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28/03/2024

El gran reto del 2022: contención epidemiológica

José Medina Go… / Domingo, 2 Enero 2022 - 21:36

Comenzamos el nuevo año con una nueva amenaza global en ciernes. Pareciera ser un mal ya conocido, un viejo adversario. Pero en realidad se trata de un reto nuevo, un actor novedoso en un entorno que se presupone -equivocadamente- preparado. Se trata de la variante Ómicron del COVID-19. Llevamos ya casi dos años con este mal, y el primero de ellos cerró por completo la actividad global como nunca lo habíamos visto, y nunca lo hubiéramos esperado. Vivimos por el 2020 un escenario casi salido de la ciencia ficción, un periodo que marcó a una generación completa, y que jamás, ni en nuestras mayores fantasías, esperaríamos haber visto.

Claro esta que esta crisis no fue vivida de la misma manera en todo el mundo. Lo que se vivió en Europa Occidental no tiene nada que ver con lo que se vio en Medio Oriente, y lo que se vivió en Asia nada se asemeja a lo experimentado en el África Subsahariana. Recordatorio global que aún en los escenarios catastróficos hay niveles, hay percepciones y hay reacciones. 

Mucho se discute del origen de este gran mal. Muchos apuntan a China y su increíble -y hasta cierto punto criminal- negligencia en su respuesta inicial. Las demás acciones son secundarias y hasta intrascendentes en prioridad, porque la primera reacción del gobierno chino fue totalmente reprensible. Pero al mundo ya eso se le olvidó. 

También recordemos la absoluta y burda negligencia de algunos gobiernos y sus líderes. ¿Cómo olvidar las aberraciones del gobierno británico o estadounidense? Recordemos a Donald Trump, el hombre más poderoso del mundo en ese momento, recomendando a su población inyectarse desinfectante y detergente en sus venas; o a Boris Johnson, sugiriendo que el COVID-19 era una conspiración imaginaria. Parece cosa de broma, pero invito a cualquier lector que lo dude a buscarlo en internet y en YouTube. La evidencia está, y es contundente.

Ni que decir de Jair Bolsonaro en Brasil, cuya demagogia costó miles de vidas brasileñas. Pero las autoridades mexicanas no se quedaron muy atrás, y los dichos de Hugo López Gatell y sus dos jefes superiores, en absolutos actos de aberración obcecada y obtusa, le costaron la vida directa o indirectamente la vida a casi medio millón de mexicanos. Sin duda algunas personas alineadas al discurso oficial tomarán estas líneas como afrenta, y no sólo negarán lo aquí dicho, sino que atacarán al suscribiente por decirlo. Las cifras demográficas, las tablas epidemiológicas, la realidad observable y el registro histórico hablan con contundencia, y ante ello ninguna crítica es válida. Al tiempo y la posteridad aquellos que defienden lo indefensible quedarán en la ignominia, y cómplices partícipes de inmensidad de familias afectadas irreparablemente.

Esto lo vemos en todos lados del mundo, en muchos países. Nadie quedó sin ser afectado. 2021 parecía que estaba en vías de recuperación, y poco a poco nos hemos levantado como sociedad global. Pero la amenaza sigue ahí. Poco a poco parece que se nos ha olvidado la pesadilla que vivimos, y hasta la hemos empezado a asumir -equivocadamente y con visión de corto plazo- como “nueva normalidad”. No erremos en el juicio: esto que vivimos, por ningún criterio o medida, es normal. Más allá del discurso vacío, el riesgo del COVID-19 sigue. 

También se nos olvida que esta enfermedad pasó de epidemia a pandemia por una simple característica del mundo moderno: el transporte aéreo. En cuestión de días paso de ser un problema local a un asunto global, y de un tema tratable a una crisis internacional. El transporte aéreo, aquel que nos da el dinamismo propio del mundo contemporáneo del siglo XXI, fue el vehículo por el cual esta enfermedad afectó a nuestra civilización de manera profunda e indeleble. Pese a las medidas de contención y atención, fueron demasiado pocas y demasiado tarde. El virus no respetó nada ni a nadie, y a casi dos años de su inicial dispersión todavía estamos luchando contra su transmisión aerotransportada.

Pero ahora el mundo se enfrenta a la variante Ómicron. Todavía no sabemos mucho de ella, pero en general entendemos que es menos letal, pero de más fácil transmisión. El riesgo de esta variante es que afecta a tantas personas tan rápido que puede saturar los servicios de salud para su atención, tal como paso en abril-mayo del 2020 con la variante original y que paralizó los servicios de atención primaria por meses. El desabasto de equipamiento, medicinas e insumos básicos fue la causa de incontables defunciones, no la enfermedad en sí misma.

Ahora tenemos vacunas, e incluso algunos medicamentos experimentales para atajar este mal. Pero siendo realistas, parece ser que no son suficientes y ni eficientes contra esta variante. Problema es esta situación, pero parece ser que es solo el inicio de algo más grave. La velocidad de transmisión se esta acelerando considerablemente, y nuevamente la vía de transmisión por transporte aéreo es notoria. Parece ser que sus características sintomatológicas también son diferentes a las variantes anteriores, dificultando su detección oportuna. Tal vez algunos controles sanitarios son eficientes, pero la evidencia nos muestra que no son ni remotamente infalibles.

Algunos países de Europa, además de Estados Unidos y Canadá han impuesto nuevas restricciones y reglas de viaje por vía aérea para tratar de limitar la transmisión de la enfermedad. Debemos ser claros y objetivos: estas medidas tan sólo retrasan lo inevitable, no lo impiden. Ninguna medida es totalmente eficaz para impedir la transmisión y expansión de esta enfermedad, tan sólo se retrasa y amortigua la ampliación de contagios. El transporte aéreo sigue y seguirá siendo una de las principales formas de expansión de esta enfermedad, sea la variante que sea.

Sin embargo, la diferencia de la variante Ómicron frente a la Delta y otras variantes es el exponente de contagios y su transmisibilidad. Todavía no entendemos esta mutación del virus, pero sabemos que es afortunado que no sea tan letal. Pero eso no quiere decir que otras mutaciones futuras no lo sean, o que no pueda derivar en otro problema de salud para la población infectada. Es entonces donde la atención epidemiológica y las medidas de contención se convierten en extremadamente vitales.

En nuestro sector aeronáutico debemos tomar urgente atención de este fenómeno. No tanto para contener la variante Ómicron -demasiado tarde- sino para generar mecanismos de atención y contención de otras variantes. En términos realistas, objetivos y claros: no es una cuestión de si habrá otras variantes u otras enfermedades infecciosas, sino cuándo van a presentarse. La evidencia es directa en el sentido que es altamente probable que en los próximos meses veamos la emergencia de nuevas variantes de COVID-19 y/u otras enfermedades infecciosas. Es entonces momento de tomar atención, informarnos, estudiar y profundizar sobre estos temas, y como sector unificado y vinculado con el entorno internacional tomar medidas de prevención oportuna ante futuros incidentes.

La vida de incontables seres humanos depende de ello, y no se trata de ser alarmista, solo tener prevención. Ojalá esto se hubiera hecho en enero-febrero del 2020. Otro mundo viviríamos.

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