Me tocó ser testigo de un operativo en un aeropuerto, relacionado con una amenaza de bomba en una aeronave estacionada en posición de contacto, lista para partir con casi 150 pasajeros, tripulantes y con gran cantidad de combustible dentro de ella.
Se supone que deben existir protocolos aprobados por la autoridad aeronáutica para atender este tipo de contingencias, en los cuales se privilegia, antes que nada, la seguridad de las personas, o eso quiero pensar. Es más, de no haber dichos instrumentos, el aeropuerto simple y sencillamente no debería operar.
En este contexto, con el fin de aislarla y minimizar el daño potencial que pudiera producir el artefacto explosivo, la aeronave fue remolcada con sus ocupantes dentro hasta una zona de seguridad para realizar en ella otros procedimientos.
Sobra decir que en el incidente referido y hasta que no se comprobase lo contrario, la posibilidad de que hubiese una bomba en la aeronave era real, tanto como lo era la amenaza que representaba a la seguridad de sus ocupantes, a la de los ocupantes de otras aeronaves y a la de cualquier otra instalación o persona cercana a ella. Esto significa que la bomba podría haber explotado en cualquier momento, lo cual afortunadamente finalmente no ocurrió, toda vez que se trató, como casi siempre, de una falsa alarma, nada más.
La pregunta surge de manera automática: ¿Por qué se mantuvo dentro de la aeronave a sus ocupantes durante el tiempo que tomó remolcarla hasta la zona segura, exponiéndolos a que la bomba explotase, en lugar de permitirles abandonarla antes de que pudiese tener lugar una desgracia? ¿Se pretendía controlar y conciliar a los ocupantes con el equipaje a bordo o encontrar a potenciales culpables? ¡Muy posiblemente! Pero eso se puede también lograr sin exponerlos más de lo necesario, bajándolos del avión, concentrándolos y trasladándolos a donde corresponda bajo el debido resguardo que garantice la aplicación de cualquier protocolo requerido.
¿Y el resto de las aeronaves que estaban cerca de la afectada, tanto cuando estaba estacionada como en su remolque? ¿Por qué no se cancelaron las operaciones en pistas y calles de rodaje para permitir su expedito y aislado traslado? ¿Por qué se permitieron despegues, aterrizajes y taxeos de aeronaves y movimientos de vehículos que pasaban muy cerca del avión amenazado?
Si efectivamente hubiese habido una bomba en la aeronave y ésta hubiese explotado, no solamente hubiese afectado a sus ocupantes, sino posiblemente también a los de cualquier otra aeronave vehículo o persona suficientemente próxima al evento.
En pocas palabras, en mi opinión, se falló en algo sumamente importante: no se privilegió la seguridad de las personas sobre cualquier otra la intención, incluyendo la de ubicar el artefacto.
¿Realmente las maniobras atendieron un protocolo aprobado? Si es así, ¿no sería tiempo de corregirlo? Si no es el caso, ¿quién dio la orden de hacer el remolque en esas condiciones? ¿Quién pudo evitarlo y no lo hizo? ¿Qué papel jugaron en él las decisiones adoptadas por la autoridad aeronáutica, el comandante de la aeronave, el administrador aeroportuario, los cuerpos federales de seguridad, el control de tránsito aéreo y el operador de la aeronave? En fin…
Lo cierto es que cada vez que voluntaria o involuntariamente soy testigo de cómo se hacen las cosas en nuestra aviación y en sus aeropuertos, inclusive en aquellas áreas más delicadas, caso de las que tienen que ver con la seguridad, que se pensaría está garantizada, más me alarmo ante la improvisación, incapacidad, negligencia o corrupción que pueden evidenciarse. De ahí este comentario. No podemos bajar la guardia en este delicado tema.
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