Por Víctor Hugo Gutiérrez González
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Nadie podía imaginar que un vuelo comercial que transportaba a varios turistas extranjeros y un pequeño grupo de nacionales, de la Ciudad de México a la ciudad de Oaxaca, pasarían en solo un par de segundos, de un vuelo rutinario a una situación de emergencia, de vida o muerte, provocada por una explosión, un atentado ocasionado por la avaricia de la gente.
En la mañana del miércoles 24 de septiembre de 1952, todo parecía ser un día normal en el Aeropuerto Central de la Ciudad de México. Varios pasajeros salían a las principales ciudades del país por cuestiones de trabajo y algunos turistas extranjeros a las playas o ciudades coloniales. La terminal aérea vivía una mañana un poco agitada por el clásico movimiento de pasajeros, aunado a malas condiciones climáticas que generaban algunas demoras en los primeros vuelos de la mañana.
Oaxaca siempre ha sido una ciudad con gran encanto para los visitantes extranjeros y ese día un nutrido grupo de ellos tomarían el vuelo MX575 de la Compañía Mexicana de Aviación. Pero también había un pequeño grupo de pasajeros nacionales que tomarían ese mismo vuelo, con la promesa de un trabajo bien remunerado, en busca de mejores condiciones de vida en Oaxaca.
Como habíamos comentado antes se presentaba algo de mal tiempo en el valle de México, en esos días, dos eventos meteorológicos: un huracán que un par de días tocó tierra en la costa de Tamaulipas y una tormenta tropical en las costas del Pacífico entre Michoacán y Guerrero generaban gran inestabilidad en el centro del país, por lo que algunas operaciones aéreas en el Aeropuerto Central habrían sufrido demoras.
Con aproximadamente 30 minutos de demora por condiciones meteorológicas, a las 7:45 horas, el vuelo Mexicana 575 despegaba del aeropuerto capitalino con destino a Oaxaca. El avión que cubría este vuelo, era un Douglas DC3 (realmente era un Douglas C-47A-30-DK modificado para transporte civil de pasajeros), con matrícula XA-GUJ.
Al mando del avión se encontraba el capitán P. A. Carlos Rodríguez Corona (quien fue miembro del legendario Escuadrón de Caza 201, de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana); el P. A. Agustín Jurado Amilpa, como primer oficial y finalmente la Srita. Lilia Novelo Torres, quien fungía como sobrecargo.
La aeronave ascendía normalmente para alcanzar los 14,000 ft asignados en el plan de vuelo, con rumbo noreste para sortear las altas montañas de la sierra de Puebla y posteriormente proseguir hacia el sur. Todo transcurría con tranquilidad y mientras el DC3 se encontraba inmerso en una densa capa de nubes, pero sin turbulencia, la sobrecargo Novelo Torres se comunicó con los pilotos para solicitar que encendieran la calefacción del avión porque la cabina de pasajeros comenzaba a sentirse fría por la altura alcanzada, en ese momento sucedió lo impensable.
El DC3 de la CMA fue sacudido por una fuerte explosión. Un ruido ensordecedor invadió la cabina de pilotos y todo comenzó a volar dentro de ella. Los cristales de la cabina se estrellaron. Tras reponerse de la impresión inicial, el capitán Rodríguez Corona logró ver la parte posterior de la aeronave. Observó que la puerta de la cabina se había desprendido al igual que la escotilla de emergencia y se veía un boquete detrás de ellos, del lado izquierdo; acto seguido volteó a ver al capitán Jurado Amilpa y notó que tenía heridas en la cara y sangraba.
Se tenía que actuar lo más rápido posible, atrás una rápida evaluación de la situación, sin perder el control de la aeronave hicieron un recuento de lo que tenían y que no; los instrumentos de navegación estaban fuera de servicio: los altímetros presentaban una diferencia de 4,000 pies entre ellos, igual el tacómetro así como los indicadores de temperatura de los motores; los controles de vuelo respondían a lo que el capitán Rodríguez Corona exclamó: «al menos, aún estamos en el aire».
Ambos pilotos aún no se explicaban lo sucedido; el capitán pensó que pudieron haber chocado con otro avión, pues momentos antes se había reportado un avión de la empresa cerca de su posición; también se pensó que tal vez hubiera explotado el sistema de calefacción (los DC3 tenían un sistema que trabajaba con gasolina). Fue en ese momento que la sobrecargo Lilia Novelo logró acercarse a la cabina, indicando al capitán que en el compartimiento de equipaje hubo una explosión, y que había pasajeros heridos. Él le ordenó que regresara a su lugar y tratara de calmar a los pasajeros, los cuales eran ya presa de la desesperación.
