Ningún misterio es que las cosas en nuestro país no marchan bien. Pese al discurso oficial, carente de sentido ante la obviedad de la realidad y lleno de expresiones dogmáticas vacías al contrastarlas con la cotidianidad, actualmente nuestro país cruza por uno de los momentos más críticos en su última centuria de historia. Existen al menos dos versiones interpretativas de la realidad que vivimos en prácticamente todos los ambientes de nuestra vida cotidiana. La primera justifica todo -absolutamente todo- en un pasado construido mayoritariamente en percepciones y frases ideológicas; no acepta responsabilidad de nada de lo que ocurre; promete acciones que nunca llegan; y justifica su falta de desempeño en conspiraciones, detractores, críticos y en un incansable proceso de auto victimización.
La segunda justifica una crítica informada en cifras, documentos, pruebas, y en un razonamiento cuya lógica las autoridades hasta el momento son incapaces de desmentir, salvo por denostaciones, minimizaciones e insultos proferidos desde la seguridad que les otorga su investidura como servidores públicos. El problema es que estos mismos personajes no reconocen que son empleados temporales, y que a su salida de su “gestión” los temas que dejen serán heredados -para bien o para mal- por futuras administraciones, y sus consecuencias serán financiadas y resentidas por toda la sociedad mexicana del porvenir. Sin duda hay muchos temas que podrían ajustarse a estas consideraciones, pero solo un puñado destaca sobre los demás. En primeros lugares resalta, por desgracia, la seguridad.
Entendido por este concepto la precondición permanente de estabilidad y certidumbre que es requerida para el adecuado desarrollo de las actividades cotidianas de una sociedad, existen diferentes ámbitos donde este término es relevante. En el caso de la aviación, en cuantiosas columnas hemos abordado diferentes aspectos relevantes para la reflexión y consideración del sector. Pero hay uno en particular que por su sensibilidad deliberadamente hemos evitado tocar: la seguridad pública.
No es ningún secreto que en la presente administración la seguridad pública se ha degradado muy considerablemente. Desde hace décadas la delincuencia organizada y los grupos que la integran han sido un reto formidable para la administración pública nacional y sus autoridades, independientemente de su proveniencia política. Pero desde diciembre del 2018 la situación se ha complejizado muy considerablemente, en buena medida como resultado de una “estrategia” federal sin pies ni cabeza, de acciones en la materia altamente cuestionables desde la autoridad, de un discurso para muchos aberrante, y de una complacencia con los grupos delincuenciales que no tiene precedente en nuestro país. Sin duda nos hace falta mucha más información y transparencia en este tema, sólo así podríamos entender lo que a todas luces es un caos total.
El discurso del gobierno federal sugiere que hay avances en el tema como en tantos otros. Pero sus datos duros dicen otra cosa. Cuando se compara con otras fuentes de información nos damos cuenta que el panorama es diametralmente diferente. En la realidad cotidiana nos muestra como sociedad nacional y a la comunidad internacional que las labores delincuenciales se están expandiendo a prácticamente todos los ámbitos de la vida ordinaria a una velocidad sorprendente, y se están intensificando a una velocidad como muy posiblemente jamás se habría sospechado. Es así como producto de una desorganización en la administración pública prácticamente la delincuencia organizada se encuentra en todos lados.
La pregunta para nosotros es en cuánto tiempo veremos un impacto de esto en la aviación. La respuesta posiblemente nos desagrade mucho en razón que, si somos objetivos, pragmáticos y alejados de dogmas o preconcepciones ideológicas, debemos concebir que es altamente probable que los efectos ya sean visibles, pero que no son tan evidentes. Es indudable que en el medio aeronáutico nacional desde hace años se han visto casos donde grupos de la delincuencia organizada han tenido presencia en nuestro sector. Pero la dinámica de estos en el pasado reciente sugeriría que su presencia y usufructo por medio de la aviación se ha incrementado.
Es importante recordar que cuando hablamos de “delincuencia organizada” no sólo estamos hablando de narcotráfico. También estamos refiriéndonos a otras actividades ilícitas, tales como el contrabando, el tráfico de armas, la trata de personas, la migración ilegal, el lavado de dinero, el desvío de recursos, el fraude, la evasión fiscal, etc. La aviación, al ser un sector altamente complejo (es decir, con un elevado número de variables y componentes móviles) es un espacio donde este tipo de actividades pueden “camuflarse”, y pese a los controles intrínsecos de los actores particulares y de las autoridades nacionales e internacionales, siempre es una posibilidad. De hecho, la historia nos muestra cómo en repetidas ocasiones la aeronáutica ha sido empleada para fines delincuenciales.
En un ambiente nacional donde desafortunadamente nuestras autoridades han adoptado una postura similar a la del teórico de la economía Adam Smith (1723-1790) -pero evidentemente en otro sentido- ante la delincuencia organizada de “laissez faire, laissez passer” (“dejar ser, dejar pasar”), y donde la inmensa mayoría de los actores privados están a la merced de estos grupos delincuenciales que se regodean de una impunidad supina, la aviación nacional se perfila como una inminente y potencial víctima de la rapiña con la que estas entidades flagelan a prácticamente todos los sectores de la economía doméstica. De hecho, esta prospectiva no esta tan distante de la realidad previsible, ya que autoridades en Estados Unidos, Canadá y Europa ya han realizado pronunciamientos sobre las vulnerabilidades del sector aéreo mexicano.
Entonces ¿dónde quedamos? ¿qué podemos hacer como sector para ser menos vulnerables? En futuras entregas semanales abordaremos este tema con mucha mayor precisión, desde diferentes aristas. Pero no quisiera concluir sin dejar al lector algunas reflexiones que por el momento dejo en el tintero. La primera es: ¿realmente como sector aeronáutico somos invulnerables a la delincuencia organizada? ¿es posible que ya estemos siendo afectados por este azote y no se ha manifestado tan notoriamente? ¿tenemos como sector las medidas y contramedidas necesarias para hacer frente a estas presiones y vulnerabilidades?
El primer paso para hacer frente a estas interrogantes es organizarnos como sector en torno a las potenciales respuestas de las mismas, y en razón de ellas emprender acciones contundentes y pragmáticas. No nos conviene hacer frente a descalificaciones, denostaciones o minimizaciones emanadas desde el dogma de la superioridad política cuando nos enfrentamos como sector a una amenaza clara y presente. Solo a través de la organización y el realismo podemos dar cara un fenómeno que pone en riesgo a nuestra industria, y cuya atención nos ofrecerá un sector más fuerte, más robusto, más cohesionado y con más resiliencia a las adversidades.
Es un escenario de “ganar o ganar”. La alternativa es “perder o perder”.
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