
Cuatro horas. Eso fue todo lo que necesitó un puñado de drones “grandes” para apagar Copenhague la noche del 22 de septiembre: aeropuerto cerrado y al menos 15 vuelos desviados. Días después, Aalborg repitió el guión con dos cierres en 24 horas. En paralelo, al norte de Alemania aparecieron drones sobre un astillero, una refinería, un hospital y una base militar. Francia, además, abordó un petrolero de la “flota en la sombra” sospechoso de apoyar estas operaciones. La Unión Europea reaccionó con una malla antidrones de alcance regional. La pregunta para México no es si aquello nos concierne, sino cuándo nos tocará un episodio similar en Cancún, Tulum, Veracruz o Dos Bocas.
El origen del problema está en el mar. La hipótesis operativa que comparten autoridades y prensa europeas es: buques cercanos a la costa lanzan y recuperan drones para forzar cierres puntuales, medir tiempos de reacción y recolectar inteligencia, sin necesidad de un ataque cinético. Es un truco de llaves pequeñas que abren puertas grandes: con pocos recursos, se provocan costos gigantes en aviación civil y en servicios estratégicos.
La siguiente escena se escribió en Schleswig-Holstein, Alemania. Drones sobrevolaron la planta naval de Kiel, la refinería de Heide, instalaciones públicas y una base militar. Berlín abrió investigaciones por espionaje y sabotaje y, algo antes impensable en su marco legal, puso sobre la mesa habilitar a las fuerzas armadas para derribar drones en territorio nacional en casos graves. El patrón no olía a travesura; olía a ISR (reconocimiento, vigilancia e inteligencia): mapeo sistemático de objetivos, horarios y perímetros.Luego vino el golpe marítimo. La Marina francesa interceptó el petrolero Boracay (alias Pushpa) y lo condujo a Saint-Nazaire, bajo sospecha de haber servido de plataforma. El presidente Macron habló de una “flota en la sombra” de entre 600 y 1,000 buques capaz de habilitar operaciones con drones a corta distancia de aeropuertos civiles. Ese expediente dejó de ser solo un problema de sanciones: ahora es seguridad marítima y portuaria.
La respuesta europea no fue comprar “otro inhibidor” suelto, sino diseñar arquitectura. Los ministros de defensa aceleraron una “drone wall”: una malla antidrones distribuida con sensores de baja altitud, detección por radiofrecuencia, guerra electrónica e interceptores, todo coordinado para que la alerta en un puerto sirva también a un aeropuerto cercano. La lógica es simple: ver antes, ver juntos y actuar en minutos con reglas claras.
¿Y México? Somos un país marítimo con aeropuertos y nodos energéticos pegados a la costa. Un buque fondeado “en regla” puede acercar drones sin cruzar aduanas ni carreteras. El costo es brutalmente asimétrico: con miles de pesos en equipo comercial modificado puedes forzar la detención de operaciones que valen millones por hora. Y la reputación también se juega: un cierre en Cancún o Tulum pega en turismo; uno en Veracruz, Dos Bocas o Ciudad del Carmen golpea energía, logística y precios.
Imagine una escena probable. Tráfico alto en Cancún. Un dron entra en espacio controlado durante una aproximación. La torre detiene operaciones. Vuelos demorados, conexiones perdidas, hoteles reclamando, titulares globales. A unos kilómetros, un buque cambia de bandera y de nombre. Nadie dispara. Nadie detona nada. Y sin embargo, el daño ya se hizo.
La solución no es un gadget milagroso. Es una defensa distribuida con tres patas:
Detección en capas: integrar radares de baja altura, sensores RF y alertas acústicas y compartir una sola imagen aérea entre aeropuertos, Capitanías de Puerto y la Armada.
Ventanas limpias de drones: coordinar sobre mar y costa durante despegues y aterrizajes críticos, igual que se planifica la maniobra de un buque con práctico y remolcadores.Reglas de intervención: definir quién ordena inhibir o derribar, con qué medios y bajo qué amparo legal cuando la amenaza cruza de aguas internacionales a un CTR.
Conclusión.
Europa aprendió en una semana lo que cuesta subestimar la “maritimización” del dron: cierres visibles para el público y, debajo del ruido, recolección de inteligencia. México puede adelantarse. No se trata de comprar el último inhibidor, sino de institucionalizar una arquitectura que una mar y aire, asigne decisiones en minutos y reduzca el tiempo cuando haya que cerrar.
Para abrir el debate: ¿aceptamos cierres recurrentes o invertimos ya en detección en capas y reglas de intervención claras? La ventana para responder se mide en minutos; el costo de no hacerlo, en horas de aeropuerto parado y años de vulnerabilidad.
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