Lograron establecer contacto con la oficina de despacho de la CMA en el aeropuerto central, pudieron indicar que tenían una emergencia y que regresaban al aeropuerto, antes de que se cortara la comunicación, el radio dejó de funcionar
Se encontraban dentro de dos capas de nubes y sin instrumentos no podían ubicar su posición exacta, además de que la aeronave comenzaba a perder altura. La situación era realmente crítica cuando de pronto entraron en un claro de nubes y pudieron ver que se encontraban sobre las pirámides de Teotihuacán. En ese momento Rodríguez Corona toma una decisión crucial. Como piloto militar conocía sobre la Base Aérea de Santa Lucía, que estaba próxima a inaugurarse, pero ya la pista de la misma estaba operando con algunos vuelos militares, y toma la decisión de aterrizar ahí.
Varios intentos hicieron para comunicarse con el aeropuerto de México para indicar sus intenciones de descender en la Base Aérea pero no fue posible, pero sí pudieron enviar un mensaje a otro avión de la compañía Mexicana, que volaba de México a Cuba y les pidieron que se comunicaran con México para informales de sus nuevas intenciones, pero no supieron si el mensaje fue recibido. Otro problema era que sin radio el Capitán no podía contactarse con la Base Aérea y sin poder hacer alguna señal de auxilio, los pilotos solo se enfilaron a la pista y lograron aterrizar ante el asombro de los soldados y trabajadores que se encontraban a pie de la pista.
Dos soldados que vigilaban la barda del lado sur de la base (recordemos que en esos días aún estaba bajo construcción), de nombre Juan López C. y Miguel Mejia, fueron testigos del aterrizaje del DC3, e indicaron que, al momento de sobrevolar la pista, varias maletas cayeron del avión, ellos fueron de los primeros en llegar al avión cuando este se detuvo. Otra testigo de tal evento fue la Sra. Maria Trinidad Castillo, de 52 años, quien todos los días llevaba en una canasta, alimentos para los albañiles que trabajaban en la obra, y comentó a un diario capitalino cómo vio “aterrizar un avión que no era militar, de forma apresurada”.
Tras detenerse a un costado de la pista, fueron rodeados inmediatamente por soldados armados pues no sabían qué intenciones tenía la aeronave. El Cap. Carlos Rodríguez fue el primero en descender de la aeronave y explicar la situación, ante lo cual personal de la Fuerza Aérea Mexicana, quienes, tras salir de la sorpresa inicial, ayudaron a los pasajeros a descender del avión, otro grupo de personal de la base comenzó a recoger piezas del avión y equipaje de los pasajeros, que quedaron a lo largo de la pista.
El General Zayas Palafox, quien acababa de ser asignado como comandante de la Base Aérea 1 de Santa Lucía, atendió personalmente al capitán Rodríguez Corona, incluso le ayudó a establecer la comunicación con el aeropuerto capitalino, a la oficina de despacho de la CMA, donde el personal de la empresa temía lo peor tras perder contacto con la aeronave.
Una vez que todo fue tomando su lugar, los pilotos, acompañados del General Zayas Palafox pudieron constatar los daños en la aeronave; atrás de la cabina de pilotos, del lado izquierdo del fuselaje se había abierto un agujero de prácticamente 1.50 metros de alto por un metro de ancho, los acumuladores colgaban apenas sujetos de un par de cables. Las antenas estaban totalmente torcidas, los cables de mando habían quedado expuestos y un conducto estaba partido y chorreaba el combustible.
Los autores del atentado
En la Ciudad de México, tras conocerse los pormenores del incidente, se determinó en muy poco tiempo que fue una bomba la que provocó el daño a la aeronave y se iniciaron inmediatamente las pesquisas respectivas por el equipo de investigadores de la Procuraduría General de la República, entonces a cargo del Lic. Francisco González de la Vega, arrojando en muy corto tiempo, resultados sorprendentes.
El culpable resultó ser el empresario teatral Francisco Sierra, esposo de la cantante de ópera Esperanza Iris, quien en complicidad con el Sr. Emilio Arellano Scheteligre, un comerciante e ingeniero en minería y de ascendencia alemana, planearon llevar a cabo un fraude a compañías de seguro por más de 2´000,000.00 de pesos, el cual consistía en contratar a seis personas bajo la promesa de ofrecerles trabajo bien remunerado en la ciudad de Oaxaca. Se les proporcionó el viaje en avión y por tal razón les emitieron sendas pólizas de seguro de vida a nombre de los pasajeros y con la idea de cobrar dichos seguros tras el accidente.
