En las últimas dos semanas han circulado por redes sociales algunos videos en torno a la situación que guarda el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México “Benito Juárez”. Reconociendo que de manera coyuntural nos encontramos en plena época de lluvias en el Valle de México, estos videos muestran ciertos daños en la Terminal 1 del ya referido aeropuerto: goteras, daños por el agua, filtraciones, entre otros problemas apreciables a simple vista. En estos breves audiovisuales que se han difundido, se aprecia cómo algunos turistas internacionales muestran su consternación por la situación que guarda el inmueble, y se deja entrever que hay problemas mucho más graves derivados del descuido y la falta de mantenimiento preventivo del mismo.
Sin embargo, si la Terminal 1 del Aeropuerto Benito Juárez está en malas condiciones, hablar o referirnos a otras instalaciones del complejo sería remitirnos a un camino condenado a la depresión clínica. Y esto se debe a que mientras que el Aeropuerto Benito Juárez representa tal vez la instalación aeroportuaria más importante del país, desde hace años ha requerido una inversión muy considerable para su mantenimiento y gestión operacional, mismo que sobra decir ha sido insuficiente en su ejercicio o ineficiente en su aplicación.
Mucho se ha comentado en diversos espacios y entornos de que el Aeropuerto Benito Juárez se encuentra “saturado” de vuelos, y que su capacidad no es la apropiada para dar un apropiado servicio al tráfico aéreo de Valle de México. Nadie puede discutir estos argumentos, sin embargo si esto es así es por que se ha permitido. De hecho, las condiciones tan criticables que se viven en esta importante instalación existen por que lamentablemente no se han realizado las gestiones administrativas y operacionales apropiadas. Efectivamente, mucho se puede criticar y cuestionar a la distancia, y sobre todo es muy fácil emitir comentarios sin contexto o sin describir las complejas etapas que ha vivido el sector y la infraestructura aeronáutica nacional.
Pero de la misma manera es incuestionable que el Aeropuerto Benito Juárez en su conjunto requiere de un replanteamiento urgente, y una inversión considerable en el muy corto plazo. Las Terminales 1 y 2 requieren mantenimiento en mayor o menor medida, pero otras instalaciones del complejo –aduanas, hangares, depósitos- realmente se encuentran en condiciones verdaderamente complejas por decir lo menos, y decrépitas por ser descriptivamente obvios. No nos referimos a cuestiones meramente estéticas, sino también en materia de seguridad y de ser un entorno permisivo para la gestión operacional cotidiana.
Cuando hablamos de seguridad aérea debemos entender un concepto integral, el cual no sólo implica a integridad y el entorno permisivo en el aire, sino también en la infraestructura y las instalaciones en tierra donde se les da el soporte a las aeronaves y sus operaciones. En consecuencia, el que las instalaciones físicas de la aeronáutica nacional se encuentren en condiciones menos que óptimas representa una seria afrenta a la seguridad aérea. Retomando una reflexión que el suscribiente publicó en este espacio hace algunos meses, en materia de Seguridad Aérea hay muy poco –por no decir nulo- espacio para el error. Un 1% de probabilidades de error y falla es totalmente inaceptable, y el acceder a esta aritmética –por contra intuitivo que sea, es una franca negligencia. Trágicamente, tal parece ser esta la postura en torno a las condiciones y la inversión que requiere esta importante instalación aérea y tantas más en el país.
Es llamativo que inmersos en una administración que se ha distinguido por criticar virtualmente todo lo que le precedió y en todos los temas y rubros concebibles –en algunas ocasiones rayando en el absurdo lógico/discursivo- pero que al mismo tiempo es profundamente intolerante a la crítica constructiva y a las diversas opiniones que lógica y razonablemente se dan respecto a un elevado número de temas de interés nacional, el AICM sigue relegado sin inversión. Bajo una falaz retórica de “austeridad” mal concebida, así como en su búsqueda por consolidar un proyecto sin sentido ni lógica ni futuro como es Santa Lucía, tal parece que la SCT y otras autoridades federales tienen descuidado al AICM en un intento por “forzar por default” la opinión nacional e internacional a aceptar sus inocuas propuestas.
Sin embargo no debemos equivocarnos en torno a lo que realmente esta en juego. Descuidar al AICM en cualquier dimensión, alcance o rubro es comprometer la Seguridad Aérea, pues si son notorios los “detallitos”, imaginemos un poco el verdadero alcance de los daños y compromisos estructurales y de infraestructura. Descuidar intencionalmente esta importante instalación para forzar la opinión pública para aceptar un proyecto condenado a la ignominia por inviabilidad es equivalente a tratar de cortarse las uñas disparándoles con una escopeta: cuestionablemente el resultado puede obtenerse (dependiendo cómo definiéramos el éxito de la operación) pero el daño generado es mucho mayor que el beneficio obtenido.
Esta es la coyuntura que tenemos. Si a esto le sumamos una incipiente crisis en las aerolíneas nacionales (Interjet, Volaris, Aeroméxico, etc.) derivada de una intervención gubernamental de alcances cuestionables como vimos la semana pasada, el escenario es perturbador. Es por ello que es urgente se haga una consciencia general en nuestro sector, y a través de un ejercicio reflexivo profundo nos demos cuenta de la importancia de mantener en primer orden nuestra infraestructura aeronáutica nacional, y que estos egresos no son un “capricho postneoliberal” sino una necesidad estratégica de la Seguridad Aérea. Es prudente hagamos caso a las señales tempranas de aviso, ya que lo anterior puede prevenir una terrible tragedia, que hasta el momento ha eludido al Benito Juárez. No es de sabios tentar al destino ni –como se dicen en el medio- “pegarle al peligro”.
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