
La dinámica de la exploración lunar ha experimentado una transformación fundamental, pasando de la emblemática carrera de “banderas y huellas” de la era Apolo a una contienda contemporánea de “infraestructura” y “presencia sostenida”. En el centro de esta nueva competencia se encuentra el desarrollo y despliegue de un reactor nuclear de fisión, una tecnología indispensable para superar las severas limitaciones de la energía solar en el entorno lunar. La noche lunar, que dura 14.5 días terrestres, y las regiones permanentemente sombreadas / Moon’s permanently shadowed regions (PSRs) ricas en recursos hídricos, hacen que una fuente de energía constante sea un imperativo estratégico. Esta carrera no es una mera búsqueda científica, sino una disputa geopolítica por la influencia, la seguridad y el acceso a los recursos críticos, utilización de recursos in situ / in situ resources utilization (ISRU). Si bien, el Tratado del Espacio Ultraterrestre (OST) de 1967 prohíbe las reclamaciones territoriales, crea una “ventaja de ser el primero en actuar” mediante sus disposiciones de “debida consideración” (Artículo IX del OST). Los conceptos de “zonas de exclusión” y “zonas de seguridad”, permanecen aún sin una definición internacionalmente aceptada; con ello, el marco actual del derecho espacial de 1967 está puesto a prueba por la competencia geopolítica moderna expresada en la nueva carrera espacial, las capacidades tecnológicas y el futuro de la gobernanza espacial.
En este contexto, Estados Unidos (EE.UU.), a través de la NASA y su programa Energía de Fisión de Superficie / Fission Surface Power (FSP), ha intensificado drásticamente su plan (cronograma) y ambición en una respuesta directa a la alianza espacial entre China y Rusia. El pasado 8 de agosto, el administrador interino de la NASA, Sean Duffy, emitió una directiva para acelerar el desarrollo de un reactor de 100 kilovatios (kWe: “kilovatio eléctrico” en energía y electricidad, representa la potencia de salida de un generador), con el propósito de que esté operativo para 2030. La directiva nace de la preocupación geopolítica de que China y Rusia pudieran instalar primero su propia central nuclear lunar, lo que les otorgaría ventajas estratégicas y limitaría el acceso de EE. UU. a la Luna. Esta urgencia se justifica públicamente en la seguridad nacional y el temor a que la coalición sino-rusa establezca “zonas de exclusión” en la Luna que limiten el acceso de otras naciones.
La directiva solicita a la industria nacional que presente propuestas para construir el reactor nuclear de 100 kWe para desplegarlo en la Luna a más tardar en 2030. El objetivo es suministrar energía continua para bases lunares permanentes (incluidos los asentamientos humanos), incluso durante las dos semanas de oscuridad de la noche lunar. Esta iniciativa se considera clave para el programa Artemis (la misión Artemis 3 de la NASA tiene por objeto enviar humanos a la superficie lunar en 2027, pero ha enfrentado una serie de contratiempos e incertidumbre financiera en la administración Trump), para contrarrestar los planes de China y Rusia de instalar una central nuclear lunar, así como para asegurar la ventaja tecnológica de EE. UU. en la nueva carrera espacial. La agresividad del cronograma, sin embargo, se enfrenta a desafíos técnicos y logísticos significativos, como el hecho de que los diseños iniciales de la industria superaron el objetivo de peso, lo que ha obligado a la NASA a relajar la masa permisible a 15 toneladas para el nuevo objetivo de potencia; lo que sugiere una priorización de la velocidad sobre la optimización técnica.
