El mes pasado, el Senado aprobó por unanimidad el Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) relativo a la libertad de sindicalización de los trabajadores. ¿Qué significa este precepto? Quiere decir que los trabajadores ya no tendrán que estar afiliados a un sindicato en particular y no podrán ser obligados a estarlo.
Desconozco la razón por la cual este acuerdo no fue ratificado desde su entrada en vigor (en 1951) pero, de haberlo sido, quizá hoy no tendríamos ese sindicalismo tan radical, por un lado, y tan dado a cargarse del lado de los patrones, por el otro. Hablo de la clase de sindicalismo que se ejerce –y a veces más bien, se padece– en nuestro país, ese que empezó enarbolando la bandera de la protección a los derechos trabajadores y terminó en volverse parte activa de la política al más “alto nivel”.
Teóricamente, a través de la sindicalización de los trabajadores se logra el tan anhelado equilibrio entre el capital y el trabajo; sin embargo, este objetivo rara vez se alcanza y, en la mayoría de los casos, las repercusiones sociales se materializan en el desprestigio de todo lo que suene a sindicalismo, que en México huele a rancio, a inconsciencia… en una palabra, a charrismo.
El abuso, la corrupción y el cinismo del ejercicio sindical actual han desviado el curso hacia los flujos de capital, y anegado el acceso a los beneficios que, supuestamente, deberían ser para los trabajadores.
Y es que desde la etapa revolucionaria de hace casi un siglo, el empoderamiento de los líderes sindicales ha sido desproporcionado, empobreciendo profundamente a los trabajadores al convertirlos en un brazo corporativo del partido en el poder.
Así pues, de seguir los vicios, los cortejos al de arriba, la exacerbación del poder a través de las cúpulas sindicales, seguiremos fomentando éste como el único camino a los beneficios del sindicalismo mexicano.
En este sentido, he sido afortunado de pertenecer a un sindicato, el de pilotos, que dentro de sus asegunes siempre vela por el bienestar de la mayoría de los agremiados. De repente se han sentido jalones hacia la inconsciencia pero ha prevalecido -para fortuna de propios y extraños- la cordura, y su base con frecuencia entra en razón -claro, en ocasiones dentro del límite de los tiempos formales y definitorios.
Baste recordar cómo la más reciente confrontación amenazó con desbordarse, pues la falta de asistencia a las reuniones oficiales estuvo a punto de desquiciar la negociación. Resulta que enseñamos en nuestros adiestramientos a comprender a cabalidad el término “consciencia situacional", pero no somos capaces de hacer que la mayoría de nuestros colegas más jóvenes comprenda lo que se arriesga cuando la ceguera inunda nuestras decisiones.
Como lo he expresado –subrepticia o de plano abiertamente– en los textos que con gusto he compartido con todos mis colegas, a veces confundimos las formas con los fondos de las cosas. Hay los que dicen: "que a un contrato lo llamen Pedro, Juan, Rogaciano o “B” poco debe importarme si el dinero que me llevo como resultado es lo que realmente vale". En contraste, voces dispersas, mudas o poco sonoras insisten en que se deben igualar las condiciones con lo que se tenía hace cuarenta años o más.
“Para llegar a Roma, hay cuarenta caminos”. Busquen alguno de ellos, analicen y hagan que prevalezca la consciencia situacional, y no arriesguen lo más por lo menos. Si es necesario, hagan un alto en el camino, ubíquense en el “donde están” y en el “cómo están”, y luego piensen hasta dónde estirar la liga de la cordura y el bienestar.
Con la ratificación del Convenio 98 de la OIT, las relaciones obrero-patronales cambiarán radicalmente pues las empresas ponderarán si con un solo sindicato, o con la combinación de dos organizaciones de una sola especialidad, o con más personal de confianza, lograrán los objetivos que persiguen.
Por su parte, los gremios deberán reinventarse, redefinir sus objetivos y privilegiar la existencia de la empresa donde se desempeñan sobre posiciones radicales, so pena de perder la exclusividad desde la cual todo es más cómodo. Y los agremiados podrán, a través del sindicato, hacer lo que saben, u optar por irse a otro o anular su suscripción sin perder su derecho a trabajar en la empresa.
Con esto, la perspectiva de pertenecer a una organización gremial podrá ser sustanciosa, amplia y real, máxime ahora que se elimina del vocabulario la espantosa palabra “esquirol”, que tanto escozor causa en la piel de los enfermizamente sindicalistas.
Así que... ¡a darle, que es para antier! A ser mejores, a ubicarse en lo que se tiene, a no arriesgar y a contribuir a que nuestro país prospere. Necesitamos que nuestros líderes sepan leer entre líneas, aunque a veces también quisiéramos que lo hicieran sin buscarle tres pies al gato.
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