Desde el año pasado en este espacio semanal el suscribiente ha abordado el tema de la Base Aérea Militar No. 1 de Santa Lucía, Estado de México y el ignominioso proyecto que existe para convertirlo en el “Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles”, una visión condenada a la memoria histórica como tal vez una de las grandes debacles y polémicas decisiones de la presente administración. Cansado ha sido ya el tema del Santa Lucía, pues en la gran mayoría de los medios y espacios nacionales e internacionales no para el torrente inagotable de objeciones, de críticas y de sentencias fundamentadas de que éste es un proyecto condenado al fracaso desde su concepción.
Desde el punto de vista aeronáutico, financiero, de Planeación y Gestión Pública, así como de practicidad y lógica estratégica el Aeropuerto “Felipe Ángeles” es una aproximación terriblemente ineficiente y problemáticamente viable. Este proyecto, nacido como una promesa de campaña mediática para después ser un bastión dogmático-político y que terminó siendo un capricho insustentable, le ha representado al país un egreso incuantificable -no por que sea imposible, sino por que la cifra es tan compleja de integrar por sus posibles ramificaciones en el mediano y largo plazo- y un daño a la imagen internacional de México difícil de ponderar. El sector aeronáutico nacional ha padecido un importante retroceso, y desde la fatídica decisión de cancelar el proyecto de Texcoco y comenzar una mal consolidada propuesta al interior de la 37 Zona Militar este caso ha sido un barril sin fondo de pérdidas y gastos sin sentido.
El suscribiente había dejado este tema ya de lado. En parte por los amparos que impedían aparentemente la construcción del proyecto, por otro lado, estaban los recursos internacionales y las propias presiones del sector aeronáutico comercial, así como los dictámenes especializados que arrojaban sin duda alguna la conclusión que este designio debería ser re-considerado. Inclusive, el suscribiente llegó a sugerir que la presente Administración Federal recapacitaría y enmendaría el rumbo de esta abominación antes de que se hicieran daños permanentes; no por responder a una reflexión profunda e informada sino por practicidad, por minimizar pérdidas, y para buscar recuperar la confianza nacional e internacional en el sector aeronáutico mexicano y las autoridades federales que le regulan.
Trágicamente debe reconocerse que esto no ha sido así, y que esas ilusiones argumentadas no se concretaron. De hecho, ha pasado todo lo contrario, pues parece ser que este capricho dogmático-discursivo se ha convertido en una cruzada perdida de la actual administración. No obstante autoridades internacionales hace apenas un par de semanas volvieron a reiterar que Santa Lucía no es viable, eficiente ni guarda en el futuro un potencial de desarrollo prospectivo con beneficio integral al país el Titular del Ejecutivo se ha aferrado a “sacar el proyecto adelante”, inspeccionando apenas un día antes del primer aniversario de su llegada al poder los “avances”, declarando energéticamente que llevan un avance considerable de lo proyectado, e inclusive hasta más: aproximadamente 1%.
Es difícil dar lectura a todos estos signos de los tiempos. Lo que a todas luces era algo inviable lo están forzando en la realidad. Ignorando estudios profesionales, evaluaciones nacionales e internacionales, presiones y súplicas del sector e incluso extrañamientos de la propia población civil local y remota (hasta ellos ya están involucrados en el tema) el proyecto sigue adelante. La coyuntura de hace apenas algunos meses donde era posible reconsiderar, recapitular y enmendar el rumbo se ha convertido en uno de tantos estandartes de lo imposible. No se trata de un Quijote cazando molinos de viento pensando que son gigantes; se trata de una entrada en pérdida sin siquiera saber cómo recuperar el control.
Es así como el suscribiente retoma este tema, pero desde una perspectiva más amplia. ¿Qué mensaje damos a la comunidad internacional como sociedad y como Estado con estas acciones? ¿Qué señales transmitimos a la inversión internacional a nuestro sector anunciando el 1% de avances con bombo y platillos? ¿Qué damos a entender como país al resto del mundo cuando ignoramos deliberadamente sus aportaciones y criterios estandarizados globales en materia de eficiencia y seguridad aérea? Las respuestas son auto-evidentes, pero las consecuencias no necesariamente.
Es demasiado pronto para sentir de lleno los efectos de estas erradas decisiones. Tal vez en dos o tres años -justo en medio de la Administración- veremos los efectos de esas determinaciones: una reducción del tráfico aéreo nacional, menor inversión, nuevas rutas comerciales que eviten el centro de México, búsqueda de alternativas de abastecimiento y tránsito aéreo, etc. El reflexivo lector podrá catalogar estos posibles escenarios como “infundados”, “sin sustento” o “delirantemente imposibles”. Recordemos así fue como desde hace más de un año se consideró el proyecto de Santa Lucía, y ya lleva 1%.
Ruego al lector del otorgue al menos el mismo porcentaje de certidumbre a estas afirmaciones prospectivas, y si tomamos como referencia el desempeño de la actual Administración Federal es suficiente para tomarlo en serio y preocuparnos todos. Ha pasado muy poco tiempo para ver las consecuencias de estas malas decisiones; demos tiempo al tiempo y que sea éste el que nos acabe dando eventualmente la razón. La pregunta real será con qué nueva excusa van a justificar el resultado de su desatino.
Es por eso que es pertinente volver a pensar en Santa Lucía. Nos quedan tres semanas antes de acabar este 2019, mismo que “se ha ido volando” (casi literalmente) en este tipo de proyecciones que han llevado a la economía nacional no a un retroceso sino a un estancamiento como no se había visto en décadas. El sector aeronáutico no es la excepción en este proceso, pero tal vez si es su origen. Todo comenzó con una propuesta de campaña y el aferrarse a premisas mal sustentadas.
Quisiéramos creer que en estas tres semanas que nos faltan algo podría enmendarse, pero es una mera ilusión pre-navideña. Debemos estar preparados para asumir las consecuencias de estas decisiones, y que cuando estas lleguen no nos sorprendan.
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