
Hay semanas en que el sector aéreo mexicano parece un desfile de buenas noticias…
Hasta que rascas un poco la superficie y descubres que, detrás del aplauso, hay una factura que alguien está pagando.
Y no, no son las aerolíneas ni los grupos aeroportuarios: es el pasajero, ese recurso “inagotable” que se ha convertido en la caja chica del sistema.
Arranquemos con el dato que incendió los chats de viajeros frecuentes: el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), bajo el timón de JUAN JOSÉ PADILLA OLMOS, recomienda llegar tres horas y media antes por obras internas.
La terminal con mayor tráfico del país opera como si estuviera en contingencia permanente… Y encima, la TUA se disparó hasta en un 25 por ciento.
¿De verdad esto es normal?
Mientras tanto, el discurso oficial presume expansión: Puebla celebra su nueva ruta a Nueva York; Volaris, a cargo de ENRIQUE JAVIER BELTRANENA MEJICANO, sigue abriendo rutas internacionales y operando con aviones y tripulaciones extranjeras; mientras que Aeroméxico, bajo el mando de ANDRÉS CONESA LABASTIDA, regresa a la Bolsa con campana, alfombra roja y narrativa de renacimiento corporativo.
Todo muy inspirador… hasta que uno mira el boleto: 30 por ciento más caro que hace un año, sin que el combustible ni los salarios expliquen ese salto.
“Estamos creciendo”, dicen. ¿En serio? ¿O solo estamos encareciendo el derecho a volar?
La paradoja está ahí: México presume músculo en el escenario global mientras exprime al usuario doméstico.
Aeroméxico sale del Capítulo 11, sana, elegante, muy Wall Street… Pero el pasajero financia silenciosamente la operación mediante equipaje que antes era gratis, selección de asiento que ahora se factura, cargos infinitos y una TUA que parece más un impuesto encubierto que tarifa aeroportuaria.
Si buscamos al pagador de la fiesta, no hay que voltear a Nueva York ni a los fondos de inversión: está en la fila del filtro de seguridad del AICM, haciendo malabares para llegar tres horas y media antes porque “hay obras”, y pagando tarifas aeroportuarias que ya compiten con terminales de primer mundo…
Pero sin infraestructura de primer mundo.Y viene la pregunta incómoda: ¿No estaremos regresando al México de los 90, donde volar era un lujo envuelto en patriotismo aeronáutico?
La democratización del aire —esa que Volaris y Viva impulsaron— hoy está en riesgo. Viva, dirigida por JUAN CARLOS ZUAZUA, batalla con su reestructura; y Volaris presume crecimiento internacional mientras su factor de ocupación cae y sus tarifas suben.
El mercado se está reconfigurando a favor de quien puede pagar, no de quien necesita conectividad.
México está despegando, sí. Pero no todos pueden subirse al avión.
Al final del día, la gran contradicción es brutal: un país que presume rutas internacionales de alto perfil, aerolíneas fortalecidas y titulares eufóricos… Pero que obliga al pasajero de a pie a pagar más por menos, a financiar el “renacimiento” del sector y a tolerar un sistema donde la regulación voltea hacia otro lado.
La aviación mexicana está volando alto. El problema es que está dejando al público en tierra.
Es más, hasta la Mexicana del Bienestar sale cara…
¡Queda dicho!
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