El mundo de la aviación contemporánea es un entorno altamente competitivo y dependiente de la tecnología. De hecho, el simple hecho de poder volar implica para el ser humano un logro conceptual, científico y tecnológico revolucionario, a tal nivel que su gestión y desarrollo puede ser considerado como uno de los grandes avances de nuestra civilización, equiparable en prospectiva al descubrimiento del fuego o la invención de la rueda.
Desde el momento en que como especie nos adentramos a los cielos, los límites cada vez se fueron expandiendo y nuestra capacidad de desafiar los retos de este nuevo entorno rápidamente se incrementó a un punto tal que, menos de medio siglo después de aprender a volar, la humanidad y su ingenio ya estaban más allá de la atmósfera terrestre y poco después veíamos –por la magia de la televisión, otra tecnología del siglo XX– al primer ser humano en la superficie de un cuerpo celeste.
Este avance y carrera contra los obstáculos por medio de la innovación se ha dado principalmente por el ámbito militar. Esto no aminora ni demerita los avances del sector científico civil pero la historia nos dice ocupan un papel secundario en el movimiento global de la innovación.
Y en las últimas décadas, la aviación militar ha dado pasos agigantados llegando incluso a capacidades que desafían la lógica convencional por medio de aplicación conceptual y técnica de principios físicos de vanguardia poco difundidos.
De hecho, a uno de los ingenieros líderes de Skunk Works, el departamento de investigaciones avanzadas de Lockheed Martin, se le acredita la frase: “todo lo que ves en las películas de ciencia ficción o ya lo intentamos, o ya lo logramos o decidimos que no vale la pena gastar en ello. Tenemos tecnología [aérea] veinte o treinta años más avanzada de lo que la gente cree”. Estas declaraciones tienen un peso considerable por su contenido y origen.
Es irónico que la discusión en torno al futuro de la aviación militar y civil gire en torno a un proyecto generado desde los propios talleres de Skunk Works: el F-35 Lightning II. Esta aeronave caza de última generación representa uno de los grandes avances tecnológicos del arsenal aéreo de Estados Unidos, pero también es el centro de una enorme polémica y discusión.
El F-35 se originó como el proyecto X-35 en 1992 y como complemento al proyecto del F-22 Raptor. Este último poseía la finalidad de ser una aeronave sigilosa para superioridad aérea, que eventualmente reemplazó al F-15 Eagle como la aeronave primaria para el despliegue del Poder Aéreo de la nación norteamericana. Al ser una aeronave caza-multipropósito con capacidad supersónica y de sigilo, al F-35 también se le contempló como reemplazo del F-16 Falcon y F-18 Hornet.
Aunque el F-22 y el F-35 parecen aeronaves “similares”, su misión y diseño son muy diferentes. El primer vuelo del Lightning II en plena capacidad militar fue el 15 de Diciembre del 2006, y sus componentes están subcontratados a Lockheed Martin, Northrop Grumman, Pratt & Whitney y BAE Systems entre otros fabricantes de componentes aeronáuticos, a los que se suma un número aún mayor de componentes electrónicos, materiales y de soporte.
El F-35 tiene un valor aproximado promedio de $89.2 millones de dólares por unidad, incrementándose el costo para sus variantes. Hasta el momento hay más de trescientas cincuenta aeronaves de este tipo asignadas a las flotas aéreas de EU y Gran Bretaña y se proyecta un incremento de estos números para consolidar el máximo objetivo de una Fuerza Aérea: Supremacía Total en el espacio aéreo, es decir, un total dominio y preponderancia en el aire (y por tanto en la tierra) de un área de operaciones.
Mientras que se proyecta que el F-35 siga vigente hasta el año 2070, la realidad nos dice que es muy probable que se estén realizando pruebas de una aeronave mucho más avanzada y especializada. Pero debemos ir un poco más allá del asombro y la admiración a estos maravillosos productos del ingenio humano pues los avances que llevaron al F-22 y al F-35 no valen tanto por las aeronaves en sí mismas (afirmación que no devalúa su importancia en lo más mínimo, solo la acota a su empleo bélico-militar) sino por su verdadero valor intrínseco: la tecnología que les da forma.
Estos medios son aquellos avances que en poco tiempo veremos en la aviación civil, incrementando la seguridad aérea y minimizando costos: fuselajes más durables, motores más eficientes, aviónica más avanzada, medidas de seguridad más adecuadas, componentes más rentables, computación más certera, capacidades que minimizan incidentes aéreos y un largo etcétera.
Invito al lector a dedicar un par de minutos de su día a indagar sobre el F-35 Lightning II e identificar en él la cara del futuro. Difícilmente este porvenir nos augure poner un pie en la cabina de este impactante avión de combate pero estemos seguros de que, en ese mañana, la tecnología y la ciencia que le dio vida se encontrarán en cualquier aeronave que abordemos y nos lleve a nuestro destino, de una manera sutil pero contundentemente más sofisticada que en el ayer.
Si tan sólo los hermanos Wright o Santos Du Mont pudieran ver el F-35 tal vez no verían que ellos fueron los primeros que iniciaron el camino que nos llevaron a él. Imaginemos ahora lo que nos espera el mañana.
Facebook comments