En el último par de entregas en este espacio semanal el suscribiente se ha enfocado a presentar y reflexionar no sólo sobre los riesgos internos y amenazas externas que las nuevas tecnologías aeronáuticas podrían representar para el entorno nacional y global contemporáneo, así como de la indiscutible necesidad que tiene el Estado Mexicano para expedir un cuerpo regulatorio eficiente que contemple estas y otros desarrollos emergentes en nuestro sector. Sin embargo, limitado sería quedarnos únicamente en este entorno y no identificar otros elementos que de manera coadyuvante o colateral intervienen en este proceso.
El mundo de la aviación, al igual que prácticamente cualquier otro desarrollo de la actividad humana, es un componente interdependiente de una muy amplia red relacional con otros desarrollos y gestiones científico-tecnológicas, las cuales coadyuvan entre si para otorgar la dinámica de nuestro entorno global contemporáneo y la modelación de nuestro porvenir. Difícil sería ver el desarrollo aeronáutico y aeroespacial sin avances en la computación y la electrónica especializada, en la metalurgia y en el desarrollo de combustibles, de física aplicada e incluso en neurociencias y la medicina especializada. Es precisamente esta sumatoria integral de avances conceptuales e industriales que nos han llevado al punto en que nos encontramos en nuestro sector. Pero así como estos avances nos han llevado a impulsar y proyectar este conjunto de actividades humanas también posee el potencial de representar sus mayores retos.
Así como en un varias entregas de este espacio reflexivo hemos comentado que los vehículos aéreos no tripulados pueden ser empleados como un arma –al igual que otras tecnologías emergentes- también sus componentes individuales pueden ser empelados para tales fines. Desarrollos en programación y electrónica de aviación pueden ser empelados ya sea como instrumentos defensivos como ofensivos de los Estados contemporáneos, así como la explotación de vulnerabilidades particulares de ciertos tipos de aeronaves pueden ser usados por actores estatales y no estatales como un medio para presionar a actores nacionales e internacionales. Este planteamiento, manifestado en su obviedad, nos debe llevar a la inalienable conclusión que dicha explotación detrimental no necesariamente requiere de grandes esfuerzos, gastos o capacidades restringidas.
Si hay algo que el presente milenio nos ha evidenciado y reiterado es que actores no estatales pueden aprovechar vulnerabilidades a un muy bajo costo y con daños catastróficamente elevados para la promoción de sus intereses. Este es el paradigma del terrorismo, el radicalismo y la insurgencia subversiva: debido a las profundas limitaciones con que intrínsecamente cuentan por lo general recurren a medios e instrumentos no simétricos o irregulares para la promoción de sus intereses.
El ataque aéreo con drones en Arabia Saudí el pasado 14 de Septiembre es una clara muestra de ello, ya que con una relativa baja inversión un grupo extremista causó daños catastróficos a un Estado y a la comunidad internacional en su conjunto. Si valoramos la relación costo-daño veremos que el primero es inversamente proporcional al segundo. Esto nos lleva a considerar qué otros instrumentos pueden ser empelados para tales fines con un relativo bajo costo pero con una alta amenaza a la seguridad aérea y la Seguridad Nacional. Desde empleo de tecnología de interrupción de señales (jammers), hasta alteración de mediciones de telemetría, diversos actores tienen la capacidad de generar tragedias aeronáuticas de grandes proporciones.
Otros actos nocivos –pero lamentablemente igual de simples y baratos- tales como el sabotaje, la desinformación y la alteración de documentos también pueden afectar negativamente la seguridad aérea. Es aterrador el reconocer que el simple hecho de modificar una dato crítico, alterar un dato en una base de datos, o bien realizar un daño menor a una pieza de refacciones puede crear daños considerables y ocasionar una verdadera tragedia. Si revisamos los anales de la Seguridad Aérea veremos que una cantidad alarmante de accidentes aéreos fatales han sido generados por equivocaciones, omisiones o daños relativamente menores y relativamente intrascendentes; ahora pensemos que alguien de manera deliberada participa o incide activamente en estos sucesos para un detrimento específico.
Otros Estados hacen frente a estas amenazas irregulares y asimétricas por medio de tres estrategias mutuamente complementarias: la regulación específica, la Inteligencia Preventiva, y la cooperación internacional. La primera ha sido discutida en este espacio repetidamente, e implica que exista una inversión y un esfuerzo orientado a la prevención por medio del planteamiento, gestión y aplicación de marcos normativos que contemplen sanciones puntuales y severas a aquellos actores que puedan influir negativamente en la Seguridad Aérea. Desde parámetros de operación hasta restricción de vuelo de drones, desde áreas restringidas al vuelo comercial hasta normas y horarios de operación aérea. Todo esto integra el ethos de la Seguridad Aérea, el “deber ser”.
Sin embargo debemos hacer frente al “ser” al pathos de este tema. Es entonces donde aparece la necesidad de la Inteligencia Preventiva, es decir, las labores activas de búsqueda y análisis de información que alerte y prevenga eficientemente los riesgos y amenazas a la Seguridad Aérea, ya sea por actores interno o externos del Estado. Y esto nos lleva al tercer componente: la Cooperación Internacional. Lo anterior no sólo agiliza y facilita la gestión de información, sino también coadyuva a este proceso por medio de aportes específicos a la prevención y la seguridad aeronáutica (security y safety). Este componente no puede ser disminuido, minimizado ni relegado a un papel secundario.
Obvias son las carencias en estos tres rubros del Estado Mexicano y urgentes son las acciones que coadyuven eficientemente a subsanar estas áreas de oportunidad. Debemos reconocer que los riesgos y amenazas no necesariamente deben ser explícitos, sino sutiles posibilidades que debemos atender para minimizar su potencial incidencia. He ahí el reto que posee nuestro sector aeronáutico nacional.
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