Nadie podía imaginar que un vuelo rutinario, que transportaba a varios extranjeros y un pequeño grupo de nacionales de la Ciudad de México a la ciudad de Oaxaca pasarían en solo un par de segundos a un vuelo envuelto en una situación de emergencia, provocada por una explosión, ocasionada por la avaricia de la gente.
En la mañana del miércoles 24 de septiembre de 1952 todo parecía ser un día normal en el Aeropuerto Central de la Ciudad de México. Varios pasajeros salían a las principales ciudades del país por cuestiones de trabajo y algunos turistas extranjeros a las playas o ciudades coloniales. La terminal aérea vivía el clásico movimiento de pasajeros de los vuelos de la mañana y todo comenzaba a tomar su rutina habitual.
Oaxaca siempre ha sido una ciudad con gran encanto para los visitantes extranjeros, y ese día tomarían el vuelo MX575 de la Compañía Mexicana de Aviación. Otros pasajeros viajarían en ese mismo vuelo por diferentes circunstancias, entre ellos, un pequeño grupo de siete personas que irían a la ciudad de Oaxaca con la promesa de un trabajo bien remunerado, en busca de mejores condiciones de vida.
En esos días, dos eventos meteorológicos: un huracán que un par de días tocó tierra en la costa de Tamaulipas y una tormenta tropical en las costas del Pacífico entre Michoacán y Guerrero generaban gran inestabilidad en el centro del país, por lo cual las operaciones áreas en el Aeropuerto Central habrían sufrido diversas demoras.
En punto las 7:45 horas, con unos treinta minutos de demora por condiciones meteorológicas, el Douglas DC3 (realmente era un Douglas C-47A-30-DK modificado para transporte civil de pasajeros) de la Compañía Mexicana de Aviación, con matrícula XA-GUJ, despegaba del aeropuerto capitalino con destino a la ciudad de Oaxaca cubriendo el citado vuelo MX575.
Al mando del avión se encontraba el capitán P. A. Carlos Rodríguez Corona (quien fuera miembro activo de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, Escuadrón 201); el P. A. Agustín Jurado Amilpa, como primer oficial, y finalmente la Srita. Lilia Novelo Torres, quien fungía como sobrecargo.
La aeronave ascendía normalmente para alcanzar los 14,000 m asignados en el plan de vuelo, con rumbo noreste para sortear las altas montañas de la sierra de Puebla y así proseguir hacia el sur. Con solo 15 minutos de vuelo, el cual había sido tranquilo, inmerso en una densa capa de nubes, pero sin turbulencia, la sobrecargo Novelo Torres se comunicó con los pilotos para solicitar que encendieran la calefacción del avión porque la cabina de pasajeros comenzaba a sentirse fría por la altura alcanzada. En ese momento sucedió lo impensable.
El DC3 de la CMA fue sacudido por una fuerte explosión. Un ruido ensordecedor invadió la cabina de pilotos y todo comenzó a volar dentro de ella. Los cristales de la cabina se estrellaron y, al reponerse de la impresión inicial, el capitán Rodríguez Corona logró ver así la parte posterior de la aeronave. Observó que la puerta de la cabina se había desprendido al igual que la escotilla de emergencia y se veía una boqueta detrás de ellos. Posteriormente volteó y miró al capitán Jurado Amilpa que tenía heridas en la cara y sangraba.
Repuestos del tremendo impacto de la explosión, los pilotos evaluaron la situación y retomaron el control de la aeronave. Los instrumentos de navegación estaban fuera de servicio: los altímetros presentaban una diferencia de 4,000 pies entre ellos, igual el tacómetro así como los indicadores de temperatura de los motores; los controles de vuelo respondían a lo que el capitán Rodríguez Corona exclamó: Al menos, aún estamos en el aire.
