Imposible es, aunque intentemos, alejarnos o distanciarnos de esta crisis que nos aqueja. Tal pareciera que este año nos encontramos rodeados de una crisis tras otra, tanto a nivel nacional como internacional. Si el 2019 fue un año complejo, el 2020 esta dejando a su antecesor por mucho atrás. Y apenas llevamos cuatro meses y medio de este año. No es intención del suscribiente ser pesimista, ni tampoco alarmista. Se trata de ser realistas y darnos cuenta que no nos estamos enfrentando a una carrera corta de velocidad, sino a un auténtico maratón. La estrategia no es, en consecuencia, desgastarnos al máximo, esperando terminar rápido con todo; sino administrar eficientemente nuestras energías y esfuerzos para llegar hasta el final. La paciencia, la calma y la repetición tesonera ganará esta carrera. Más no será así si seguimos en el rumbo en el que vamos.
Indudablemente, esta crisis del COVID-19 o “Coronavirus” -ambiguo e impreciso nombre que ahora ha dominado la escena discursiva y mediática global y que augura ser un término descriptivo para toda una generación en la posteridad- es una problemática mundial. Se trata de una pandemia global, compleja y que difícilmente podemos atribuirla a una región o actor en particular, con la salvedad de China quien en su compleja serie de contradicciones y lógica sui generis para el mundo occidental fue el primero en experimentarla, pero también el primero en dar la vuelta a la página y seguir adelante. Cuantiosos actores internacionales han también experimentado diversos grados de afectación por esta pandemia, y en términos objetivos no hay sector de la vida humana que no se vea o verá afectado por este proceso.
En esta columna semanal, así como en todo este espacio informativo se han vertido diversos puntos de vista de cómo esta crisis afectará al mundo de la aviación, así como los potenciales impactos para la aeronáutica mexicana. Desde sombrías posturas hasta optimistas prospecciones, y de sobrios comentarios hasta áreas de oportunidad por explotar; todas estas posturas son potencialmente ciertas, a final de cuentas nosotros modelamos el futuro a partir de nuestras acciones del presente. Sin embargo, si observamos objetivamente y analizamos con frialdad el entorno nacional en específico frente a esta crisis, nuestras expectativas deben ser adecuadas y contextualizadas. El escenario prospectivo, fríamente, no es bueno.
La razón particular de esto se debe a cuatro procesos mutuamente complementarios y vinculados entre sí. Ello es por que poseen un punto en común, y que lamentablemente poco podemos hacer para influir en él. En primer lugar, tenemos la prospectiva integral de desarrollo nacional: pese al discurso oficial, fundamentado en una visión dogmática miope y astigmática simultáneamente e informada por “datos” de origen y naturaleza cuestionable, la proyección es que la economía nacional en su conjunto se contraerá significativamente. Algunos análisis hablan de una contracción del 7% en el 2020, y aunque tal vez este número sea exagerado (por el bien de México, esperemos) innegable es que tendremos una contracción muy considerable. Esto se debe a que las políticas de atracción, gestión y aplicación de inversiones de la actual administración federal han sido y son -por decirlo amablemente- un rotundo y repetitivo fracaso en la práctica.
Como es lógico, si se contrae la economía nacional, todos los sectores de la misma se reducirán en mayor o menor medida. Si consideramos que la aviación y la industria aeronáutica y aeroespacial representaban los sectores que más potencialidades de crecimiento tenían, lógicamente son los que posiblemente se verán más afectados. ¿Esto debe tomarse como una proyección catastrófica? Por supuesto que no, pero debemos ser conscientes que habrá una afectación importante en este sector por conclusión lógica. Esto nos lleva al segundo factor: la pérdida de confianza en la inversión privada. No sólo en materia aeronáutica y aeroespacial, sino en todos los sectores de la economía mexicana, las posturas del gobierno federal han desestimado y desalentado la inversión, y esto genera un efecto dominó en la gestión de capitales. En pocas palabras, para muchas empresas nacionales e internacionales vinculadas a nuestro sector (como a tantos otros más) resulta más barato y eficiente retirar sus capitales de México y ya sea colocarlos en otro país más congruente y permisivo a la inversión, o congelar sus activos fuera del país en espera de que al paso de unos cuantos años haya mejores condiciones. Por supuesto, esto implicaría que para entonces ya habremos enmendado la plana, pero la prospectiva no sugiere eso.
Nos lleva entonces al tercer punto: el manejo de la crisis del COVID-19 en el sector aeronáutico nacional ha sido, por decir lo menos, deficiente. Y esto no es debido a que seamos parte de un sector que se caracterice por ello, todo lo contrario. El problema estriba en que las autoridades federales actuaron muy lento y demasiado limitados para hacer frente a la pandemia global. Buena parte de las actividades y medidas de contención epidemiológica fueron encabezadas por las empresas del sector, ya que la respuesta de las autoridades federales fue dolorosa e indignantemente tardía. El gran mérito lo tuvo nuevamente la iniciativa privada, las autoridades respondieron sólo como segundo coro, y hasta eso, desafinado. Mientras que una autoridad decía una cosa, otros actores del Estado decían otra. Nuevamente la Iniciativa Privada volvió a tomar el liderazgo donde no había más que ambivalencia.
Finalmente, tenemos el cuarto factor: en una coyuntura donde como sociedad y como sector esperábamos una postura contundente de la titularidad del Estado Mexicano, el cual nos diera un camino a seguir claro y definido para orientar nuestros esfuerzos de manera conjunta, y con una visión de Estado se planteara una ruta crítica para enfrentar este gran reto nacional, recibimos exactamente…nada. Más que inspirar confianza, la carencia de dirección y la repetición dogmática de un discurso por demás agotado dio pie de la desconfianza a la franca indignación de muchos sectores de la sociedad, entre ellos muchos importantes actores nacionales e internacionales del sector aeronáutico. En un momento crítico donde la gran mayoría de las empresas aeronáuticas están sufriendo pérdidas considerables, y que muchas están experimentando afectaciones profundas en su integridad comercial y prospectiva, no hay ni el más mínimo apoyo de las autoridades en términos reales; y la ambivalencia discursiva se ha sustituido por la necedad dogmática.
Ante estas condiciones es difícil hacer frente a esta crisis. El sector aeronáutico nacional será uno de los principales afectados por esta pandemia, y sus efectos serán notorios en años venideros. Pensar que al terminar abril estaremos en camino a la reconstrucción del sector es como sugerir que una persona gravemente herida puede recuperarse en casa: ciertamente puede hacerlo, pero en muchas ocasiones requiere de la atención médica que sólo se le puede dar en un hospital, lo cual no sólo acelera la recuperación sino garantiza la sanación. En este contexto nos encontramos como sector, y la solución es clara y evidentemente obvia: si estamos dándonos cuenta de lo que está mal, corrijamos el camino y evitemos los mismos errores. Al buen entendedor, pocas palabras.
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