Con mi respeto, agradecimiento , admiración y cariño para el Capitan Carlos Tarazona Codina de quien muchos hemos aprendido tanto.
Pasé 8 años de mi vida profesional en Aeroméxico trabajando como copiloto en varios modelos de avión y el ascenso a Capitán de la serie DC-9 me llego más o menos rápido para esa época, cuando todavía tenía 29 años y a punto de cumplir los 30 de edad.
Tuve la gran oportunidad de ser primer oficial de pilotos Comandantes de muy alta alcurnia y fama profesional volando rutas nacionales e internacionales incluidos mis primeros vuelos Transoceánicos en equipo DC-8 por allá en 1979.
Lo anterior viene a cuenta porque al paso del tiempo pude percatarme de la gran suerte que tuve de aprender de los mejores.
Mi vida profesional como Capitan duró otro 37 años y siempre tuve en mente lo aprendido de esos personajes muchos de los cuales se convirtieron en una verdadera leyenda y que fueron una presencia y un recuerdo invaluable a la hora de la toma de decisiones en momentos difíciles en el desarrollo de mi trabajo como piloto al mando.
Lo primero que aprendí de ellos fue que las cuatro barras en las mangas del uniforme y los laureles en la gorra no nos convierten en seres infalibles y que necesitamos de muchas maneras de todos y cada uno de quienes están bajo nuestro mando.
Aprendí de pilotos de diferentes tipos y de distinta cepa pero casi siempre fui objeto de respeto y todo tipo de consideraciones de su parte.
No los vi condescendientes con sus tripulaciones pero sabían en qué momento y de que manera llamar la atención sobre algo que no estaba bien hecho o que no cumplía con los estándares de seguridad operativa requeridos en el trabajo y debo decir que eran muy elegantes para hacerlo, con alguna excepción desde luego.
De muchos de ellos aprendí y compartí lo que es la empatía, el sentido del compañerismo, el cariño al trabajo y la pasión por nuestra profesión.
Los vi sacrificar de todo en aras de cumplir con su trabajo, tal y como se esperaba de ellos y los vi a veces atrevidos pero siempre conscientes de sus limitaciones y las del equipo.
Aprendí de su amabilidad y de su carácter y también de aquello que se necesita tener debajo del cinturón cuando se es el líder del grupo o el piloto al mando.
Me consta que conocían bien su papel de máxima autoridad y la hacían valer siempre que era necesario pero sin aspavientos ni groserías y a veces con una sola mirada solían resolver algún problema.
La mayoría conocían, quizá sin estar conscientes de ello en esas épocas, el significado de lo que hoy conocemos como CRM (Copckpit Resourse Management) y que ha sido una de las principales causas de la disminución de accidentes e incidentes aéreos hoy en día.
No siempre fue fácil y no todos mis Comandantes fueron “miel sobre ojuelas” y, a veces algunos Capitanes complicaban el trabajo de sus copilotos haciéndonos sentir inútiles solo por hacerse ver como los gigantes de la aviación mundial, émulos de Charles Lindberg y descubridores del hilo negro como hoy algunos, pero debo decir que aún de ellos aprendí algo.
Aprendí, por ejemplo, cuáles actitudes evitar, cómo no se debe tratar a los demás tripulantes, cómo no se deben degradar las cuatro barras sobre los hombros y lo más importante, aprendí que arriba de los 20 pies de altitud todos los pilotos del mundo somos iguales sin importar el peso de nuestra nave.
Aprendí bien que quienes volamos un avión y tenemos encomendado el cuidado de seres humanos no podemos caer en la complacencia y mucho menos en la arrogancia profesional y que estamos infectados del mismo virus que es el cariño al cielo y el amor inmenso que tenemos por lo que hacemos.
Durante mi carrera en tres aerolíneas comerciales portando muy orgulloso cuatro barras en las mangas del uniforme siempre fue mi intención aplicar lo aprendido y continuar con esa herencia basada en un alto sentido de ética, responsabilidad, disciplina y respeto al uniforme, a la empresa que nos paga y a nuestros compañeros de trabajo, herencia que mi generación recibió de nuestros pilotos más antiguos.
Espero de corazón que aquellos con quienes compartimos una cabina de vuelo cuando fueron nuestros copilotos y que hoy son flamantes Comandantes se queden con lo bueno de aquella herencia que recibimos nosotros y que hoy ellos, ahora tienen en las manos.
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