Tengo un amigo aeronáutico oaxaqueño con el que recientemente departí respecto a la aviación en su entidad. Hasta donde sabe, el avión “Pegasus” de la compañía Oaxaca Aerospace, simple y sencillamente no ha despegado un centímetro del suelo, sí es que alguna vez lo hará.
Los que sí han volado y recientemente han sido finalmente certificados por la Agencia Federal de Aviación Civil como aeronaves ligeras deportivas son los aviones “Halcón” de la guanajuatense Horizontec, emprendimiento celayense al que le costó mucho tiempo y esfuerzo ganarse la confianza de la autoridad aeronáutica certificadora mexicana.
¿Cómo es posible que la aeronáutica mexicana haya pasado de las glorias de los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas (TNCA) de los que hace casi una centena de años emanaban aviones 100% locales a malogrados esfuerzos como el “Pegasus” como estandartes de las modernas construcciones aeronáuticas en México?
¡Cuidado! No estoy hablando de aquello sumamente importante, inclusive a nivel global, que en materia de maquila hacen empresas aeroespaciales extranjeras en geografías del centro y norte del país o de los emprendimientos nacionales en la rama de los drones, sino de aeronaves pequeñas propias de la instrucción, el vuelo privado o el deportivo.
¿Qué pensaría el que considero el padre de la aeronáutica civil mexicana y cabeza más reconocida de los TNCA, el ingeniero Juan Guillermo Villasana, no solamente del estado de nuestras construcciones aeronáuticas, sino también de la mala calidad de la gestión regulatoria por parte de una autoridad nacional en la materia con tantas carencias para garantizar operaciones aéreas seguras en los cielos mexicanos con el consiguiente desprestigio internacional?
A cien años de distancia de haberse sentado las bases de una aeronáutica mexicana que desde la plataforma militar por décadas estuvo en condiciones de defender por vía aérea al país o de honrarlo con su digna participación en la Segunda Guerra Mundial con su Escuadrón 201 o desde la plataforma civil, convirtiéndose en un ejemplo de sano desarrollo y de una gestión aeronáutica gubernamental de primera para toda América Latina, exportando equipos y talento, los mexicanos, salvo honrosas excepciones, no tenemos mucho de qué sentirnos orgullosos ni de sus armas aéreas, ni de su aviación civil y claro está, de su industria aeroespacial nativa.
La verdad es que me dan envidia economías similares a la mexicana, caso de la brasileña, hoy día una potencia aeronáutica que sacaría de su depresión a su prócer Alberto Santos Dumont. Sobra decir que a nuestro ingeniero Villasana lo tendríamos que consolar y mucho.
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