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29/03/2024

El escuadrón 201 y la manera en que los mexicanos tratamos a nuestros héroes

Juan A. José / Miércoles, 2 Marzo 2022 - 05:00

“En vida, hermano, en vida…”

Con la muerte el pasado 3 de febrero del coronel Carlos Garduño Nuñez, se dice fácil, a los 102 años de edad, se cierra un ciclo de la historia, ---virtualmente una saga, que rodea la participación activa del arma aérea mexicana en la Segunda Guerra Mundial, debido a que el militar era considerado como el último piloto vivo entre quienes realizaron misiones de combate en las Filipinas en el año 1945 como parte del Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana (FAEM).

El lamentable evento me hace pensar en ¿qué tan bien tratamos a nuestros héroes los mexicanos? Es más, ¿qué clase de héroes tenemos?

En tiempos en los que las nuevas generaciones frecuentemente tienen como héroes a personajes vinculados al narcotráfico, en particular los televisivos, algo a lo que sin duda no abona positivamente mucho que digamos posiciones como las que mantiene un excandidato emanado de la farándula a la gubernatura quintanarroense que claramente admira al criminal “Chapo Guzmán”, (de hecho, alguna vez fui testigo de cómo un muchacho con apenas 13 o 14 años de edad respondió a la típica pregunta: ¿qué quieres ser de grande? con un contundente: ¡Sicario!), no me debería sorprender por lo tanto que cuando frecuenté la colonia Escuadrón 201 de la Alcaldía Iztapalapa de la Ciudad de México virtualmente ninguno de los vecinos con los que interactuaba realmente sabía el origen del nombre de la urbanización.

Y es que si bien en algunos círculos aeronáuticos, por ejemplo la Sociedad Mexicana de Estudios Aeronáuticos Latinoamericanos (SMEAL) se hacen esfuerzos significativos y loables para honrar a los supervivientes y preservar el legado, digamos de la FAEM y de su famoso escuadrón, lo cierto es que en general la sociedad mexicana tiende a desconocer los hechos históricos y en el peor a despreciarlos o hasta descalificarlos, tal y como me temo ocurre con los valientes mexicanos que fueron a pelear en favor del esfuerzo aliado portando la bandera y el escudo nacional, los cuales, debemos decirlo, no fueron recibidos de regreso en la patria como se debiera, aun por sus pares castrenses.

Desgraciadamente el mexicano no es el único ejemplo en el que los verdaderos héroes no reciben el reconocimiento que merecen; ¿qué tal el desprecio con el que fueron tratados en la misma guerra, no solamente en el campo de batalla, sino en el seno del ejecutivo norteamericano los aviadores norteamericanos de color conocidos como “Tuskegee Airmen”, verdaderos “ángeles protectores” de aquellos hombres blancos a cargo de misiones de bombardeo en el teatro europeo, a los cuales apenas la entonces primera dama Eleonor Rooservelt se atrevió a darles algún crédito y quienes tuvieron que esperar hasta el año 2007 para recibir la misma Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos, el más alto honor civil que otorga esa nación, conferida a Charles Lindbergh, apenas un año después de su vuelo a París.  ¿Qué tal también de los virtualmente ignorados integrantes del Primer Grupo de Aviación de Caza de la Fuerza Aérea del Brasil, quienes hicieron básicamente lo mismo que el Escuadrón 201 pero en los cielos de la Italia de Mussolini, terminando algunos de ellos en campos de concentración nazis?

Entre los recuerdos más entrañables de mi andar en esto de la historia aeronáutica se encuentra el privilegio de haber saludado de mano en distintos tiempos y espacios a integrantes de esos tres cuerpos de combate aéreo a los que me he referido; a los Tuskegee en Columbus, Ohio en una ceremonia en la que estaba presente además nada menos que Paul Tibbets, piloto del infame “Enola Gay” desde el que cayó la primera bomba atómica en un acto de guerra; a los cariocas en un seminario de historia aeronáutica en Río de Janeiro y a los mexicanos, afortunadamente en diversos foros. Algo que noté en todos esos caballeros con los que conviví fue un evidente sentido de orgullo elegantemente matizado por una naturalidad humildad, propio de los verdaderos héroes.

“No pedimos ser eternos, tan solo pedimos que nuestros actos no pierdan de pronto su sentido” afirmaba otro valiente piloto militar, el francés Antoine de Saint-Exupéry, quien no solamente participó en la Segunda Guerra Mundial, sino que hizo el más grande de los sacrificios que un soldado puede hacer: morir por su patria.

Bien se dice por ahí que la calidad de los héroes refleja la calidad de la sociedad que representan.

Quizás sea tiempo de darle una pensadita al tema, ¿no cree usted?

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