Por su parte, la alianza entre China y Rusia opera bajo un modelo de cooperación multilateral a través de la Estación Internacional de Investigación Lunar / International Lunar Research Station (ILRS), invitando a más de una docena de países e instituciones a participar. De acuerdo con la Oficina de la Naciones Unidas para los Asuntos del Espacio Ultraterrestre / United Nations Office for Outer Space Affairs (UNOOSA), el principal contratista de la Administración Espacial Nacional de China / China’s National Space Administration (CNSA), es la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China / China Aerospace Science and Technology Corporation (CASC), que desarrolla y fabrica naves espaciales y vehículos de lanzamiento para los diversos proyectos de la CNSA, incluida la ILRS. Además, el Laboratorio de Exploración Espacial Profunda / Deep Space Exploration Laboratory (DSEL), actúa como contratista principal de la propia ILRS y colabora con diversos socios internacionales para llevar a cabo el proyecto.
El cronograma chino es más conservador y parece más pragmático, con una fecha objetivo de 2035 para la instalación del reactor. A diferencia del enfoque acelerado de los EE.UU., los estudios técnicos chinos reclaman una superioridad fundamental en el diseño de su reactor. Su propuesta, que utiliza un moderador de hidruro de itrio y barras de combustible anulares, aparentemente -de acuerdo con información disponible en sitios oficiales- es un 75% más eficiente, requiere significativamente menos combustible (18.5 kg vs. los 70 kg del diseño de la NASA) y tiene una vida útil más larga (10 años vs. 8 años).
En la evaluación de qué país tiene mejores posibilidades de “ganar” esta carrera, el análisis concluye que el éxito no se define por un solo factor. La preeminencia de los EE.UU. en el cronograma (si lo logra) podría ser mitigada por el potencial de China para desplegar una tecnología más eficiente y sostenible en el largo plazo. De igual forma, el modelo de “poder blando” (soft power) de China, que busca una amplia colaboración internacional, podría otorgarle una ventaja geopolítica duradera versus el enfoque nacionalista y confrontacional de los EE.UU.
La justificación estratégica: ¿Por qué es indispensable un reactor nuclear en la Luna?
El principal motor de la carrera por la energía nuclear en la Luna es la necesidad de un suministro de energía constante y predecible. Las bases lunares, especialmente aquellas planeadas para el polo sur, enfrentan condiciones ambientales extremas que hacen que la energía solar sea inviable como fuente primaria de potencia. La Luna carece de una atmósfera densa y su ciclo de día y noche dura aproximadamente 29.5 días terrestres (debido a la rotación y órbita del satélite), lo que significa que cualquier punto de la superficie se enfrenta a dos semanas de gélida oscuridad. A esto se suma el desafío de los cráteres profundos y las PSRs, donde la luz solar nunca llega, a pesar de que son las localizaciones más valiosas para la exploración debido a la probable presencia de hielo de agua. Los sistemas de energía solar requieren grandes dispositivos de almacenamiento, como baterías o celdas de combustible, lo que añade una masa significativa y una complejidad logística considerable al sistema. En contraste, un pequeño reactor de fisión nuclear puede operar continuamente durante una década o más, sin interrupciones por la noche lunar o por tormentas de polvo (regolito), proporcionando una fuente de energía confiable las 24 horas del día, los 7 días de la semana terrestres.
La visión de la NASA de una “Base fundacional Lunar con auto-sustentabilidad+50” y la de China de una “Estación autónoma” exigen un suministro de potencia mucho mayor que el que pueden proporcionar los generadores de radioisótopos / radioisotope generators (RTGs), utilizados históricamente en misiones espaciales. Los programas de reactores lunares de ambos países apuntan a la generación de decenas a cientos de kilovatios, una cantidad suficiente para sostener hábitats / asentamientos humanos, Rovers, sistemas de soporte vital, y las operaciones ISRU. Estas operaciones de minería y procesamiento implican la extracción de hielo de agua para producir propelente y el uso de regolito para impresión 3D, son procesos extremadamente intensivos en energía.
