imágenes, innegables y totalmente claras a plena vista- pero técnicamente no están en lo correcto en lo que se refiere a las intenciones o capacidades del armamento expuesto.
Lo que muchas personas confundieron con rifles de francotirador -en buena mediada gracias a las imágenes de equipos que parecen fusil con culata y agarradera tipo pistola, así como mira telescópica- eran en realidad equipos Hikvision Anti Drone, o UAV Jammers. Estos dispositivos se encuentran diseñados con la finalidad de inhabilitar vehículos aéreos no tripulados al interferir con sus sistemas electrónicos, derribándolos por medios electromagnéticos. Por su naturaleza y capacidades son de relativamente corto alcance, requieren de precisión del operador del dispositivo, y no necesariamente son confiables. Además, son considerablemente costosos.
Estos dispositivos UAV Jammer se diseñaron como una respuesta táctica para deshabilitar drones relativamente pequeños. Desde hace años existen en el mercado dispositivos mucho más potentes, más discretos y permanentes para deshabilitar drones, particularmente en Áreas de Exclusión Aérea para fines de seguridad. Sin duda, Palacio Nacional debería ser una instalación estratégica que debería contar con estos equipos permanentes. Pero por lo que vimos aparentemente no es así, y eso es muy preocupante.
Palacio Nacional, así como las principales Secretarías de Estado y otros inmuebles son Instalaciones Estratégicas del Estado Mexicano, las cuales por su naturaleza y relevancia nacional deben ser protegidas para preservar su integridad física. Lo anterior implica forzosamente también la protección aérea y por ello deberían contar con equipos especializados para la protección ante amenazas aéreas, entre ellas los drones, y ser considerados como Áreas de Exclusión Aérea.
El problema esencial es que esto no es así, aunque sean claramente Instalaciones Estratégicas. Aunque en administraciones anteriores existían ciertos mecanismos de seguridad y protección aérea - mismos que no es prudente ni relevante discutir a mayor detalle en este espacio- el que hayan aparecido en escena estos dispositivos portátiles nos habla de tres cosas esenciales para nuestra discusión y reflexión:
- Aparentemente las medidas preventivas permanentes para impedir ataques aéreos de drones ya no están en operación. Preocupante.
- Deben recurrir a dispositivos portátiles de corto alcance para impedir un ataque con drones a Palacio Nacional. Muy preocupante.
- Aparentemente se dieron cuenta de la amenaza que representa para la integridad física de la sede del Poder Nacional un ataque con drones en plena manifestación social que estaba francamente fuera de control. Definitivamente alarmante.
Decir que no estaban preparados o que no anticiparon posibles atentados aéreos a Palacio Nacional y a otras instalaciones estratégicas es una franca falacia. Desde hace años se ha elevado y presentado esta posibilidad, y en su momento se invirtieron cantidades considerables para elevar las condiciones de seguridad física de numerosas instalaciones. De hecho, personal militar, naval y aéreo fue adiestrado y especializado tanto en el país como en el extranjero en el empleo de equipos anti UAVs. Entonces ¿por qué salen como emergentes con dispositivos que claramente son de corto alcance y sólo hasta que vieron varios drones volar? ¿Y las medidas permanentes de seguridad emplazadas? La evidencia nos dice que las buenas prácticas y costumbres de seguridad preventiva en esta administración se están dejando de lado alarmantemente.
Pero otro problema a discutir fueron los drones que derribaron con estos equipos. Esperaríamos ver UAVs grandes, con capacidad de carga de pintura, explosivos, u otro tipo de instrumentos para apoyar a los manifestantes con capacidad de ejercer violencia. Pero no, derribaron drones pequeños “armados” con cámaras, usados para fines periodísticos no ofensivos ni invasivos. De hecho, hasta el momento no se reporta que ninguno fuera derribado sobre Palacio Nacional, solo en el Zócalo. Es decir, eran totalmente inofensivos, y su función era dar cobertura mediática y visual a la manifestación; no estaban diseñados ni equipados para un “ataque a Palacio Nacional” como algunos funcionarios quisieron dejar ver.
Esto nos lleva al punto final de reflexión de esta columna semanal. Efectivamente, los drones pueden ser usados como un arma. Innegablemente, en el pasado se han usado para tales fines, y pueden ser equipados con explosivos, armas biológicas y/o químicas, o ser usados como un proyectil en si mismo. Esto es cierto, y todas las instalaciones estratégicas del Estado Mexicano deben contar con contramedidas ante estas amenazas de manera permanente, no improvisada o emergente.
Pero lo que vimos en el 8M en la Ciudad de México no fue eso. Eran drones para obtener imágenes, no ofensivos ni en espacios restringidos. Esto quiere decir que para algunos actores y autoridades estas “potenciales amenazas” fueron totalmente descontextualizadas, porque estos dispositivos no fueron identificados oportunamente por lo que realmente eran. Es así que, casi como el resto de la manifestación, existió una profunda desconexión entre la realidad y la percepción, así como en la elaboración de narrativas justificantes y de ataques imaginados. Se sigue buscando, en consecuencia, desvirtuar actos inofensivos, legales y justificados dándoles un tinte totalmente descontextualizado y absurdo.
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