Los pilotos aún no se explicaban qué pasó. El capitán pensó que pudieron haber chocado con otro avión, pues momentos antes se había reportado un avión de la empresa cerca de su posición, y después que tal vez hubiera explotado el sistema de calefacción (los DC3 tenían un sistema que trabajaba con gasolina). Fue en ese momento que la sobrecargo Lilia Novelo logró acercarse a la cabina indicando al capitán que ocurrió una explosión en el compartimiento de equipajes, atrás de la cabina de pilotos y que había pasajeros heridos. Él le ordenó que regresara a su lugar y tratara de calmar a los pasajeros, los cuales eran ya presa de la desesperación.
Consiguieron comunicarse con el aeropuerto a la oficina del despacho de la CMA indicando de la emergencia, que regresaban y que se preparaban para el aterrizaje del avión. Sin embargo dentro de dos capas de nubes y sin instrumentos no podía ubicar su posición exacta, además de que la aeronave comenzaba a perder altura. La situación era realmente crítica cuando de pronto entraron en un claro de nubes y pudieron ver que se encontraban sobre las pirámides de Teotihuacán. En ese momento Rodríguez Corona toma una decisión crucial. Como piloto militar conocía la recién inaugurada Base Aérea de Santa Lucía y decide aterrizar ahí.
Intentaron comunicarse con el aeropuerto de México para indicar que bajarían en la Base Aérea pero ya no fue posible. Logran entrar en contacto con otro avión de la Mexicana, el que volaba a Cuba, y les pidieron que se comunicaran con México para informales de sus nuevas intenciones, en ese momento la radio dejó de funcionar. Sin radio el capitán no podía contactarse con la Base Aérea, y sin poder hacer alguna señal de auxilio, los pilotos solo se enfilaron a la pista y lograron un aterrizaje perfecto ante la situación.
Tras detenerse a un costado de la pista, fueron rodeados inmediatamente por soldados armados pues no sabían qué intenciones tenía la aeronave. En ese momento el Cap. Carlos Rodríguez fue el primero en descender de la aeronave y explicar la situación, ante lo cual personal de la Fuerza Aérea Mexicana, quienes, tras salir de la sorpresa inicial, ayudaron a los pasajeros y tripulantes ofreciendo todo tipo de atenciones, así como a recoger los equipajes y piezas de la aeronave que quedaron en la pista. Dos soldados que vigilaban la barda del lado sur de la base (recordemos que en esos días aún estaba bajo construcción la base), de nombre Juan López C. y Miguel Mejia, fueron testigos del aterrizaje del DC3, e indicaron que al momento de sobrevolar la pista, varias maletas cayeron del avión, ellos fueron de los primeros en llegar al avión cuando este se detuvo. Otra testigo de tal evento fue la Sra. Maria Trinidad Castillo, de 52 años, quien todos los días llevaba en una canasta, alimentos para los albañiles que trabajaban en la obra, y comentó a un diario capitalino cómo vio “aterrizar un avión que no era militar, de forma apresurada”.
El general Zayas Palafox, comandante de la Base Aérea 1, de Santa Lucía, atendió personalmente al capitán Rodríguez Corona, incluso le ayudó a establecer la comunicación con el aeropuerto en específico con el personal de la CMA, quienes temían lo peor tras perder contacto con la aeronave.
Fue una vez que estando ya en tierra, los pilotos, acompañados del General Zayas Palafox pudieron constatar los daños en la aeronave: atrás de la cabina de pilotos, del lado izquierdo del fuselaje se había abierto un agujero de prácticamente 1.50 metros de alto por un metro de ancho, los acumuladores colgaban apenas sujetos de un par de cables. Las antenas estaban totalmente torcidas, los cables de mando habían quedado expuestos y un conducto estaba partido y chorreaba el combustible como si fuera una llave abierta.