Energía, recursos e influencia geopolítica
El desarrollo de la energía nuclear en la Luna representa el eslabón causal que conecta la capacidad tecnológica con la influencia geopolítica. La energía es el pilar de la autosuficiencia lunar, y la capacidad para generarla de manera constante y a gran escala permitirá a una nación (EE.UU, o China) avanzar más allá de la mera exploración y hacia la explotación de los recursos en otros planetas y cuerpos celestes en el espacio ultraterrestre. La viabilidad de las operaciones ISRU depende directamente del suministro de energía masivo y fiable, que solo la energía nuclear puede proporcionar de manera eficiente. La capacidad de producir agua, oxígeno y combustible in situ reduce drásticamente la dependencia de los costosos y logísticamente complejos suministros provenientes de la Tierra. La nación que logre primero establecer la infraestructura necesaria para las operaciones ISRU obtendrá una ventaja estratégica y logística fundamental competitivas, permitiéndole no solo sostener sus propias bases de forma autónoma, sino también posicionar la Luna como un futuro centro logístico y económico. Por lo tanto, el reactor nuclear no es solo una fuente de energía; es el pilar principal de la autosuficiencia lunar y quien controle este pilar, controlará el futuro de la exploración y la explotación en el satélite, lo que servirá como plataforma para fijar objetivos más lejanos, Marte y más allá.
La apuesta de los EE.UU., el proyecto FSP y la carrera 2030
El proyecto FSP de la NASA tiene una larga historia, construida sobre la base de proyectos pasados como el Kilopower. Inicialmente, el programa se concibió como una demostración tecnológica de baja potencia, con un objetivo de generación de 40 kWe de energía eléctrica, suficiente para abastecer a unos 30 hogares en la Tierra. En junio de 2022, la NASA y el Departamento de Energía / Department of Energy (DOE) otorgaron contratos a tres equipos industriales —Lockheed Martin, Westinghouse, e IX— para desarrollar diseños preliminares que cumplieran con este objetivo. El plan original exigía que el reactor fuera capaz de operar de forma autónoma durante una década sin intervención humana.
No obstante, la nueva directiva del administrador interino de la NASA (agosto de 2025), marcó un cambio radical y estratégico en el proyecto; elevó el objetivo de potencia a un mínimo de 100 kWe, una cifra que la industria ya había identificado como necesaria para operaciones humanas a largo plazo. Además, la fecha de lanzamiento para la demostración se adelantó agresivamente a 2030, transformando el proyecto de un esfuerzo técnico gradual en una “misión urgente” con el propósito explícito de reforzar el “dominio espacial” de los EE.UU.
Desafíos técnicos y la priorización de la velocidad
El enfoque acelerado de los EE.UU., -como ya se dijo- enfrenta desafíos técnicos y logísticos significativos. El diseño original para el reactor de 40 kWe tenía un ambicioso objetivo de masa de menos de 6 toneladas métricas. Sin embargo, los diseños conceptuales presentados por los socios industriales superaron este límite, con sistemas que pesaban entre 7 y 12 toneladas. Este es un dato crítico, que demuestra que la miniaturización y la eficiencia de masa son un reto considerable. La respuesta de la NASA a este problema fue el cambio de su directiva. Para su nuevo objetivo de 100 kWe y un cronograma acelerado, la agencia ha asumido que se utilizará un vehículo de carga pesada que pueda transportar hasta 15 toneladas métricas. Esto indica que la NASA está priorizando la velocidad del cronograma sobre la optimización técnica.
El hecho de que la NASA relaje las restricciones de peso demuestra que la agencia está haciendo una apuesta más consciente. Un reactor de fisión compacto y ultraligero es un logro de ingeniería extraordinario y, como lo demuestra el fracaso de los diseños iniciales para cumplir con la meta de 6 toneladas, no es una tarea trivial. Al aumentar el límite de masa permisible a 15 toneladas, la agencia permite que sus contratistas utilicen diseños existentes y menos optimizados, lo que acorta el tiempo de desarrollo y aumenta la probabilidad de cumplir con la fecha límite de 2030. La viabilidad del cronograma de 2030, por lo tanto, no depende de una innovación radical en el diseño del reactor, sino de la capacidad de los lanzadores de carga pesada, como Starship, para transportar el reactor a la Luna. Esta decisión refleja un cambio en las prioridades de los EE.UU., donde la geopolítica y la ambición de ganar la carrera temporal han superado a la optimización técnica y la eficiencia de la misión.
