Uno de los temas reiterativos de esta columna es la Defensa y la Seguridad Nacional desde el ámbito aéreo. Esto no es fortuito, es parte de un profundo extrañamiento semanal del suscribiente por las condiciones que guardan nuestras instituciones nacionales, así como una profunda preocupación ante las condiciones cotidianas que más que contribuir al fortalecimiento integral mexicano en estos temas tiene un efecto diametralmente opuesto. Este ejercicio reflexivo que comparto con el lector tiene una gran finalidad: que, como sector, como sociedad y como mexicanos reconozcamos la gran importancia que tiene este tema; y que de manera conjunta y armonizada debemos orientar nuestros esfuerzos para consolidar un espacio aéreo mexicano seguro, robusto y con trascendencia.
Pero lamentablemente esto no esta ocurriendo, y la dirección en la que vamos no se orienta a tales fines. En los últimos días hemos recibido noticias de la autoridad que son alarmantes, y que tratar de minimizarlas o denostarlas constituye un despropósito negligente. Suenan ya los gritos imperantes del rediseño del espacio aéreo nacional, cuyo único objetivo es dar una apariencia de viabilidad aeronáutica a un proyecto ineficiente, peligroso y mal concebido, así como para dar sustento a una serie de caprichosas decisiones insustentables que ponen en riesgo inminente al aerotransporte en cielos mexicanos. Por más que se quiera dar una imagen de lo contrario, dar “vuelo” a esa incoherencia tendencial tan sólo ha llevado a muchas autoridades a caer en declaraciones absurdas, a dar una imagen totalmente inapropiada y a un ridículo internacional.
Más que indignarnos, deberíamos enmendar el rumbo. Pero no, la estrategia es otra. Concentrarnos en nimiedades, en intrascendencias, en una agenda aparentemente urgente dictada desde la superioridad y relegar lo importante. Esta tendencia obedece a dos cosas: una profunda incapacidad y desconocimiento de estos temas estratégicos, y la complacencia supina a no abordar temas que no sean coyunturales para el liderazgo en turno. Esto, como hemos apuntado en otras ocasiones, trae consigo dos consecuencias: se relegan temas importantes hasta un punto donde su acumulación sea imposible y su atención imperativa con costos y consecuencias terriblemente elevadas, y por otro lado se incide cada vez más en un rezago en relación con nuestro contexto histórico internacional tan profundo que aquellos problemas que pudieran ser atendidos eficientemente se convertirán en objeto de señalamiento global.
Esto no es un deseo que nos vaya mal, como dicen algunas voces. Es una realidad ineludible. Esto es lo que vimos en el 2020 cuando las autoridades competentes no atajaron la crisis del COVID-19 y ésta arrasó como fuego en llanura. Esto causó que muchas empresas del sector aeronáutico nacional quebraran, y tantas otras que sostuvieran pérdidas que las han llevado al borde de la supervivencia. Daños a la infraestructura nacional y al patrimonio aeronáutico mexicano totalmente innecesarias e injustificadas. Esto nos llevó a un descrédito internacional que aparentemente las autoridades todavía no reconocen o dimensionan, y que en el futuro nos costará que se alejen de cielos mexicanos.
A menos que ese sea el plan. De ser así, estamos en una coyuntura alarmante y trágica. Sus efectos se verán en diferentes ámbitos de la vida nacional y de nuestro sector. Pero nada es más sutil pero trascendente que la Defensa y la Seguridad. Esta administración ha relegado negligentemente la inversión prospectiva en estos rubros, y los costos hasta el momento han sido gastos que realmente no arreglan los problemas de fondo. México no tiene las capacidades deseables ni esperables de Defensa Aérea que necesitamos. Simplemente, no hay los medios de respuesta necesarios para tal fin, y en vez de fortalecer esta aérea estratégica aparentemente se incide más en su destrucción.
En primer lugar, México tiene capacidades muy limitadas de detección y telemetría preventiva. La Secretaría de la Defensa Nacional tiene el Sistema Integral de Vigilancia Aérea (SIVA), el cual es operado por personal altamente capacitado y eficiente de la Fuerza Aérea Mexicana en coordinación con otras entidades del gobierno federal. Sin embargo, debemos recordar que lamentablemente amplias áreas del territorio nacional no tienen cobertura RADAR, y no tenemos instrumentos de telemetría para evitar áreas “negras” o “grises”. Por su parte, muchos instrumentos y tecnología disponibles para labores de vigilancia y seguimiento que tenemos en México son obsoletos, con mantenimiento inadecuado o en Segundo y Tercer Orden. En otras palabras, difícilmente se puede argumentar que las capacidades del SIVA y el sistema que agrupa es adecuado para dar vigilancia aérea en México.
Pero la vigilancia es solo una parte de la ecuación. La otra parte es la capacidad de respuesta ante riesgos y amenazas aéreas. En este rubro el titular es la Fuerza Aérea Mexicana, con apoyo en ciertos contextos de la Aeronaval. La capacidad de respuesta que tenemos como país es mínima, y en algunos contextos es inexistente. No tenemos aeronaves en cantidad ni calidad para poder hacer frente a un esfuerzo competente de Defensa Aérea. Los Northrop F-5 de nuestra FAM son más reliquias nostálgicas de románticas aspiraciones que aviones de combate en Primer Orden para la Defensa Aérea. No son las aeronaves que necesitamos para tal fin, recordemos que, aunque nobles y confiables, son aeronaves de los 1960 que distan mucho de los retos que enfrenta la defensa aeronáutica en la tercera década del siglo XXI. Y tan sólo tenemos un par de ellos que pueden volar, lo que impide su despliegue inmediato a cualquier parte de nuestro territorio.
Es entonces donde tenemos un doble problema: no tenemos un sistema adecuado de vigilancia y telemetría aeronáutica que sea acorde al contexto internacional contemporáneo, y tenemos capacidades extremadamente reducidas de respuesta ante amenazas aeronáuticas. Tenemos un gran reto en materia de adecuación tecnológica, de ciencia aplicada, de capacitación y adiestramiento, de actualización y mantenimiento, y de gestión y visión estratégica. La respuesta a cómo atender estos problemas es tripartita y la hemos comentado en este espacio muchas veces: es urgente un cambio y modernización doctrinaria en materia de Defensa Nacional Aérea, es imperativa la gestión estratégica de la Seguridad Aérea Integral, y es impostergable la inversión del Estado Mexicano en estos temas.
El no hacer cualquiera de estas tres labores interrelacionadas es profundamente negligente e irresponsable, y requiere de la participación y compromiso activo tanto de la sociedad como del gobierno. Mucho hemos perdido por orientarnos a lo que se percibe como coyunturalmente urgente, y más por reforzar una mal entendida austeridad enfocada a aspectos que no es posible ni deseable recortar inversión. Esto nos está orillando a un contexto donde inevitablemente tendremos una tragedia en puertas, y en vez de poderla enfrentar y superar nos veremos resignados a aceptarla como un efecto de esta entrada en pérdida donde nos encontramos. Todavía podemos recuperarnos, no seamos negligentes, no causemos lo que a todas luces parece un desplome y una colisión provocada con el terreno de la realidad.
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