Tema recurrente de este espacio, tanto por su naturaleza como por la pertinencia coyuntural del mismo, es la Seguridad Nacional en el ámbito aéreo y en su dimensión estratégico-integral. Como hemos presentado en cuantiosas ocasiones, lo anterior requiere una disposición de Estado, es decir de una acción coordinada entre la sociedad civil y el gobierno; la primera como coadyuvante, promotora y soporte de la segunda y ésta como titular a través de instituciones especializadas de carácter permanente.
En nuestro país de carácter administrativo estas responsabilidades recaen en dos Secretarías de Estado, a saber, Defensa Nacional y Comunicaciones y Transportes. Mientras que la segunda se refiere a la supervisión, seguimiento, coordinación de la aeronáutica civil sobre el espacio aéreo nacional, la primera es la titular administrativa de la coordinación inter-secretarial para la Seguridad Nacional y la Defensa Aérea de México, la protección y salvaguarda de su soberanía y el resguardo de los intereses activos y pasivos estratégicos de la nación frente a actores Estatales y privados que pudieran atentar contra los mismos.
Sin embargo, de manera operacional la Institución Titular Permanente es la Fuerza Aérea Mexicana (FAM). Indudablemente también la Fuerza Aeronaval de la Secretaría de Marina - Armada de México posee un papel importante esta encomiable misión, sin embargo su función principal es la de apoyar a las operaciones navales del país en la protección y defensa de nuestros litorales, mar territorial y zona económica exclusiva, así como salvaguardar la vida humana en la mar y el ejercicio del Estado de Derecho en el patrimonio marítimo nacional. En el caso de la Defensa Aérea la Aeronaval debe coordinarse de manera coadyuvante con la FAM, ya que esta está reconocida de carácter constitucional como la institución permanente y titular de la Defensa Aérea.
Como hemos comentado en este espacio en numerosas ocasiones, lo anterior incluye la protección, proyección y ampliación estratégica de los intereses nacionales, así como el empleo del Poder Nacional por la vía aérea para promover y consolidar los intereses mexicanos de carácter global. Sin embargo, estas misiones son mucho más complejas de lo que podemos describir en este breve espacio, y agrupan un muy elevado conjunto de actividades que directa e indirectamente intervienen en el éxito y eficiencia de la Institución y sus integrantes.
Incuestionable e indudablemente la FAM representa una de las más importantes y destacadas instituciones del Estado Mexicano, no sólo por ser una de nuestras tres Fuerzas Armadas, sino también por ser precursora a nivel internacional en numerosos conceptos, aplicaciones técnicas, tecnológicas y doctrinarias, y por mantener muy elevados estándares de desempeño y profesionalismo. Lo anterior ha llevado a que por más de un siglo de su creación la FAM haya destacado a nivel internacional en labores bélicas y diferentes a la guerra por su gallardía profesional y eficiencia operacional. Lamentablemente estos logros son poco notorios o difundidos en nuestra sociedad y en el contexto en que nos encontramos.
No es ningún misterio y difícilmente sería discutible el hecho que desde mediados de la administración federal 2012-2018 y hasta nuestros días esta noble institución ha caído en el descuido. Lo anterior no ha sido por falta de interés o actitud profesional de quienes integran la FAM, sino por la coyuntura nacional que ha empujado frente al escenario político-social otros temas como urgentes, y se nos ha olvidado como sociedad lo importante. Esto no quita ni demerita los grandes logros de nuestros Caballeros Águila, pero si les ha limitado muy considerablemente su desempeño y potencialidad. A tal grado a llegado esto que el número de personal operativo, de recursos materiales y logísticos, de aeronaves en primer orden, y de insumos esenciales se ha reducido a una tasa alarmante y preocupante.
La presente administración federal lamentable y trágicamente ha seguido e incluso a acelerado esta tendencia. Cada vez hay menos estímulos para permanecer en la institución, y tristemente –pero comprensible- debemos reconocer el elevado número de oficiales, jefes y generales que han abandonado en meses pasados la Institución en búsqueda de mejores oportunidades profesionales. Lo anterior lleva a una descapitalización humana de la FAM, limitando aún más los escasos recursos con los que cuenta y fomentando una espiral descendente de pronóstico reservado.
El multicitado y controvertido “Aeropuerto de Santa Lucía” poco ha hecho por revertir este proceso, pero si lo ha acelerado. Pese a que la semana pasada se informó de la reactivación del proyecto para abrir una Base Aérea Militar en el Municipio de Colón, Estado de Querétaro con una extensión de 15 hectáreas, poco hace para fomentar una cohesión y proyección institucional. La inversión necesaria –y sobra decir que urgente- de la Fuerza Aérea Mexicana abarca desde capacitación profesional y profesionalizante hasta renovación de aeronaves de primera línea, tecnología de detección y telemetría, suministros y refacciones, desarrollo del Capital Humano, e incluso mayores incentivos para participación en operaciones inter y multinacionales.
Por su parte, es fundamental que el Estado Mexicano de carácter integral y su liderazgo político, económico y social reconozcan en palabra y en los hechos al personal que integra esta noble institución. No se trata sólo de discursos vacíos, sino de un verdadero reconocimiento que incentive a más mexicanos a integrarse a las filas de los Caballeros Águila, a surcar los cielos nacionales y promover una gestión y desarrollo aéreo nacional. La defensa de la Patria descansa en los hombros de estos hombres y mujeres de acero, quienes invocando la ya referida lógica de “pelear para volar, volar para pelear y pelear para ganar” dedican sus vidas al servicio de todos los mexicanos presentes y de las generaciones futuras. Es por ello urgente y pertinente agradecer, reconocer, promover e incentivar el desarrollo institucional de quienes garantizan la Defensa y la Seguridad Aérea de México, de aquellos que enarbolan y exaltan los vivos color morado obispo, y que guían sus vidas personales y profesionales bajo tres férreos principios rectores inalterables e inalienables: Honor, Valor y Lealtad.
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