La estrategia del eje sino-ruso: El modelo de cooperación internacional de la ILRS
El proyecto de la ILRS liderado por China y Rusia se ha posicionado como una alternativa a los programas occidentales liderados por la NASA. A diferencia del enfoque de los EE.UU., bajo los Artemis Accords, el proyecto ILRS se presenta con un modelo de cooperación multilateral, descrito en sus documentos oficiales como una “plataforma para construir un futuro compartido para la humanidad”. Esta estrategia ha atraído hasta el momento a 17 países y 50 instituciones científicas, incluyendo a socios de Europa, Asia y África, lo que le otorga una legitimidad y un alcance global significativos. Su hoja de ruta se articula en un cronograma por fases que culminará en 2035 para el modelo básico de la estación y en 2050 para una red expandida, un enfoque que parece más mesurado y menos propenso a los “sprints” motivados por la geopolítica.
La presunta superioridad tecnológica china
A pesar de su cronograma más largo, China ha hecho afirmaciones audaces sobre su ventaja tecnológica. Los investigadores de la Corporación Nacional Nuclear de China / China National Nuclear Corporation (CNNC), empresa estatal centralizada y actor clave en la industria nuclear, han publicado un análisis que identifica supuestas “fallas” en el diseño de neutrones rápidos de la NASA. Argumentan que este enfoque, al no usar un moderador para ralentizar los neutrones, es menos eficiente, requiere una mayor cantidad de combustible (aproximadamente 70 kg de uranio-235) y una vida útil limitada a 8 años.
En contraste, el diseño chino -de acuerdo con los investigadores de la CNNC- propone soluciones que, de ser efectivas, podrían cambiar las reglas del juego. El reactor chino utiliza un moderador de hidruro de itrio (YH1.8), un material que convierte los neutrones rápidos en térmicos, lo que aumenta la eficiencia de la reacción en cadena. Esta innovación permite que el reactor funcione con una cantidad significativamente menor de combustible, requiriendo solo 18.5 kg de uranio-235, aproximadamente cuatro veces menos que el diseño de la NASA. Adicionalmente, el diseño incorpora barras de combustible anulares y un sistema de refrigeración doble con metal líquido NaK-78, lo que permite una disipación de calor superior y aumenta la seguridad del reactor. Los reclamos de China sugieren que su reactor podría ser un 75% más eficiente y tener una vida útil de 10 años, superando al modelo estadounidense.
No obstante, la viabilidad de estas reclamaciones debe ser evaluada con cautela. A pesar de los avances reportados, el director general de Roscosmos, Yury Borisov, ha declarado que la solución al problema de la refrigeración para su reactor lunar conjunto aún no se ha encontrado, lo que introduce una aparente contradicción en la narrativa de la alianza. Si bien China ha demostrado una gran capacidad en el desarrollo de tecnología nuclear, con una industria competitiva y avances en la producción de isótopos, el éxito de su reactor lunar depende de superar estos desafíos técnicos. La apuesta de China es que su enfoque sistemático y su supuesta superioridad tecnológica le permitirán ganar la carrera a largo plazo, incluso si los EE.UU. logran un despliegue inicial más rápido. El éxito de su diseño podría establecerlo como el estándar de facto para la energía lunar, otorgando a la ILRS una ventaja de sostenibilidad y eficiencia que el programa FSP de los EE.UU. podría carecer. El análisis de la carrera por el poder nuclear lunar revela que la competencia no es unidimensional, sino un entrelazado de cronogramas, ventajas tecnológicas y estrategias geopolíticas, es decir, diferentes factores de éxito críticos.
