Por: Paola Flores
“Visto a la distancia, dejamos que una crisis ficticia se volviera verdadera: Mexicana tenía una deuda por renta de aviones, pero lo que nunca dijeron es que ése era un adeudo a pagar en 15 o 20 años” dijo Jorge Abadie, antiguo piloto de línea en la flota de aviones B767 de la Compañía Mexicana de Aviación (CMA).
La caída de Mexicana, ocurrida el 28 de agosto de 2010, fue como una bola de nieve que se hizo cada vez más y más grande, hasta que no pudimos detenerla, cuenta Abadíe, en entrevista con A21. Un mes antes de los hechos relatados, la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores (ASPA) se preparó para llevar a cabo una revisión de contrato: “Pensamos que era solucionable”.
“Nosotros sabíamos la realidad, Mexicana tenía una deuda, pero también tenía pactado pagar por sus aviones en un periodo de tiempo. Sin embargo, como se vendió la crisis a la opinión pública, se dijo que había una deuda impagable. Tal fue la magnitud del caso que, a la fecha, no sabemos si la quiebra existió o no” dijo.
Ahora, viendo toda la situación a la distancia, Abadíe se pregunta constantemente si las cosas habrían sido distintas si se hubieran revelado más datos en las asambleas. “El principal sentimiento era de incredulidad de que todo estuviera sucediendo. Siempre guardamos las formas de apoyo al comité, al secretario, a ASPA, aunque por dentro, no estábamos de acuerdo”.
Como otros pilotos, Abadíe dejó que el amor a la compañía -la aerolínea más antigua de México y América Latina- le traicionara y no le permitiera ver la realidad.
“La realidad que nosotros veíamos, y que teníamos razón, es que la compañía era viable para volver a volar, pero nos dejamos llevar por el sentimiento y no vimos que la realidad política y otros intereses no iban a dejar que Mexicana regresara a los cielos” señaló.
Durante siete meses, Abadíe estuvo en el frente de lucha, pero llegó un momento en el que tuvo que poner de lado la búsqueda de respuestas y buscar otro trabajo. Sin embargo, tuvo que empezar “como si estuviera saliendo de la escuela”.
Para ese entonces, Jorge Abadíe ya se había decalificado (al pasar más de seis meses sin volar ni realizar un adiestramiento), por lo que tuvo que retomar los libros básicos de aviación y presentar exámenes como si recién egresara de la escuela. Pero lo más difícil “en lo personal, fue prepararme para una entrevista de trabajo”, dijo.
Su primera búsqueda de empleo posterior a Mexicana fue en China. Junto a otros dos mexicanos y dos bolivianos, se enfrentó a los nuevos procesos de integración en una aerolínea sin que, desafortunadamente, aceptaran a alguno. “Imagínate lo que eso le pega a tu ego y a tu confianza” recordó.
Después, le llegó un rumor: Qatar Airways, un gigante en crecimiento en Medio Oriente, solicitaba a pilotos mexicanos, aunque éstos no estuvieran calificados.
Así fue como viajó al emirato catarí, a cuya empresa Qatar ingresó en enero de 2012, como capitán de un B777. En tierras tan lejanas, se enfrentó a un nuevo reto: la soledad en un país donde interaccionan más de 120 nacionalidades.
Sin embargo, en todos estos años, la mayor de sus luchas ha sido contra el cáncer, enfermedad que lo dejó diez meses en tierra, durante los cuales la aerolínea lo habilitó para trabajar en oficina, en diferentes proyectos de adiestramiento.
Su historia de vida no ha sido muy distinta a la de los demás pilotos de Mexicana que terminaron en países lejanos como China, Corea, Emiratos y, por supuesto, Catar. “El 99% de nosotros dijimos: mañana me regreso a México. Sin embargo, la situación nos hizo sacar el orgullo”.
Han pasado casi ocho años desde que ingresara a las filas de la aerolínea catarí, sin embargo, Abadie aún no puede sanar la herida que dejó Mexicana.
“Durante los primeros dos años estuve cerca del día a día, inclusive participé en el fondo para despensas y otras cosas que se daban. Después la distancia y otros factores me hicieron entender que ya no estaba en México para pelear y por eso ya no me gusta quejarme, porque finalmente me fui”, añadió.
Finalmente, Abadíe cree que lo mejor que puede pasar es que se dé una liquidación, ya sea buena, mala o regular, pero que se cierre la herida con algo de justicia.
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