Por azares de la vida me tocó esperar seis años antes de poder hacer un vuelo con mi hijo Simón, que valga la pena decir, está resultando el más aeronáutico de mis herederos.
El gran día llegó y, muy orondo, comencé a tratar de explicar a mi chiquito cada etapa del vuelo que estábamos realizando con su hermana, a bordo de un Airbus A320 de una de las tres aerolíneas de bajo costo que actualmente operan en México.
Generoso, Simón se mostró –o por lo menos disimuló– estar interesado en todo lo que le iba contando su papá.
Habiendo pasado casi un par de horas de recorrido, y cuando ya no tenía mucho que comentarle que no fuese tratar de identificar los lugares que estábamos sobrevolando en ruta, un anuncio por parte de la tripulación rompió con la monotonía y me dio la valiosa oportunidad de experimentar y narrar con mis hijos nada menos que una interesante experiencia en vuelo:
“Si hay un médico a bordo favor de identificarse” —escuchamos. No hubo reacción entre los pasajeros y muy pronto noté que estábamos descendiendo. “No se me asusten pero estamos por aterrizar de emergencia en algún aeropuerto para que atiendan a ese pasajero enfermo”, les dije a mis consternados tulancinguenses.
Efectivamente, aterrizamos en el primer aeropuerto posible: en este caso Durango, en la capital del estado del mismo nombre, en donde el pasajero recibió ayuda médica y desde el que, al cabo de una hora en tierra, volvimos a continuar nuestro vuelo con destino a Tijuana.
Baste decir que mientras mi hija Ana no lograba disimular su preocupación por lo ocurrido, Simón no podía estar más atento a todo. Es más, creo que hasta disfrutó el inesperado cambio de ruta que nos regaló un aterrizaje y un despegue adicionales para nuestras bitácoras de vuelo como pasajeros.
A la que casi le da un ataque fue a la madre de los pequeños quien, angustiada como siempre con todo lo relacionado a lo aeronáutico, seguía en vivo la evolución de nuestro vuelo desde su casa por medio de una popular página de rastreo de vuelos en internet. De esta manera, se dio cuenta que el avión comenzó a descender y a desviarse de su ruta haciendo giros hasta aterrizar en Durango.
“Si tu mamá está pegada al Flighradar24 se está haciendo popó en los calzones”, le dije a mi hija, quien simplemente soltó una carcajada.
Muy oportuna resultó mi llamada a la “ex” tan pronto aterrizamos en Durango para pedirle que no se preocupase por el desvío, toda vez que obedeció a una emergencia médica y no a una falla mecánica o de otra naturaleza. Le comenté que Simón estaba de lo más encantado con todo ello, casi tanto como yo lo estuve de compartir con mi aeronáutico escuincle tal experiencia.
Y es que tengo mucho que compartir en relación a los aviones, no solamente con mis hijos sino también con quien se interese en los temas aeronáuticos, público que –quiero pensar– incluye a mis estimados lectores en este privilegiado espacio de comunicación y a quienes les deseo un Feliz Año 2018.
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