El cronograma vs la tecnología
La fecha límite planeada de 2030 de la NASA, calificada por expertos como “irrealista”, parece ser más una “fecha de aspiración” diseñada para generar urgencia y motivación que un hito realista de ingeniería. El riesgo de un fracaso en el cronograma lamentablemente es alto, dado que los diseños iniciales ya han fallado en cumplir con las especificaciones de masa, y la nueva directiva exige el doble de potencia en un plazo aún más corto. Este enfoque se basa en la suposición de que el dominio temporal es la ventaja más importante.
Por otro lado, la ventaja tecnológica que China afirma tener es el factor más significativo a largo plazo. Si los reclamos sobre su reactor de fisión con moderador de hidruro de itrio se confirman, la eficiencia y el menor consumo de combustible le darían una ventaja logística y de costos inigualable. Un reactor que es un 75% más eficiente y requiere cuatro veces menos combustible no solo es más económico de lanzar, sino que también es inherentemente más sostenible, lo que posicionaría a la estación china como la más robusta y deseable para las futuras misiones lunares.
La guerra entre la narrativa y el poder blando
La carrera no se limita al ámbito técnico y de cronogramas. La retórica de la NASA de “llegar allí primero y reclamarlo para los EE.UU.” se alinea con la estrategia de “primero en la meta” que, en la práctica, choca con el Artículo IX del Tratado del Espacio Exterior, que exige “la debida consideración a los intereses” de otros estados. Este enfoque unilateral contrasta fuertemente con la estrategia de China, que utiliza la narrativa de “el bien común de toda la humanidad” y su “Proyecto 555” para construir una coalición global de aliados. La estrategia china, si bien puede ser vista como una maniobra de relaciones públicas, podría ser la más astuta, a pesar de la gran cantidad de socios de Artemis. Si logran el éxito, no habrán “ganado” solos, sino a través de una coalición, lo que les otorgaría una legitimidad global de la que el enfoque confrontacional de los EE.UU. podría carecer.
Conclusiones y perspectivas a futuro
A estas alturas, es poco probable que cualquiera de las dos superpotencias EE.UU. o China “gane” la carrera de forma definitiva en un solo frente. Lo más probable es que la carrera resulte en un éxito híbrido donde cada país logre sus objetivos, pero en diferentes momentos y con diferentes niveles de ventaja, bajo los siguientes escenarios.
Evaluación del ganador del cronograma: EE.UU. ha lanzado una apuesta audaz y agresiva para ser el primero en desplegar un reactor para 2030. Su principal fortaleza es el enfoque singular y la urgencia impuesta por la directiva de la NASA, que podría movilizar recursos rápidamente. Sin embargo, este camino conlleva un alto riesgo de fracaso, dado el estrecho margen de tiempo, los desafíos técnicos y logísticos evidentes, previamente analizados, tales como el problema del peso del reactor.
Evaluación del ganador de la eficiencia: China, con su enfoque sistemático y su aparente ventaja tecnológica en el diseño del reactor, tiene el potencial de ser el ganador a largo plazo. Si su tecnología de moderador de hidruro de itrio resulta ser tan eficiente como afirman, su estación, una vez establecida en 2035, podría ser inherentemente superior, más sostenible y más económica de operar. El factor clave aquí es la viabilidad de sus afirmaciones técnicas.
Evaluación del ganador geopolítico: China está logrando una ventaja estratégica significativa al posicionarse como el líder de una coalición global a través de la ILRS. Este modelo de “poder blando” contrasta con el enfoque confrontacional de los EE.UU., que teme las “zonas de exclusión”. La estrategia de China podría otorgarle una influencia duradera al establecer una plataforma para la exploración lunar que sea percibida como más inclusiva y accesible para la comunidad internacional. Lo cual está por comprobarse aún en la práctica en el siguiente lustro.
En última instancia, la nueva carrera lunar, habilitada por la energía nuclear, no es -como en el pasado- un sprint para plantar una bandera, sino un maratón estratégico donde la infraestructura y la influencia geopolítica redefinirán el futuro y liderazgo en el espacio; donde el triunfo no se medirá solo por quién llegue primero, sino por quién establezca la presencia más robusta tecnológicamente hablando, sostenible y ampliamente respaldada.
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