La noche del 26 de diciembre me encontraba sentado en el piso de la atiborrada sala de última espera del aeropuerto de mi rancho, poniendo atención a las bocinas que reproducían una tenue y casi indescifrable voz, emitida por lo que se asemejaba a un robot árabe, que anunciaba que mi vuelo hacia el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) continuaba demorado. El mensaje fue interrumpido por un individuo alto, con pantalones de tubito, camiseta de rayas bien fajada y tenis converse blancos, que hablaba de forma escandalosa por teléfono, a través de sus airpods, narrándole su reciente experiencia a su interlocutora (y a todos los que estábamos a su alrededor), con tono victorioso: “sí, les dije que no era justo, amiga, que era un robo lo que hacían y que yo no me iba a quedar callado”.
Lo primero que pensé fue que ojalá no me tocara viajar a su lado, algo poco probable, pero no imposible, así que me fijé en los otros destinos que aparecían en las salas continuas a la mía: un vuelo demorado de Viva Aerobús hacia Tijuana y otro de Volaris de mismo estatus y destino, y recordé que a un amigo le habían cancelado también su vuelo tijuanero matutino. Con razón estaba tan molesto el fajadito, y bastantes más, porque en la recién finalizada temporada alta decembrina, el Aeropuerto Internacional de Tijuana (TIJ) colapsó con demoras y cancelaciones de más de 180 vuelos, que afectaron a unos 30 mil pasajeros, habiendo personas que pasaron hasta tres días en sus instalaciones, sin información, y sin posibilidad de quejarse oficialmente porque no había módulos Profeco abiertos en todo Tijuas ni en Ensenada.
El severo caso de Tijuana se debió a una acumulación de factores y afectó principalmente a Volaris, quien tiene HUB allí. Las condiciones meteorológicas del valle tijuanense causaron una espesa niebla, que provocó el cierre del aeropuerto por nula visibilidad, un procedimiento común por motivos de seguridad operativa, lo que extendió las jornadas laborales de tripulaciones y de trabajadores de rampa. Estos últimos no son empleados de la aerolínea, sino de una empresa proveedora de servicios en tierra, que le atiende los aviones y mostradores a Volaris, y no habían recibido pagos de aguinaldo ni horas extras, por lo que decidieron marcharse a pasar Navidad con sus familias, y cuando el banco de niebla por fin se disipó y las operaciones se reanudaron, Volaris no tenía trabajadores.
En la aviación, las demoras son un cáncer logístico difícil de erradicar completamente, dadas las altas posibilidades de que algo salga mal en cada escala, causando una repercusión en sus consecutivos vuelos que puede ir sumando minutos y estrés a cada operación, haciendo metástasis. Las repercusiones son peligrosas porque generan presión por salir a tiempo y fatiga, lo que puede provocar que se obvien procedimientos de seguridad, si la empresa no es disciplinada, debido al apuro y cansancio.
Las demoras se pueden catalogar en controlables, como algún error humano o de planeación de la aerolínea; y no controlables, como temas meteorológicos o de tránsito aéreo. Muestra de las segundas fue la ola masiva de demoras sucedidas recientemente en Estados Unidos, cuando la violenta tormenta invernal Elliot detuvo casi 20 mil vuelos, mayormente de la aerolínea de bajo costo Southwest. Algunas aerolíneas definen este tipo de demoras no controlables por clima como “actos de Dios”, tratando que la ambigüedad del término abarque las repercusiones de un suceso no controlado por ellas para deslindar responsabilidad. También hay fallas no controlables por la aerolínea, pero sí por parte de la autoridad de aviación, ejemplos son la falla de sistema de NOTAMs ocurrida en Estados Unidos la semana pasada, o el apagón de Filipinas en año nuevo, ambos casos causando que todos sus respectivos vuelos nacionales se detuvieran por horas.
Por lo tanto, me causa gracia cuando le pregunto a alguien qué tal estuvo su vuelo y me comenta en tono catastrófico, como si acabara de sobrevivir a un tsunami, la travesía que fue volar de manera cómoda y segura dos mil kilómetros y esperar otros 15 minutos su maleta, ignorando lo afortunado que es el costear y experimentar dicho viaje sin mayor contratiempo. Sin embargo, para sobrellevar mejor las repercusiones (psicológicas para algunos) ocasionadas por una demora y poder ejercer nuestros derechos de usuarios, es necesario notar que las fallas controlables se dan por malas decisiones o prácticas, ya sean ejecutivas, operativas o administrativas de la aerolínea, y que las afectaciones causadas por aeropuertos o autoridades no ameritan, injustamente, compensación.
Para las otras demoras, los llamados “actos de Dios”, deberemos practicar la paciencia y resignación, porque ni siquiera el Papa a bordo de su “Pastor Uno” (el avión de Alitalia en el cual viaja) aterriza en un aeropuerto cerrado por mal clima. Para finalizar, si están leyendo estos párrafos mientras esperan su vuelo demorado, les invito a echarse también esta nota anterior, en la cual menciono que sin tejanos no hay vuelos, y que intenta explicar lo esencial que son los trabajadores de la aviación y su justa remuneración, para evitar precisamente una situación como la acontecida en Tijuana.
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