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26/04/2024

Vulnerabilidades aeronáuticas de la era post-covid

José Medina Go… / Domingo, 14 Febrero 2021 - 20:53

Si hay algo que esta crisis global del COVID-19 nos ha mostrado con dolorosa claridad es lo inmensamente vulnerables que somos como especie y como civilización. Los estudios históricos del mañana voltearán a ver el periodo comprendido desde finales del 2019, el año 2020 y posiblemente algunos años más que nos faltan por vivir, como una etapa del desarrollo humano donde nuestras grandes debilidades, irresponsabilidades y vulnerabilidades quedaron al descubierto. Seamos francos: COVID-19 no es ni remotamente la enfermedad más letal que hemos experimentado, ni es la más contagiosa, ni es parte del pequeño reducto de infecciones para las cuales no tenemos ningún tratamiento o capacidad de respuesta. Entonces ¿por qué ha pasado todo este desastre a nivel global, en donde el mundo entero se ha paralizado casi totalmente, donde se ha generado una crisis mundial sin precedentes y millones de personas han perdido la vida?

Debemos factorizar muchas cosas, verlas con frialdad, y sin filias ni fobias analizar los datos. A continuación, se presentará una síntesis analítica que entiendo bien abarca temas sensibles y delicados, y aclaro se emiten con el mayor de los respetos y sensibilidades; no se busca ofender, desvirtuar o minimizar otras posturas, sino ofrecer un punto de vista analíticos distinto y que contribuya a una reflexión más amplia. Sin embargo, esta síntesis si se opone a un aberrante discurso dogmático que carece de análisis y adolece de insensibilidad, y que se subordina a abyectos propósitos coyunturales, cegados de la realidad visible y supinos ante la búsqueda ofuscada de desvirtuar la realidad.

Por un momento abstengámonos de dar cifras precisas, ya que estas cambian a cada segundo. Veamos el fenómeno que nos aqueja de manera general, con perspectiva y con trascendencia. Este terrible virus tiene una potencial tasa de letalidad de entre el 2% y el 5% de los casos, o al menos esa es la experiencia que tenemos acumulada hasta el momento. Sin embargo, casi el 80% de aquellos que contraen la enfermedad son asintomáticos; y el porcentaje restante puede manifestar una sintomatología con mayor o menor gravedad. Tan sólo un 5-7% llegan a desarrollar síntomas extremadamente graves, y el 2-4% lamentablemente no cuentan con los medios fisiológicos suficientes para combatir la enfermedad y sucumben ante ella. En la gran mayoría de los casos -evidentemente, no en todos- las defunciones se presentan en individuos con condiciones de salud subyacentes, inmunológicamente vulnerables, o bien que no recibieron la atención médica apropiada a tiempo. Esto equivale a casi dos y medio millones de personas a nivel global, de una población total de 7.8 billones de habitantes, o el 0.032% de la población mundial.

Cuantiosos infectólogos y epidemiólogos a nivel global han señalado que la clave para reducir la mortalidad es la oportuna y prudente atención. Contrario a las totalmente inexcusables declaraciones de algunas autoridades nacionales, la recomendación médica generalizada en el mundo es que los pacientes de COVID-19 reciban evaluación y atención médica lo antes posible, para así ser monitoreados y poder determinar médicamente un curso de acción enfocado a la supervivencia del paciente por medio de no permitir que la enfermedad avance a un punto donde sea imposible salvar al paciente. En otras palabras: si tiene síntomas, busque atención médica a la brevedad; ¡no se quede en casa y se resigne a su suerte!

¿Cuál es el problema que esta lógica? Que, si un número relativamente alto de casos se presenta en un momento dado, los servicios de salud -independientemente de que tan robustos sean- quedan saturados y rebasados. Esto causa un total desbordamiento, y comienzan las carencias de servicios médicos y de atención primaria. Invariablemente, esto conduce a una crisis de salud y por tanto las cosas pueden salirse muy rápidamente de control. Buena parte de los países del mundo sufrieron esa situación, y la única forma de atajar la crisis fue con medidas preventivas extremas y que hasta ese momento nunca se habían llevado a esa escala: distanciamiento social, que se tradujo en reducciones sistemáticas y brutales de actividad humana conjunta, minimizar comercio e interacción social, medidas preventivas extremas que incrementaron tiempos de respuesta, etc.

Los países responsables tomaron medidas drásticas para hacer frente a la pandemia, y diseñaron estrategias para fortalecer a su ciudadanía, o al menos para minimizar en la medida de lo posible el impacto. Estas son las naciones que dedicaron su tiempo a la planeación, al análisis objetivo, y que forzaron, en algunos casos, a la responsabilidad social. Estos son los países que el día de hoy se encuentran en pleno camino a salir de esta pesadilla global. Todavía falta trecho, pero el camino ya lo tienen.  Los países irresponsables -como el nuestro, Brasil, Estados Unidos, y algunos pocos más- en vez de adoptar una postura seria e informada prefirieron un discurso populista, anticientífico, desvirtuado, despreciando la voz de los especialistas, y con criminal insensibilidad. Esto causó miles de muertes totalmente innecesarias.

Pero, ¿esto que tiene que ver con la aviación? Absolutamente todo, ya que desde múltiples perspectivas y ángulos la aeronáutica es una de las pocas actividades intensamente vinculantes de la humanidad contemporánea. Este virus se convirtió en pandemia gracias a la rápida difusión del mismo por la vía aérea, y las nuevas cepas del mismo se están distribuyendo principalmente por el aerotransporte. A esto, debemos reconocer que estos procesos se están dando incluso y a pesar de las medidas de seguridad impuestas para controlar la difusión viral. Esto nos remite a un eje importante y que espero abordemos a mayor detalle en las colaboraciones subsecuentes de este espacio semanal: el COVID-19 nos ha mostrado lo profundamente vulnerables que somos.

No importa cuantas medidas de seguridad tengamos, seguimos con espacios “grises” que debemos atender. El 11 de septiembre del 2001 nuestra civilización cambió por un atentado terrorista en Estados Unidos. En 2020 nuestro mundo volvió a cambiar debido a una pandemia paralizante. ¿Qué tienen en común estos dos hechos? Que ambos ocurrieron mayoritariamente por la aeronáutica como un instrumento/medio. Ciertamente, el fin no era emplear intencional o no intencionalmente este medio de transporte, pero los efectos en nuestro sector y la industria son patentes e innegables.

Después del 11 septiembre del 2001 la aeronáutica cambió profundamente. A partir de la crisis del COVID-19 obligadamente deberá hacer lo mismo. Pero para ello es indispensable identificar cuáles son las áreas de vulnerabilidad que han quedado manifiestas. Algunas son obvias y evidentes, otras no tanto. Y estos rubros de atención urgente van desde la elaboración de Políticas Públicas, disposiciones generales por parte de las autoridades, supervisión y aplicación de medidas precautorias sensibles, protocolos de actuación, planes y programas preventivos y reactivos, sistemas de alertas tempranas integrales, y un conjunto de acciones operativas nacionales y regionales compatibilizadas con acuerdos transnacionales. Es un amplio paquete a revisar, y que obliga una responsable y objetiva reflexión del tema. Hasta que retomemos este tema nuevamente en futuras columnas, invito al lector a ir reflexionando y pensando sobre cuáles son las áreas que debemos fortalecer en nuestro sector, para volver a una aeronáutica verdaderamente segura y con trascendencia internacional, no como un potencial factor de riesgo para la civilización humana.

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