En este espacio semanal hemos comentado ya varias veces la importancia de impulsar y gestionar el desarrollo tecnológico integral como eje del desarrollo nacional, así como específicamente promover los avances en materia aeronáutica y aeroespacial. Sin intención de reiterar nuevamente el mismo argumento, debemos reconocer que el desarrollo y gestión aeronáutica se encuentran íntimamente relacionados de manera bidireccional con los avances científicos, tecnológicos y técnicos de otras ramas del conocimiento humano. También debemos retomar, como lo hemos hecho varias veces en este espacio semanal, que el desarrollo científico y tecnológico representa uno de los pilares esenciales del avance civilizatorio humano, y que una clara señal del desarrollo de un pueblo es la proporción de esfuerzos y recursos que invierten en esta rama de la actividad social y que tanto esos aportes benefician a las demás ramas de la actividad humana.
Por otro lado, también hemos apuntado en este espacio que la aeronáutica es uno de los principales centros de gravedad del desarrollo científico contemporáneo, que al igual que los desarrollos en el campo espacial son áreas productivas que en los últimos años han incrementado considerablemente su actividad y desempeño. En consecuencia, hablar de ciencia y tecnología aeroespacial es sinónimo a potencial de desarrollo nacional, y en consecuencia representa un importante indicador en torno al futuro de una nación contemporánea. Reconociendo que la ciencia y la tecnología -al igual que el desarrollo- es un tema global, internacionalizado y sin fronteras, el mensaje que se transmite tiene el mismo alcance. Erróneo, absurdo y tendencioso es categorizar al desarrollo científico o el avance tecnológico con una corriente ideológica o asociarla a una visión política, en razón que sólo se desvirtúa infundadamente su aporte.
El mejor ejemplo de ello lo podemos ver en la experiencia de la Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo pasado, cuando por ordenes de Iosif Visarionovich Stalin todos los desarrollos tecnológicos de la URSS no sólo debían evitar usar cualquier aporte occidental, tanto técnico como tecnológico, sino que debían ser totalmente autónomos. A eso le llamó “ciencia y tecnología Soviética”, y ese planteamiento permaneció inmutable por órdenes del Partido hasta el mandato de Mijail Sergeiyevich Gorbachev. El resultado fue una mezcla de contradicciones brutales: por un lado esa mentalidad había llevado a científicos, ingenieros y tecnólogos soviéticos a diseños innovadores y totalmente revolucionarios, muchos de ellos que hasta el día de hoy no han permeado totalmente a occidente por ser parte de una tradición científica y técnica totalmente distinta a la que estamos habituados; pero por otro lado las limitaciones totalitarias llevaron a grandes atrasos, rezagos e incluso fracasos estrepitosos que pudieran haberse evitado de haber tenido una apertura a los aportes occidentales. Ese grave error le ha costado a la Federación Rusa casi veinte años para enmendar el rumbo, y es hasta hace relativamente poco tiempo que han logrado homologar sus conocimientos y avances con el resto del mundo.
Lamentablemente, tal parece que ese mismo error lo esta cometiendo el Estado Mexicano durante la presente administración. En esta misma columna hemos apuntado en varias ocasiones las impresionantes contradicciones que se han emprendido en los últimos tres años en materia de ciencia y tecnología. Discursos encontrados, cargados de ideología y de acusaciones infundadas, de justificaciones tendenciosas y de descalificaciones innecesarias. La evidencia habla por sí misma: el liderazgo nacional contemporáneo, empezando por el titular del ejecutivo hasta los altos funcionarios de las instituciones, simplemente no tienen como prioridad el desarrollo científico nacional. De hecho, tal pareciera que lo vieran como un lastre, como un obstáculo. Su desprecio ante el sector académico y de investigación nacional es patente, y su falta de comprensión de su valor es latente. Los casos demostrativos de ello, por desgracia, abundan.
La evidencia es contundente: se da preferencia a trenes en vez de aviones; se promueven cultivos poco redituables en vez de técnicas avanzadas de producción agropecuaria; se favorece el combustóleo en lugar de energías renovables; se obstaculiza, desestima y disuade la inversión privada nacional e internacional en ciencia; se monopoliza toda la producción científica bajo entidades que condicionan la producción científica con criterios poco transparentes. Es por ello que en la reunión antepasada de la CELAC la propuesta del titular de la Cancillería de crear un “organismo espacial latinoamericano” fue recibido brevemente con reservas antes de ser descartado.
Ahora tenemos la terrible situación del CONACYT y un procedimiento de judicialización a un conjunto de científicos y académicos mexicanos, acusados bajo pretensiones poco claras. No es finalidad de esta columna tomar partido en el tema o afirmar si las acusaciones son fundamentadas o no. Pero si es ocupación de este espacio reflexionar en torno al mensaje internacional que este incidente proporciona: el Gobierno de México ha emprendido una campaña innecesaria contra el sector académico y científico. Mientras más pasa el tiempo, más se empantana el tema, menos precisos y claros son los argumentos de las autoridades, más caen en contradicciones entre sí, y más se afianza la percepción de que es una campaña de venganza. A nivel internacional, ese es el mensaje que se esta difundiendo, y las autoridades poco hacen por enmendar la plana.
Este mensaje y percepción al mundo no es bueno para México. Tan sólo contribuye a disuadir inversiones privadas, y a los sectores productivos les da argumentos para evitar laborar en México. En materia de desarrollo aeronáutico y aeroespacial el mensaje es poderoso y contundente, y ciertamente promueve que la inversión en nuestro país disminuya. El sector de desarrollo aeroespacial en México es uno de los más importantes en materia de potencial proyección, y no es conveniente bajo ninguna óptica perderlo. Lamentablemente, este comportamiento de las autoridades es exactamente lo que esta logrando, pues la preocupación de aquellos científicos e ingenieros de este sector en nuestro país es migrar sus esfuerzos a entornos más permisivos.
Nos encontramos en un punto de inflexión de grandes proporciones. No nos equivoquemos. Es indudable que algunas instituciones educativas que emprendieron labores de investigación han tenido malos manejos, y sin duda la transparencia no ha sido su característica. Pero tratar de responsabilizar a todo un sector productivo estratégico nacional es un despropósito absoluto. El costo de ello se verá en plenitud en el provenir, cuando la gran mayoría de científicos prefieran o cambiar sus investigaciones o llevarlas a otras latitudes. Lo mismo veremos en el corto plazo con aquellas empresas que traducían estos avances en tecnología cotidiana, en particular en el campo aeroespacial: para evitar problemas, mejor dejar atrás un entorno tan turbio como el que vemos y vivimos. Los costos potenciales de permanecer superan por mucho a los beneficios esperables.
Sería esencial que el gobierno mexicano hiciera un esfuerzo adicional por retener y fomentar la permanencia de estas empresas en nuestro país, pero por desgracia parece que la misión es exactamente la contraria. Existe una carga político-ideológica y demagógica que en vez de retener expele estos esfuerzos productivos. Estamos cayendo, entonces, en el error soviético. A ellos les costó un Estado y décadas de atraso. Veremos cuanto nos cuesta a nosotros si no corregimos rumbo.
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