Cuando le comenté a mi madre que el próximo 16 de septiembre no estaré en la Ciudad de México, su respuesta fue: ¿entonces, no vas a ver los aviones del desfile?
No, madre, le respondí agregando que, afortunadamente, mi actual actividad en los alrededores de la Base Aérea Militar Número 1 de Santa Lucía, me ofrecía todo un cotidiano espectáculo aéreo, en especial en las semanas previas a la parada militar conmemorativa de la Independencia de México y el día del show aéreo que tiene lugar unos días antes, en las que los cielos de Tecámac, Estado de México, se convierten en el escenario de las prácticas de los pilotos aviadores de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM), operaciones a las que se suman los crecientes despegues y aterrizajes de aeronaves de aerotransporte comercial, que tienen lugar en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA).
¿Qué aeronáutico es incapaz de responder al sonoro llamado de un par de Northrop F-5s, por cierto el único modelo supersónico operado por entidad aeronáutica civil o militar alguna en México? La verdad es que yo no, y eso que no soy tan aficionado a la aviación de guerra como lo soy con la comercial. Aun así, la presencia de aeronaves en los cielos de México, tan atractivas como estos veloces jets o alguno de los majestuosos Lockheed C-130 “Hércules” de color verde olivo, portando la bandera nacional, me parece algo digno de disfrutar, tal y como siento es el caso de recorrer las instalaciones civiles y militares al interior del basto perímetro de lo que popularmente ya se conoce como AIFA, en las que se topa uno con equipos de vuelos ya retirados del servicio, pero sin duda dignamente exhibidos, en especial dentro del Museo Militar de Aviación, al que no puedo dejar de tener la tentación de acceder una y otra vez. Y es que, insisto, no se necesita ser fan de lo castrense para comprender el valor de lo que Santa Lucía ofrece a los aeronáuticos de corazón que tienen el privilegio de visitarla.
Yo me siento uno de ellos, es decir, me considero muy afortunado de poder estar aquí, en un departamento ubicado a escasos metros de la barda perimetral del AIFA, redactando esta columna de opinión, a punto de hacer presencia en mi actual responsabilidad laboral, observando y escuchando lo que hacen los aviadores militares al mando de sus aeronaves de ala fija o rotativa, ya sea en una nueva misión o preparándose para sobrevolar el Valle de México, celebrando un aniversario más de la independencia de una patria, a la que, debo confesar, estoy aprendiendo a entender desde una nueva y quizás más profunda perspectiva, conforme interactuó con grandes integrantes retirados y en activo de la FAM, de los que no emana otra cosa que no sea amor por México y orgullo por el servicio que le prestan.
Es así que, nuevamente, invito a mis estimados lectores y lectoras a que suban al auto con su familia, en especial con sus chiquitos y chiquitas y se den un recorrido por Santa Lucía, en especial por sus museos, sobra decir, comenzando por el aeronáutico, hoy día, debo admitir, uno de mis favoritos.
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