Durante las reuniones familiares, una prima, a quien le causa ansiedad volar en avión, siempre me pregunta sobre peligros aéreos, o me pide explicación de algún accidente que vio en internet. Si bien admito que las primeras veces fui un poco gacho y le hacía comentarios como “uy sí, es súper común y todos se murieron”, actualmente le reafirmo constantemente lo seguro que es volar. El caso es más grave en una tía que tengo, quien de plano no pone pie en un avión, ni aunque la hipnoticen, y maneja más de dos días para acudir a alguna fiesta familiar, acumulando kilómetros cual si fuera trailera.
El miedo a volar puede manifestarse desde ansiedad de vuelo, en su forma más leve, hasta una fobia irracional inhabilitante más extrema que provoca ataques de pánico. El padecimiento es muy común, porque una de cada cinco personas (el 20% de la población) sufre algún grado de “aerofobia” o “aviofobia”, manifestándose en promedio a partir de los 27 años. Muchos de estos temerosos viajeros están conscientes de que su temor es absurdo, porque los demás les cuestionan recordándoles constantemente lo ilógico que es su pánico (algo que les hace sentir peor), sin embargo, el incomprendido pavor tiene un origen y una explicación en cada caso.
Mientras algunos individuos no pueden identificar porqué inició su condición, normalmente hay cuatro circunstancias que provocan aerofobia: la primera es el tener algún susto en un vuelo (como una turbulencia severa, un aborto de despegue o una ida al aire), donde pensaron que su vida estuvo en riesgo y cerca de terminar trágicamente, aunque la realidad es que nunca hubo un verdadero peligro, porque la aviación tiene redundantes sistemas de seguridad. Esto sucede porque, al no tener el control de la situación y estar totalmente a la merced de la pericia de otros, nos sentimos amenazados y nos tensamos en alerta. Si el momento es aterrador, nuestra mente se condicionará, teniendo pavor de más acontecimientos “amenazantes” que nos hagan sentir así, evitándolos en un futuro, pudiendo inclusive llegar a generar estrés postraumático.
La segunda causa es el escuchar historias de malas experiencias que le hayan pasado a otra gente. Por ejemplo, cuando tenemos algún miembro de nuestra familia con aviofobia, quien desde que éramos pequeños nos platicaba acerca de lo peligroso que es volar, o justificaba su temor cuando se enteraba de algún accidente. Es fácil sentir ansiedad al imaginarnos en la historia de otros, por ello, si tenemos algún grado de angustia a volar es crucial evitar contenido que pueda alimentarla. Programas como “Mayday: catástrofes aéreas” o varios canales de YouTube amarillistas y conspiranóicos pueden provocar que nos visualicemos a bordo de la aeronave siniestrada, inclusive “Alerta aeropuerto” podría alimentar la desconfianza.
Lo anterior también incluye el evitar empaparse de noticias referentes a accidentes, dado que aquellos que tienen el miedo buscarán datos que refuercen su ansiedad. Más si consideramos la abundante desinformación que existe alrededor de un reciente incidente, en el cual la investigación no ha concluido. Un gran ejemplo fue la muerte de una señora a bordo de un jet privado, en marzo, a causa de las heridas fatales ocasionadas supuestamente por turbulencia de aire claro (CAT) extrema, algo que la autoridad de aviación norteamericana (FAA) se apresuró a declarar incorrectamente y que todos los medios también aseguraron, cuando los pilotos ni siquiera habían mencionado que hubo turbulencia.
Ante ello, considero justo comentar que dicho tipo de notas sobre extremas turbulencias serán cada vez más comunes, debido a que la CAT se incrementa a causa del calentamiento global y a que los medios lucran atrayendo público al crear temor. No obstante, un vuelo comercial no tiene riesgo de estrellarse por encontrar CAT en su fase crucero y la sola acción de tener el cinturón de seguridad abrochado en todo momento nos protegerá de golpes por la zangoloteada.
La tercera circunstancia que genera aversión a volar es el tener otros miedos o padecimientos que la alimentan o detonan, como son sufrir de claustrofobia o agorafobia, terror a las alturas o a las multitudes, tener ataques de pánico y estar en una etapa emocional comprometida, por mencionar algunos.
La cuarta causa más común de aviofobia es el sufrir estrés prolongado durante meses antes del vuelo, algo muy relacionado con ataques de pánico y ansiedad, ya que dichos episodios acontecen después de vivir desde seis u ocho meses de intenso estrés, haciendo la mente más frágil y vulnerable. Un caso como este aconteció en mayo en un pasajero de Asiana, en Corea del Sur, quien comenzó a sentirse sofocado, en lo que se asemejó a un ataque de ansiedad, por lo que abrió la puerta de emergencia cuando el avión estaba próximo a aterrizar, a unos 200 metros de altura. Cuando fue arrestado ya en tierra, se supo que el hombre estaba en una situación emocional delicada debido a que había perdido su trabajo. Cabe aclarar que el avión no estuvo en riesgo de estrellarse gracias a su baja altitud y que es imposible abrir una salida de emergencia a mayores altitudes, debido a la presurización.
Los datos que mencionan que el avión es el medio de transporte más seguro son abundantes, pero uno de los más reveladores, según estadísticas del año pasado, es que una persona tendría que tomar un vuelo cada día durante 25,214 años para presenciar un accidente 100% fatal. Es importante notar también que la gran mayoría de los accidentes, el 78%, pertenecen a aviación general y no a aerolíneas; que éstas tienen estrictos programas de mantenimiento y de auditorías; y que se manejan en ambientes monitoreados por expertos que son evaluados regularmente. A pesar de saber todo lo anterior, la aviofobia seguirá presente en aquellos que la sobrellevan, porque la única manera de superarla absolutamente es con terapia profesional. Sin embargo, sí es posible controlarla lo suficiente como para poder subirnos a un avión y realizar ese necesario viaje sin tener una experiencia traumática.
De hecho, una idea que podría ayudar a que los aerofóbicos vuelen más sería que al momento de comprar sus boletos hubiera oportunidad de elegir si tienen fobia a volar y quisieran recibir algún tipo de confort emocional (algo que algunos estarían abiertos a pagar). También, habría viajeros voluntarios que estaríamos dispuestos a brindar apoyo a dichas personas si nos sientan a su lado y a pesar de que algunos lo haríamos gratis, un mayor incentivo sería que la aerolínea brindara a los voluntarios algún beneficio, como snacks. Mientras tanto, procuremos tener paciencia y sobre todo empatía hacía aquellos que no disfrutan el increíble privilegio de volar en avión.
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