Sobra decir que uno de los entornos más competitivos a nivel comercial e industrial, así como científico y tecnológico, es el sector aeronáutico, aeroespacial y espacial. En los últimos cincuenta años ha sido la rama de la actividad humana que más dinamismo ha presentado, manifestando un crecimiento sostenido. Por su parte, también es indiscutible que nuestro entorno es de los que requieren mayor inversión, particularmente por los avances tecnológicos y su correspondiente implementación industrial. En una carrera transnacional donde existe una amplia gama de empresas quienes aguerridamente buscan una ventaja competitiva que les ofrezca un beneficio marginal –pero tangible- frente a otros actores en el sector, pequeños avances técnicos y de diseño en las aeronaves pueden representar la diferencia entre el éxito y el fracaso de su futuro comercial.
Desde dimensiones de cabina hasta capacidad de carga, desde velocidad de crucero hasta aprovechamiento de combustible, así como durabilidad de sus fuselajes y motores, su aviónica y otros recursos electrónicos, e incluso la eficiencia eléctrica y de sistemas de vuelo, los diseños aeronáuticos pueden representar un considerable avance comparativo de una empresa aeronáutica frente a otros, en una espiral ascendente de innovación y fortalecimiento que lleva a nuestro entorno a ser uno de amplia competencia y oportunidades, motores indiscutibles para el desarrollo y la proyección sostenida de la aviación y la gestión aeroespacial.
Sin embargo, desde una perspectiva estrictamente objetiva, aquellas aparentes “ventajas” realmente residen en tecnología que ha sido rebasada desde hace mucho por los avances contemporáneos en prácticamente todos los aspectos de la aeronáutica y el ámbito aeroespacial. Refiero al comentario que emitió en su momento el director de Skunk Works de Lockheed-Martin, empresa líder en aeronáutica internacional y la división más reconocida por los numerosos avances tecnológicos y técnicos en el desarrollo de aeronaves de última generación: “Tenemos tecnología disponible que saldrá [públicamente] en veinte años. Si lo viste en alguna película o ya lo tenemos, o ya lo rebasamos, o ya lo descartamos por tener algo mejor”. Este comentario posee muy profundas implicaciones para la gestión presente y futura de nuestra industria.
Por lo general el diseño de las aeronaves -civiles y militares, privadas y comerciales- que surcan nuestros cielos no es reciente; por lo general tienen de diez años hasta cincuenta años de su diseño. Por supuesto, esto no implica que en todo este tiempo no se hayan realizado adecuaciones, mejoras, y perfeccionamientos; pero si implica que esencialmente la tecnología que vemos en la aviación contemporánea no es “reciente”. Evidentemente, los mayores avances en materia aeronáutica y aeroespacial inician donde normalmente comienzan los avances que han cambiado a nuestra civilización: en las Fuerzas Armadas. Buena parte de la tecnología que usamos en nuestro día a día en el siglo XXI comenzó con aplicaciones militares, y la tendencia señala que muy probablemente esto seguirá repitiéndose en décadas venideras. En consecuencia lógica, si queremos ver el futuro de la tecnología de la aviación y el ámbito aeroespacial en el siglo XXI prudente es ver el desarrollo en estos ámbitos de las Fuerzas Aéreas.
Trágico es reconocer que para tal fin debemos ver fuera de nuestras fronteras a Estados Unidos, Rusia, China, Inglaterra, Francia, Israel, Sudáfrica, Australia, Canadá e incluso Pakistán y la India. En estos países sus Fuerzas Aéreas cuentan con recursos, incentivos y oportunidades de desarrollo que han llevado la gestión aeroespacial a enfrentar y en ocasiones superar a la ciencia ficción. Cosas que parecerían fantásticas realmente son física y tecnológicamente posibles y alcanzables. La pregunta real es cuándo las veremos disponibles al sector comercial civil.
Un ejemplo de esto lo vemos en los sistemas de propulsión de las aeronaves contemporáneas. Hasta el momento, se puede afirmar que el 99% de las aeronaves de ala fija y rotativa requieren o de un motor de combustión interna o de un motor a reacción. En aras de no adentrarnos en un largo debate técnico podemos simplificarlo como motores de hélice, de turbinas o cohetes. Pero en su totalidad requieren de combustible, el cual tiene mayor o menor grado de eficiencia; y los diseños de los motores generalmente siguen procesos y patrones que se han desarrollado en las últimas cinco décadas, con avances relativamente menores.
Sin embargo, en los últimos años se ha experimentado con otros medios de propulsión, entre ellos los llamados “motores electromagnéticos”. Desde Motores Electromagnéticos Recíprocos –es decir, que emplea campos magnéticos para mover aire ionizado como sistema de propulsión- hasta Motores de Empuje Electromagnético –empleando campos magnéticos autogenerados para propulsar la aeronave con mayor eficiencia- esta tecnología tiene el potencial de revolucionar la aviación y el desarrollo aeroespacial.
Pero debemos reconocer que estos desarrollos tampoco son relativamente recientes. Los primeros avances y propuestas para estas tecnologías tienen casi setenta años, y se sabe que la Fuerza Aérea de Estados Unidos y sus contratistas (como Boeing, Lockheed Martin, y General Electric) ha experimentado con varios diseños que emplean esta tecnología desde finales de la década de 1960. Es altamente probable estemos todavía a una década o más que veamos estos avances, pero su mera mención debe movernos e incentivarnos a investigar más sobre estas tecnologías y promover su estudio e inversión.
Es entonces la intención de esta breve aportación semanal invitar al lector a adentrarse a este ámbito de lleno, a investigar en torno a las nuevas tecnologías que están ligeramente más allá del horizonte, y cuya existencia prometen revolucionar el futuro de nuestro sector. En consecuencia es prudente investigar sobre ellos, y prepararnos para en su momento poder emplear y maximizar estas tecnologías. Sin duda todavía falta tiempo para su emergencia, pero el no contemplarlas o esta preparados rayará en la imprudencia, y su aparición no anticipada promete una contingencia. Sea esta una invitación para disponernos para el porvenir que invariablemente vendrá sobre nosotros y nuestro sector.
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