Incluso, durante las investigaciones, las personas contratadas por Francisco Sierra y Emilio Arellano indicaron a las autoridades que recibieron un adelanto para comprarse ropa y hasta les obsequiaron a cada uno una pulsera de plata con sus respectivas iniciales y que las llevaran puestas durante el viaje. Esto último se llegó a considerar por la PGR como una forma de identificar rápido los cuerpos y agilizar el cobro del seguro.
Tras su detención y un largo y mediático juicio, ambos fueron sentenciados en diciembre de 1953. Emilio Arellano por treinta años de prisión y Francisco Sierra por nueve, sin embargo, tras apelar su sentencia y alargar el proceso, Arellano solo recibió la confirmación y en el caso de Sierra, su sentencia pasó de 9 a 29 años.
La heróica tripulación
La tripulación del Mexicana 575 recibió sendos homenajes y reconocimientos por su acto heroico. Primero, en una cena de gala en el entonces exclusivo restaurant “Chapultepec”, ofrecida por el Club Aéreo de México presidido por el Ing. y P. A. Pascual Gutiérrez Roldán, se les entregó un pergamino y una medalla de oro por la pericia y valor mostrados durante la emergencia.
Posteriormente el capitán P. A. Carlos Rodríguez Corona, el primer oficial P. A. Agustín Jurado Amilpa y la sobrecargo Lilia Novelo Torres fueron condecorados con la presea Emilio Carranza, máxima condecoración entregada por el gobierno mexicano a los integrantes de la industria aeronáutica nacional, por el cumplimiento de su deber. Estas condecoraciones les fueron impuestas por el Lic. Agustín García López, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y el Lic. Ángel Martín Pérez, director general de Aeronáutica Civil.
“Usted no estaría hoy de visita en Lecumberri…”
Años más tarde, el capitán Rodríguez Corona tuvo la curiosidad de conocer a los artífices de aquel atentado y tras hablar con el director del penal de Lecumberri, estuvo frente a Sierra y Arellano.
Primero conversó con Francisco Sierra quien le dijo: «No, no me crea culpable, capitán, incluso hasta la señorita sobrecargo está convencida de mi inocencia”.
Con Miguel Arrellano no fue tan afable la conversación: «Yo soy experto en explosivos, capitán –le dijo Arellano- si yo hubiera puesto esa bomba usted no estaría hoy de visita en Lecumberri”.
Un chiste tonto se convierte en una anécdota de vida…
El capitán Rodríguez Corona respondió a un reportero de un diario capitalino, quien le pregunto qué pasaba en su cabeza durante la emergencia, a lo que respondió: “En esos momentos, mientras buscaba la pista de Santa Lucía, solo podía pensar en un chiste viejo y tonto: en un caso como el mío, el piloto toma el micrófono y dice: Señores pasajeros, su atención, por favor, les habla el capitán, repitan conmigo: Padre Nuestro que estás en los cielos…”
Epílogo
Miguel Arellano murió en Lecumberri, mucho antes de completar su condena, mientras que Francisco Sierra, salió de prisión en 1972, sin complementar los años sentenciados. Su esposa, Esperanza Iris, fallece en 1962 sin alcanzar a verlo salir de prisión.
Cuando el Capitán Carlos Rodríguez Corona se jubila como piloto aviador en junio de 1970 con casi 18,500 horas de vuelo; el Capitán Agustín Jurado Amilpa se retira antes del vuelo y trabaja posteriormente en una aerolínea en el área administrativa, y la señorita Lilia Novel Torres continuó volando un par de años antes de renunciar para contraer nupcias.
Lista de Pasajeros del vuelo MX575
- Henry Mankin
- Trudy Mankin
- Alberta Maltz
- Catalina Maltz
- Laura Kenedy
- Ezequiel Camacho
- Margarita T. Manzon
- Robert Stolper
- June Bartk
- ArturiBarth
- Ricardo G. Medina
- Esther Magallanes Orozco*
- Juan Vargas Vera*
- Carmen Castillo Bretón*
- Yolanda Hernández Castillo*
- Jesús Flores Bretón*
- Ramón M. Arellano*
*Pasajeros contratados por Emilio Arellano y Francisco Sierra, cuyos nombres se encontraban en las pólizas del seguro de vida.
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