Los autores del atentado
De inmediato se iniciaron las pesquisas respectivas por el equipo de investigadores de la Procuraduría General de la República, entonces a cargo del Lic. Francisco González de la Vega. Arrojaron resultados sorprendentes en el corto tiempo: El culpable resultó ser el empresario teatral Francisco Sierra, esposo de la cantante de ópera Esperanza Iris, quien en complicidad con el Sr. Emilio Arellano Scheteligre, un comerciante e ingeniero en minería y de ascendencia alemana, planearon llevar a cabo un fraude a compañías de seguro por más de 2´000,000.00 de pesos, el cual consistía en contratar a seis personas bajo la promesa de ofrecerles trabajo bien remunerado en la ciudad de Oaxaca. Se les proporcionó el viaje en avión y por tal razón les emitieron sendas pólizas de seguro de vida a nombre de los pasajeros y con la idea de cobrar dichos seguros tras el accidente.
Incluso, durante las investigaciones, las personas contratadas por Francisco Sierra y Miguel Arellano indicaron a las autoridades que recibieron un adelanto para comprarse ropa y hasta les regalaron a cada uno una pulsera de plata con sus respectivas iniciales y que las llevaran puestas durante el viaje. Esto último se llegó a considerar por la PGR como una forma de identificar rápido los cuerpos y agilizar el cobro del seguro.
Tras su detención y un largo juicio, ambos fueron sentenciados en diciembre de 1953. Emilio Arellano por treinta años de prisión y Francisco Sierra por nueve, sin embargo, tras apelar su sentencia y alargar el proceso, Arellano solo recibió la confirmación y en el caso de Sierra, su sentencia pasó de 9 a 29 años.
La heroica tripulación
La tripulación del aquel vuelo recibió sendos homenajes y reconocimientos por su acto heroico. Primero, en una cena de gala en el entonces exclusivo restaurant “Chapultepec”, ofrecida por el Club Aéreo de México presidido por el Ing. y P. A. Pascual Gutiérrez Roldán, se les entregó un pergamino y una medalla de oro por la pericia y valor mostrados durante la emergencia.
Posteriormente el capitán P. A. Carlos Rodríguez Corona, el primer oficial P. A. Agustín Jurado Amilpa y la sobrecargo Lilia Novelo Torres fueron condecorados con la presea Emilio Carranza, máxima condecoración entregada por el gobierno mexicano a los integrantes de la industria aeronáutica nacional, por el cumplimiento de su deber. Estas condecoraciones les fueron impuestas por el Lic. Agustín García López, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y el Lic. Ángel Martín Pérez, director general de Aeronáutica Civil.
Epilogo
Miguel Arellano murió en Lecumberri, mucho antes de completar su condena, mientras que Francisco Sierra, salió de prisión en 1972, sin complementar los años sentenciados. Su esposa, Esperanza Iris, fallece en 1962 sin alcanzar a verlo salir de prisión. Cuando el capitán Carlos Rodríguez Corona se jubila como piloto aviador en junio de 1970 con casi 18,500 horas de vuelo, el capitán Agustín Jurado Amilpa se retira antes del vuelo y trabaja posteriormente en una aerolínea en el área administrativa, y la señorita Lilia Novel Torres continuó volando un par de año antes de renunciar para contraer nupcias.
Un chiste tonto se convierte en una anécdota de vida
El capitán Rodríguez Corona respondió a un reportero de un diario capitalino, quien le pregunto qué pasaba en su cabeza durante la emergencia, a lo que respondió: “En esos momentos, mientras buscaba la pista de Santa Lucía, solo podía pensar en un chiste viejo y tonto: en un caso como el mío, el piloto toma el micrófono y dice: Señores pasajeros, su atención, por favor, les habla el capitán. Repitan conmigo: Padre Nuestro que estás en los cielos…”
Lista de Pasajeros del vuelo MX575
Henry Mankin
Trudy Mankin
Alberta Maltz
Catalina Maltz
Laura Kenedy
Ezequiel Camacho
Margarita T. Manzon
Robert Stolper
June Bartk
Arturi Barth
Ricardo G. Medina
Esther Magallanes Orozco*
Juan Vargas Vera*
Carmen Castillo Bretón*
Yolanda Hernández Castillo*
Jesús Flores Bretón*
Ramón M. Arellano*
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