Después de la cantidad de posicionamientos y peticiones para que el Departamento de Transporte de Estados Unidos (DOT) conceda una prórroga para evitar desestimar la alianza Delta-Aeroméxico y las que puedan solicitarse en adelante, finalmente ese órgano de gobierno estadounidense decidió dar unos días más para recibir datos y evidencias que permitan reevaluar su decisión.
Se ve difícil que cambie de opinión, debido a que en ningún caso se ha visto que el gobierno mexicano haya siquiera acusado recibo de las inconsistencias de la política aérea con los compromisos adquiridos con Estados Unidos, otros países e incluso con la propia legislación mexicana, en materia de aviación. En otras palabras, como diría el famoso refrán, “el jefe manda y nunca se equivoca, y si se equivoca, vuelve a mandar”.
El problema es que al equivocarse las consecuencias serán para el país, para la competitividad que se pierde y por lo que de ahí sigue: menos empleos, menos ingresos por ventas de servicios, más dependencia -sí, más dependencia- porque la proporción del mercado bilateral que detentan hoy las aerolíneas de Estados Unidos es abrumadoramente mayoritaria.
Una cosa es que en la política se jueguen apuestas para dirimir conflictos de naturaleza pública y gubernamental, y otra que esa política tenga efectos indeseables en los acuerdos económicos que rigen nuestras relaciones con el mundo, cuyas secuelas se verán en los siguientes años y pueden ir enrareciendo el clima de negocios, donde nadie gana.
La aviación, se ha dicho en muchos foros y de formas diversas, es una herramienta de competitividad. Genera divisas por turismo, por comercio, por tránsito de migrantes y hombres de negocios; genera empleos, multiplica oportunidades en sectores inmobiliarios, maquiladoras, industrias manufactureras, mantenimiento, talleres aeronáuticos, capacitación, logística y demás. No hay ningún sector que logre conjuntar tantas vocaciones al mismo tiempo.
El Colegio de Pilotos Aviadores puso el dedo en la llaga al comentar que la falta de acuerdos conjuntos del tipo Delta-Aeroméxico o Viva-Allegiant (o cualquier otro) no sólo lastima a estas aerolíneas en lo particular, sino que contribuye a restringir aún más la participación de las empresas mexicanas en este mercado bilateral. Lo siguiente, habría que añadir, es que este mercado que tanto le genera al país, puede achicarse y en un futuro verse sujeto a políticas que lo marginen, ya que -como suele decir la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA)-, la aviación florece en la libertad. Ni más ni menos.
Habrá quien piense que el transporte aéreo es sólo para ricos pero restringirlo lo aleja aún más de las oportunidades para sectores emergentes. El crecimiento de las low-cost en el país ha sido posible porque existió un clima de liberalización que hizo posible el surgimiento de nuevas empresas y eso abrió horizontes para que nuevos consumidores pudieran acceder a transporte aéreo seguro y eficiente. No sólo se trata de ofertar asientos (y lo más fácil es recurrir al subsidio) sino de que estos asientos se ofrezcan en mercados relevantes para los consumidores, pero, sobre todo, que el servicio se dé con un mínimo de calidad y con la seguridad que requiere. Sin seguridad no hay aviación.
Quizás hoy no se alcancen a vislumbrar los efectos de las decisiones de hoy, pero tendrán un costo indeseable para el país. E-mail: raviles0829@gmail.com
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