En mi colaboración anterior escribí algunos datos técnicos y razones -no sólo mías- por las que me parece que el aeropuerto de Toluca es inviable para operación comercial, y me comprometí a escribir este día sobre algunas cuestiones técnicas del proyecto Santa Lucía-Benito Juárez, acompañado de mis razones para pensar que tampoco es viable.
Sin embargo, y después de pensarlo por una semana, llegué a la conclusión de que todo o casi todo lo que se puede decir sobre la cancelación del proyecto Texcoco ya se ha dicho, y también lo que se refiere al proyecto Santa Lucía impulsado por AMLO y compañía, que pinta para ser uno de los mayores errores del sexenio que está por iniciar.
Sobre estos temas se han pronunciado los expertos y técnicos más reconocidos de México, incluyendo pilotos, controladores de tráfico aéreo, ingenieros aeronáuticos, ingenieros civiles y ambientalistas. Y no olvidemos que desde el plano internacional han opinado asociaciones de aerolíneas (IATA) e instituciones como MITRE, empresa que respaldada por sus más de siete mil quinientos expertos en aeronáutica, matemáticas, programación e ingeniería, ha intervenido en proyectos de infraestructura aérea en Francia, Rusia, China, Inglaterra y otras ciudades, en donde se han construido los aeropuertos más eficientes del planeta.
Sigo pensando que la cancelación de Texcoco -que hubiera sido el segundo aeropuerto más grande del mundo, una vez terminada su última etapa- fue una decisión incorrecta: de hecho, ha sido calificada por economistas de prestigio mundial como una “estupidez” por todas las consecuencias que acarreará a futuro.
Por si fuera poco, somos cada vez más los que cada día estamos convencidos -porque está a la vista- de que la cancelación de Texcoco se debió a cuestiones de intereses creados, compadrazgos de años y estructuradas maromas políticas.
Y es que ya ni siquiera se ha hablado de dinero porque tal parece que eso es justo lo que sobra en México cuando, sin el menor aspaviento, se decide tirar a la basura cientos de miles de millones de pesos en un país en el que millones de paisanos viven en extrema pobreza. Y todo con el aparente visto bueno de los propios inversionistas nacionales, que ya se frotan las manos ante la promesa de ser resarcidos en sus gastos y premiados con la asignación de más obras sin previa licitación.
Además, aún está por verse cuál será la respuesta de los inversionistas extranjeros y los tenedores de los 6 mil millones de dólares en bonos del gobierno.
Siguiendo los consejos de personas que no tienen la preparación ni la experiencia para tomar decisiones sobre un proyecto que prometía muchas ventajas sociales y económicas para nuestro país, el presidente electo ha tomado la peor decisión sobre una infraestructura estratégica, dejando de lado las opiniones de verdaderos expertos y desdeñando casi veinte años de estudios. Y ni hablar de su consulta popular que fue una total burla para un país que se dice democrático, especialmente para aquellos que votaron con la mejor de las intenciones.
Seguramente serán esas mismas personas de su círculo cercano y esos millones de seguidores quienes algún día se convertirán en la peor pesadilla del Sr. López, porque está visto que solo se preocupa por sus propios intereses y no por los de nuestro México.
En última instancia ni Rioboó, ni Samaniego, ni mucho menos Jiménez Espriú tienen los conocimientos técnicos, de administración de espacio aéreo, de reglamentos de vuelo y de leyes nacionales e internacionales, para hacer lo que pretenden hacer -con un simple plano sobre las rodillas- de su proyecto Santa Lucía-Benito Juárez-Toluca.
Ya veremos lo que sucede en las semanas por venir y luego de la toma de posesión del nuevo presidente de México, quien además deberá enfrentar los puntos de vista y acciones de los reguladores aeronáuticos de los Estados Unidos (FAA) y de las Naciones Unidas (OACI) sobre este tema, además de una oposición más unida, preparada, consciente y crítica. Me atrevería a decir que no le va a gustar el puesto, al tiempo.
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