Si bien me hubiese maravillado ver ese globo aerostático empleado como pebetero olímpico 2024 decorado con el icónico diseño del aerostato de los hermanos Montgolfier con el que el 27 de agosto de 1783, recurriendo a una oveja, un pato y a un gallo para investigar los efectos del aire respirable en las alturas, antes de que un ser humano volase por primera vez en este tipo de aeronaves, dieron inicio efectivo a la aeronáutica, o me hubiese encantado que los organizadores de la ceremonia de inauguración de París 2024 encontrasen la manera de recrear el vuelo alrededor de la gran protagonista del evento: la Torre Eiffel, realizado por el brasileño Alberto Santos-Dumont al mando de su dirigible No. 5 el 13 de julio de 1901, o no me hubiese molestado que el supersónico anglo-francés Concorde fuese parte del espectáculo, lo cierto es que el nostálgico toque del pebetero volador me parece memorable, tanto que compensa, por lo menos para mi, los desaciertos de los organizadores en el programa de esta que no puede ser considerada como una nueva edición de la más universal de las fiestas humanas.
Creo que no me equivoco al considerar a Francia como la cuna de la aeronáutica; más allá de los Montgolfier la historia de la patria del entrañable Antoine de Saint-Exupéry, cuyo “Principito” en mi opinión merecía ser parte del elenco del inicio de estos juegos deportivos, nos ha regalado el paracaídas práctico, el dirigible y hasta el avión. También nos heredó a la Federación Aeronáutica Internacional y el que Louis Blériot demostrase al volar sin escalas desde Calais a Dover que la aviación no era un juguete.
En suelo francés yacen los restos del genial Leonardo da Vinci, con justicia considerado el primer gran teórico del vuelo y se concibieron aeronaves como el hermoso Sud Aviation Caravelle, el efectivo Dassault Mirage y el elegante Falcon, de la misma manera en la que en buena medida se desarrollaron conceptos como el ya citado Concorde y el primer Airbus (A300), ambos proyectos producto de la cooperación e integración europea en la que Francia tuvo mucho que decir, como lo hizo en el desarrollo de la primera compañía de transporte espacial comercial: Arianespace.
Imposible olvidar que el Sindicato de Pilotos de Línea francés edita la que es considerada la más fina publicación aeronáutica: la revista “Icare” o el papel de estos aviadores en el desarrollo del aerotransporte no solamente de Europa, sino el de África, el Medio Oriente, el Sudeste asiático, el Pacífico del Sur y destacadamente el del extremo sur de nuestra América.
Y ya que estamos muy franceses, me permito extender esta columna volviendo a mi amigo Toño para recordar que este 31 de julio se marcan 80 años de su muerte en las costas mediterráneas galas cerca de Marsella; una suerte de alter ego para quien firma esta columna toda vez que me identifico muchísimo con algunas de las facetas de su personalidad, comenzando, por su humanismo, el amor que le profesaba a su fascinante y para él original y única Rosa (te hablo Maguita), su fuerte sentido de responsabilidad, su existencialismo y su conflicto con lo divino, su resiliencia, el valor que le daba a la amistad, su nacionalismo, sus vínculos con su familia, sus frecuentes distracciones, su codependencia, su angustia, su intolerancia, su amor por la aviación, su impaciencia, su sencillez, su aversión hacia lo absurdo del mundo de los adultos, su rechazo a los dictadores y su hartazgo general.
Como su “Principito”, Toño se evadió voluntariamente de la Tierra al realizar una misión de reconocimiento fotográfico en la región de Gregnoble-Annecy al mando del veloz y sofisticado bimotor Lockheed Lightning P-38F-5B, número 223 del Grupo II/33 de reconocimiento aéreo de las Fuerzas Aéreas Francesas Libres, aeronave cuyo paradero se desconoció por casi sesenta años hasta que sus restos fueron encontrados sumergidos en el mar en las cercanías de una de las islas del archipiélago de Riou, no así los del aviador que algunos estudiosos estamos seguros corresponden al del cuerpo de un desconocido con una edad de entre treinta y cuarenta años, unos 175 centímetros de estatura, corpulencia vigorosa y aun con algunos efectos militares adheridos, que el mar devolvió el 3 de septiembre de 1944 cerca de Carqueiranne, en cuyo cementerio fue colocado virtualmente en la fosa común, restos que por cierto, de manera inexplicable, la familia de Toño se han negado a exhumar para confirmar de una vez por todas por medio de pruebas de ADN, si los mismos corresponden a ese antepasado suyo que hay que decirlo, los ha hecho ricos explotando su obra, especialmente el crecientemente popular pequeño gentil-hombre.
En tiempos en los que el tema de la lealtad de los aeronáuticos mexicanos fluctúa entre el servilismo y sumisión a algunos a poderes fácticos que rigen de manera poco acertada nuestro aerotransporte y el rechazo a todo ello de unos cuantos, me parece muy justo y hasta necesario, recordar que mi amigo Toño se reveló humana, filosófica y militarmente contra aquello con lo que no comulgaba, caso de una Francia sometida a los totalitarismos europeos de los años 30 y 40 del Siglo XX, llegando al extremo de no estar dispuesto a habitar un mundo en sus palabras propio de obedientes termitas, de ahí que haya decidido regresar al universo, tal y como su “Principito” lo hizo al dejarse morder por esa venenosa serpiente y así regresar a su asteroide B612 a cuidar de su Rosa, sólo que en el caso de Antoine, al no regresar vivo de esa misión del 31 de julio de 1944 que la quedaba claro sería la última que le permitirían realizar, ante lo cual, simple y sencillamente dejó todo listo para partir.
Recordar a Saint-Exupéry a ochenta años de su muerte me parece un acto de justicia, y es que el propio aviador que sabía escribir o el escritor que sabía volar, según se quiera ver, lo dijo claramente en su libro “Terre des Hommes” de 1939 : “No pudimos ser eternos, sino que nuestros actos no pierdan de repente su sentido”.
“La ingratitud es hija de la soberbia”, bien dijo otro grande e idealista personaje; me refiero al “ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. En una entrega del año pasado publicada en los espacios editoriales del Grupo T21 celebrando las primeras ocho décadas de la publicación del “Principito” me referí a un gráfico circulando por el internet, cuya autoría desconozco, en el que aparece el viejo personaje de Miguel de Cervantes llevando de la mano al pequeño emanado de la mente y la tinta de Saint-Exupéry con la frase: “Cambiemos al mundo amigo Principito, que no es locura, ni utopía, sino justicia…”
Si el paraíso existe, alguno que este columnista honestamente duda, mi amigo Toño tiene bien ganado su lugar en él.
Por lo pronto: ¡Vive la France y que sus Juegos Olímpicos sean todo un éxito!
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